




Capítulo 2 - El sapo samaritano
Terminé de ponerme los gemelos, —debía ir por mi tía al convento y luego ir a la empresa para despedirme. Hoy viajaba a realizar mi maestría en el exterior—. Volví a mirar hacia el balcón, y empezó a llover. Hace un momento, mientras me tomaba el café, —tenía la costumbre de tomarlo en el balcón—. Me percaté de la joven que se había quedado mirando el carro del ser más despreciable del mundo. Camilo Galvis era el abogado más corrupto. Y no sé cómo Ángela se convirtió en su esposa.
Empezó a llover. ¡Carajos! El tráfico ahora se volverá terrible y debo ir al sur a buscar a mi tía Sandra. Me asomé y me percaté de que la jovencita que seguía de pie bajo el aguacero seguía mirando de un lado al otro. —No sé qué tiempo pasó, pero no me aparté de la ventana—. Entonces la mujer se cubrió el rostro y me dio la impresión de que empezó a llorar. ¿Qué le habrá pasado? Me aparté de la ventana, tomé el saco.
—Joven, Juan Eduardo. Su maleta ya está en su carro.
—Gracias, Ángelo. Nos vemos en cuatro años.
—¿Acaso no piensa venir de vacaciones, fiestas navideñas, la fiesta de fin de año de la compañía y en el cumpleaños de su adorada tía?
—Eso no lo sabemos. Puedo sacar a mi tía a viajar, no le gusta dejar Colombia.
—Sería un milagro si lo logra. —Nuestra nana, una mujer ya de sesenta años, me tomó de la mano.
—No los olvidaré. —hizo un gesto de que decía mentiras.
—Llegarás ya hecho un hombre maduro. Con veintiocho años podrás manejar las empresas de la familia. Tu tía ya debe de pensar en dejar esa tristeza que tiene desde hace años.
—El secreto que nadie sabe. —Los miré—. O que nadie me dice.
Algo había pasado, no solo el accidente de mis padres era sospechoso. También estaba lo que llevó a mi tío a la muerte. Y no me dicen para protegerme.
—Se ve muy guapo, joven.
—Cambien el tema. Ahora me voy, debo ir a buscarla al convento. ¿Por qué le gusta tanto ir a ese lugar? —Se quedaron callados de nuevo.
—Le encanta ayudar. —comentó la nana.
Salí de la casa y al percatarme, la joven aún seguía bajo el agua. Iba a acelerar… pero ¡carajos! Esto de ayudar a la gente era un tema contagioso. Detuve el auto, bajé la ventana del lado del copiloto.
—Señorita. —No me escuchó, subí el vidrio—. Tomé el paraguas y bajé del auto. Al acercarme, ella parecía estar llorando, pero se limpió las lágrimas rápidamente—. Señorita, se va a resfriar. Vivo al frente de esta casa, esta es mi tarjeta.
Con la mano mojada la tomó y sus ojos cafés claros me pareció que gritaban ayúdame. ¡Rayos! Mi tía suele decir que todos en algún momento necesitamos ayuda y en ocasiones esas ayudas son intervenciones para evitar que el afectado tome una decisión irreversible.
» Me llamo Juan Eduardo Echeverri Marín. —No sé por qué dije todos mis apellidos—. Si se queda aquí, le dará una hipotermia. ¿A dónde la llevo? No le haré daño. Puede tener su celular para pedir ayuda en caso de sentirse amenazada. —¿Me estoy ofreciendo un chofer?
—Ya nada me haría más daño. —dijo en un susurro—. Señor, —de su morral mojado, sacó una tarjeta y guardó la mía—. ¿Esta dirección es muy lejos? —Al mirar la tarjeta me sorprendí ante la casualidad. Era a donde tenía que ir a buscar a mi tía.
—Esto le parecerá absurdo, pero me dirijo a este lugar a buscar a mi tía. Puedo llevarla. ¿Cómo se llama? —Ella parecía estar en otro lugar.
—Elena Cabrales… mis apellidos no son míos. —bajó la mirada. Se encogió de hombros—. Le agradecería mucho, señor, que me lleve a esta ubicación. Prometo pagarle. —Iba a responderle, sin embargo, ella estaba tan triste que contagiaba.
—¡Elena! —En ese momento llegó Camilo y le gritaba desde la ventana de su carro.
—Por favor, señor. Sáqueme urgente de aquí.
Crucé la mirada con Camilo, jamás me había agradado ese hombre. Desde que estudiábamos en la universidad, carreras diferentes, pero él siempre era un solapado y ella… mi amiga, cayó en su anzuelo. Él se bajó del carro sin paraguas.
—Juan Eduardo, necesito hablar con la jovencita. —La miré, tenía la vista en él y lo hacía con rabia y decepción.
—¿Quieres hablar con él? —pregunté.
—Sáqueme de aquí, señor.
—¡Juan Eduardo! Deja de hacer el papel del sapo samaritano.
¿Sapo? ¡Imbécil! —Camilo tomó la mano de la muchacha y por instinto se la aparté con brusquedad. Y me interpuse entre los dos.
—Delante de mí no maltratas a una mujer. ¡Eso ya debes de tenerlo muy claro! —En el pasado nos habíamos enfrentado y llegado a los golpes. Era un patán con las mujeres—. No me hagas buscar respuestas delante de Ángela. Si nos disculpas, tenemos que irnos.
—¿No tardas en buscar a un hombre que te ayude? Te tenía en otro concepto, Elena.
En ese momento, la joven salió de mi protección para darle dos sonoras bofetadas, cada mano quedó pintada en su mejilla, y al mirar a nuestro alrededor, la situación ya era de conocimiento de la cuadra.
—Ya me humillaste al enamorarme con mentiras. No me ofenderás ni limpiarás tu reputación enlodando la mía. —miró a la gente que, a pesar de la lluvia, se había asomado. Sí que nos gustaba el chisme, hasta mi Nana estaba en el balcón de mi habitación—. ¡Estuve contigo porque ocultaste que eras casado! Y te pongo al tanto, ¡es el fin de esta historia!
Hizo un gesto que se me hizo familiar, pero no supe de dónde. Le dio la espalda con un gran estilo, y subió a mi carro.
—La señora Botero acaba de ver cómo te cachetearon. —Le sonreí—. Ten cuidado con ella. Le encanta tomar un café todas las tardes con tu suegra. Y es la comunicadora estrella del club. —Tenía las mejillas rojas—. ¿Dónde dejaste a tu esposa? —Lo miré con sarcasmo.
—Siempre me has tenido envidia, porque te gané el amor de Ángela.
—Envidiaste nunca, y no me ganaste nada, porque ella no es un trofeo. Es mi amiga. —Le di la vuelta a mi carro para subir al auto. Al hacerlo, la joven estaba limpiándose las lágrimas, con rabia.
—Entonces, Elena, te llevaré a la fundación.
—Fundación, ¿no es un convento?
—La dirección que me diste sí es de un convento, pero también una fundación. Lo sé porque mi tía es la máxima benefactora de las obras de caridad que hacen en ese lugar.
—No lo sabía. ¿Qué obras hacen? —Encendí el auto, y me dirigí a la avenida para meterme en el tráfico.
—Les dan asilo a jóvenes embarazadas, les ayudan a aceptar a sus hijos o les abren el camino a no abortar y dejarlos para adopción.
—¿Adopción?
—Sí, les dan tranquilidad para que no tomen decisiones que luego no puedan soportar.
Ella se quedó callada, yo me concentré en conducir y ella miraba por la ventana para tratar al máximo el ocultar sus lágrimas silenciosas. —Si algo admiraba de las personas era el cómo ocultaban sus lágrimas—. Era una manera de no ser de piedra, pero no me veas con lástima.
No obstante, era evidente que la chica llamada Elena le interesaba a Camilo, de lo contrario no hubiera dejado a Ángela, quien sabe en dónde y bajo qué mentira para venir por ella. Algún día le llegará su castigo y espero estar ahí para verlo comer tierra. —Al mirar a la joven de nuevo, tenía la cabeza recostada en la silla y esa imagen me pareció tan bonita.