




Capítulo 1 - Siempre me mandas limones
Subí al bus que viajaba de la Mesa Cundinamarca para la capital del país, Bogotá. Tenía que ir a hablar con Camilo, él me dijo que podia contar con su ayuda. Todos los días me llamaba, para decirme lo mucho que me amaba, aunque ya teníamos tres semanas de no vernos y no había podido darle la noticia.
Así que ante la discusión con mi tía no tenía más remedio que viajar a buscarlo y contarle que seremos padres. Tenía su dirección en la capital. Y por lo que me decía por teléfono me demostraba que nuestro noviazgo iba firme. Después de todo, ya teníamos siete meses juntos y me mandaba dinero. —Ya no podia quedarme con mi tía, así esa parcera sea de mi padre… —No quiero creeré en las palabras que me dijo.
—Buenos días, joven.
Una monja se sentó a mi lado. Miró mi brazo y al percatarme oculté el enorme hematoma que tenía. Fue el resultado de un palazo que me dio mi tía ayer. Y menos mal puse la mano de lo contrario me habría pegado en el vientre y en mi estado hubiera sudo perjudicial.
—Buenos días, madre.
—¿Todo se encuentra bien? Lo preguntó por el golpe que tienes en el brazo.
—Ya estoy huyendo, espero que a partir de ahora todo vaya bien.
—¿Tienes familia en la capital?
—A mi novio y al padre de mi hijo.
Hace una semana, ante el retraso de mi periodo, me hice la prueba de sangre y dio positiva. Por mi pequeño o pequeña no permitiré un golpe más de parte de la familia de mi tía… ella, no era nada. Ayer en la última pelea que tuvimos me gritó que yo no era hija de quien creía que era mi padre.
Sin embargo, tenía recuerdos de una padre amoroso y dedicado a mí. Mi madre murió al darme a luz… eso era lo que sabia, pero parece que no era cierto mi mundo. De un momento a otro mi vida se convirtió en una novela. Y mira quien será la protagonista —sonreí.
—Me gustaría conocer tu historia, trabajo en una fundación y el tema del maltrato es mi campo. Las jovencitas como tu sueles deprimirse ante los abusos, golpes o insultos de un ser cercano.
—No pierda cuidado conmigo. Yo a esas señoras les saco el trapo rojo y cual toro de corraleja le dijo ole. —la monja sonrió—. A pesar de todo hermana, suelo ver lo bueno de la vida, aunque lloro en ocasiones y me cuestiono, pero al día siguiente con la salida del sol ya me ven sonriendo y lista para los embates de ese día.
—Es bueno escuchar que no te dejas alcanzar de la depresión.
—A pesar de todo, y créame cuando le digo que sé lo que es pasar penurias, aun así, la vida siempre es bella. —Toque mi vientre. Desde que supe de mi estado me encontraba aun más feliz.
Era una mujer de unos cuarenta y tantos años, de ojos chocolates, mejillas sonrojadas y de sonrisa cálida.
—Entonces, ¿no te incomodaría que te pregunte?
—No me molesta, puede preguntar…
El tiempo se pasó muy rápido y hablar con ella de mis experiencias buenas y no tan buenas fue reconfortante. Ya habíamos llegado a Bogotá.
—De todo lo hablado, sé que saldrás adelante. Sonreíste ante las adversidades que has sufrido. Dios parece estar a tu lado.
—Eso se lo agradezco. Y con Dios a veces le digo que no se pase tanto, o por lo menos que me de tregua de pasar una cosa antes de mandarme la otra. —Se echó a reír—. ¿Usted vive aquí?
—En la terminal no. —sonreí—. ¿Qué necesitas saber?
—¿Me puede decir que bus debo tomar para ir a esta dirección?
—¡Caramba!, esto es pleno norte, el mejor barrio de la ciudad. Si pudieras tomar un taxi sería mejor, para que vayas directo. En bus podrías perderte.
—Entiendo.
—¿Tienes para el taxi?
—Claro que sí. Muchas gracias por escucharme.
—A ti por darle conversación a una vieja. Toma. Esta es la dirección de mi congregación si necesitas ayuda de algo, las puertas están abiertas. Solo pregunta por la madre superiora.
—¿Y ella me atiende? —sonrió.
—Yo te atenderé.
Alcé mi ceja y sonreí. Bajamos del bus. Ella se dirigió por un lado y yo con mi morral para el otro. Hacía mucho frío. Iban a ser las ocho de la mañana. Espero encontrarlo en su casa. Tomé un taxi y le di la dirección. Una hora y media después el taxi se detenía en una gran casa de media cuadra, pero estaba encerrada por una pared de más de dos metros. ¿Camilo vivía aquí? Toqué, y un vigilante abrió. —¡Carajos!, ¿su casa tenía vigilancia?
—Buenos días, señorita. —Me subí las mangas del buzo que tenía. —Era una manía cuando estaba nerviosa.
—Buenos días. ¿El señor Camilo Galvis se encuentra?
—El doctor Camilo en este momento va a salir con su esposa para el médico. —Los oídos se me taparon, ¿escuché bien?— Puede dejar la razón o un teléfono. No creo que pueda atender su caso. —El hombre señaló mis manos.
En ese momento la gran reja negra se abrió y vi con mis propios ojos como él ayudaba a una mujer embarazada a subir al carro. Él se subió a su lado y un chofer los iba a llevar… ¿Hasta chofer tenía? —El auto pasó por mi lado y nuestras miradas se cruzaron. Mis oídos seguían tapados. ¿Era un hombre casado? Las palabras de mi tía… bueno, de quien creí que era mi tía, regresaron como dagas de nuevo.
—¿Cuándo vas a entender que tu desde el día en que naciste fuiste un estorbo para todo el mundo? Tu verdadera madre te regaló a los días de nacida a mi hermano que pasaba por el camino, del pueblo donde vivía.
Los oídos se me taparo, era mi defensa, desconectarme un momento para asimilar y esperaba a tomar una decisión.
» Así que lárgate, yo no voy a seguir manteniéndote a ti y al hijo bastardo que llevas. ¿Acaso creíste que no me iba a enterar?
—No creo en tus palabras, y mi hijo tiene un padre.
De la nada tomó un palo y me lo lanzó al vientre, si no hubiera puesto mi mano quien sabe dónde estaría.
—¡No seas tan tonta!, ¿crees que el señor Camilo te tenía para algo serio?, en el pueblo ha tenido muchas novias. Todos saben que tú eras el juego del momento. ¡Lárgate!
—¡Esta es la casa de mi padre! —Le respondí.
—¡Él no es tu padre! Y esta tierra ya es mía por el pago de haberte mantenido por casi seis años. Quien sabe que le habrá pasado, tal vez se olvidó de ti. ¡No te quiero aquí con un hijo, lárgate!
—No te preocupes, mañana me lo hago.
—Señorita, ¡Señorita! —Toda la piel la tenía erizada y no era por el frío—. ¿No puede quedarse aquí, tiene un teléfono para que el señor Camilo la llame?
—No se preocupe, él tiene mi teléfono, solo dígale que Elena Cabrales vino a verlo. Gracias, señor.
No pude dar más de tres pasos y me quedé pegada al piso de la calle. —Miré a todos lados incluido el cielo y estaba gris, solo faltaba que lloviera—. No sabía que hacer. La vida era injusta, por estas situaciones que me pones a enfrentar es que te digo que me des tregua. Solo ayer mi tía me echa de la casa en donde crecí y eran las tierras de mi padre, y ahora me entero de que fui la burla del hombre que amaba.
Estuve con un hombre casado. Casado… —miré a ambos lados de la carretera—. «¿A dónde me voy?» No tenía mucho dinero. —El pecho empezó a hiperventilar ante el miedo que sentí al verme sola en una enorme ciudad, abandonada y embarazada—. Al mirar al frente de la casa del padre de mi bebé había un hombre atractivo, alto, vestido con traje para ir a dirigir un emporio.
Tomaba su café de la mañana y mirándome. Que ironía, ese hombre se veía con su vida solucionada, mientras yo me encontraba desorientada. Esta era las dos caras de una misma moneda llamada vida. —metí la mano en el bolsillo y toqué la tarjeta de presentación que hace unas horas me entregó la monja. —En ese momento comenzó a llover. «Vistes creador de todo, tú te ensañas conmigo… siempre me mandas limones.»