




Capítulo 6 - Me vio como su taxista
Mi tía me trajo hasta el aeropuerto, pero no se bajó del carro. Nos despedimos y antes de bajarme habló.
—Juan Eduardo, por favor, cuídate.
—Siempre lo hago, tía.
—No me respondas como si nunca te fuera a pasar nada por la simple divina providencia.
—Otra vez con lo mismo, tía. Dime lo que debes decirme y ya. El que no te presione para que me confieses ese algo. No significa que no lo sepa.
—Hijo…
—Tía, sé que debo de cuidarme de los tíos buitres. Solo te pido que no descuides a la abuela, por favor. Está bastante enferma.
—Y tus primos no dejan de visitarla de manera lambona.
—Ellos no son sus nietos y sabes cómo es ella. Su lengua mordaz es única.
—¿Te parece si la traigo a vivir un tiempo en la casa?
—Mientras se mejora su salud, me parece muy bien.
—Ya debes bajar, que Dios te bendiga. Me llamas apenas llegues y cuidado con intimar sin protección.
—Tengo veinticuatro años. —Sonreímos.
—Yo necesito decírtelo.
—Te quiero, tía.
—Y yo más, cariño.
En la fila recordé la respuesta de mi tía ante la pregunta que le hice. Y su manera de dejarme en ascuas y más intrigado fue única. Comenzó a comer y solo al terminar se levantó de la mesa y antes de irse me dijo. —«Todos nosotros tenemos secretos que se deben de quedar como secretos». —Y me dejó ante una variedad de posibilidades de lo que pudo haber pasado en su vida.
Saqué mis papeles y mi identificación, al abrir el pasaporte había un mensaje y cincuenta mil pesos. Leí en voz alta lo que esa jovencita me escribió.
—Joven, gracias por demostrarme que no todos los hombres son malos. No me gusta deber nada, le pago la carrera. Gracias por su amabilidad.
Tomé el billete… ¿Cómo debo tomar esto? ¿Me vio cómo taxista? —sonreí. Y la imagen frágil de ella en la mañana, cuando supo su mundo, se derrumbó en sus narices. Nunca he estado en esa situación y tampoco le he causado tal humillación a una mujer. Pero con esto me dejaba en claro que era una chica valiente.
Guardé el dinero en mi billetera en un lugar diferente, no lo iba a gastar. Aunque no creo que la vuelva a ver. Pero con mi tía de benefactora de la fundación, tal vez más adelante nos encontremos. —Mientras esperaba en la sala de espera, tuve una idea. Fui a las plataformas de inversiones. Digamos que ella invirtió cincuenta mil pesos para ese bebé que se encuentra en su vientre. —sonó mi celular y era el número de Camilo.
……***……
Juan Eduardo no me contestó y Elena tampoco, ¿a dónde se habrá metido esa mujer? ¡Maldita sea! ¿Qué vino a hacer a Bogotá?
—Cariño, ayúdame a escoger.
Ángela me mostró la pantalla de su iPad donde estaban los tonos de colores para la habitación de nuestra hija.
—Será una linda niña, en todos lila y rosa se verá bonita su habitación. —Esta vaina no me importaba, pero era mi esposa.
—¿Sigues preocupado por ese caso donde se encuentra desaparecida el familiar del trabajador de tu finca en la Mesa?
Ella había escuchado al mediodía cuando llamé a la tía de Elena, y me tocó decirle que me estaban contando sobre la desaparición de la sobrina de la ayudante de cocina de la finca. En la Mesa Cundinamarca, no saben que me había casado. De hecho, nunca he llevado a Ángela a ese lugar.
—No estoy preocupado por ella, ni la concia.
Me sonrió y me besó. Miraba a cada momento la cámara de la calle para ver cuándo llegaba el imbécil de Juan Eduardo. Tenía que decirme a dónde la llevó. Una vez solo me puse a llamarla de nuevo y se iba a buzón, no lo había apagado, simplemente no me contestó. Volví a llamar a su tía.
—¿Tú otra vez?
—Señora Yadira. Elena no ha venido a buscarme. Esta ciudad es muy grande, ¿me puede decirme por qué vino a buscarme?
—Mire, señor Camilo. Ayer eché a Elena de mi casa, porque yo no iba a tener la responsabilidad esa tan grande. Ella se metió con usted, pues ustedes se resuelvan. No me interesa nada lo que pase con ella.
—Disculpe, señora. Esa casa y esa hectárea de tierra son de Elena.
—Ella no es hija de mi hermano. —contestó con grosería.
—Eso no importa. Es la hija registrada y reconocida. Voy a apoyar a mi mujer, así que le pido el favor y para el fin de semana, si no me da razón de ella, no la quiero ver en ese lugar.
—¿Cómo se atreve a sacarme de la tierra de mi hermano?
—Es la tierra de mi novia. Soy abogado comercial. ¿Dónde se encuentra Elena?
—No lo sé.
—¡Búsquela! Mañana me dice dónde se encuentra o la sacaré de la propiedad de Elena Cabrales. —El carro de Juan Eduardo llegó. Me levanté, tomé las llaves de la casa, el paraguas porque seguía lloviznando y salí del despacho.
—¿A dónde vas?
—A la panadería. Quiero una mantecada.
—Esta vez el de los antojos fuiste tú. —Sonreí y le di un beso en la boca.
—A penas regresé, te ayudo. —Nuestro hijo estaba en el cuarto de su hermanita.
Salí y crucé la calle, uno de los empleados me abrió la puerta. Me hizo pasar y vi que del carro la tía del imbécil ayudaba a bajar a una señora de edad… esa era la abuela de Juan Eduardo.
—¿Buscas a mi sobrino?
—Sí, señora.
—Ya no está. Se fue a Estados Unidos.
—¿Se fue?
El mayordomo y el ama de llaves se llevaron a la señora de edad avanzada. —En esta casa parecían seguir en la realeza, tenían demasiado dinero—. Su tía se acercó.
» Necesito hablar con él.
—Debe de estar viajando en este momento.
—Señora Sandra. Él, esta mañana se fue con una amiga, me gustaría saber a dónde la llevó. Su tía me acaba de llamar y se encuentra preocupada.
—No tengo idea de qué me hablas. Nos vimos en la junta de accionistas.
—Le podría preguntar cuándo hablé con él. —afirmó—. Muchas gracias.
—¿Por qué no la llamas? —No entendí—. A tu amiga.
—No me contestó.
—¿Qué le hiciste? —Me miró—. No tengo que hacerme una idea. Sabes perfectamente que eres algo generoso y muy amable con mujeres jóvenes. No es la primera que te busca, ¿cierto?
—No tiene derecho de meterse en mi vida.
—Entonces no trates de buscarla. No lo has hecho con las madres de tus hijos fuera del matrimonio. —La mujer negó—. Lo siento, Camilo. A Ángela la conozco desde niña y solo porque su madre me pidió que no le dijera. Desconozco las razones, no intervengo. Si su propia madre no la aleja de ti, es problema de ustedes. Pero no me involucres en tus asuntos y menos a mi sobrino. ¿Te queda claro, jovencito?