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Capitulo 1 Episodio 6 El Mensaje

Samuel se detiene a observar el suelo, pero no encuentra las marcas de sangre. A pesar de esto, continúa avanzando, mientras Michell ya se encuentra en el pueblo, experimentando un fuerte mareo y náuseas. Dolorida, se detiene para vomitar, apoyando la mano en una pared al finalizar.

Luego, levanta la mirada y examina el entorno, fijándose en las luces de los postes que la iluminan intensamente, causando molestias en sus ojos, ya irritados por tanto llanto. A pesar de ello, finalmente se orienta y susurra:

—Ya sé dónde estoy, ¡Dios mío! Conozco bien esta calle. ¡No puedo creer que aquí es donde vive Zulema! —exclama emocionada, riendo ligeramente a pesar del dolor que siente.

De inmediato, se da cuenta de que está muy cerca de la casa de su amiga, en el sector conocido como Bocón, a la altura del kilómetro 23. Se dirige por la calle en dirección a la vivienda. Sin embargo, los muchachos ya están saliendo del bosque, visiblemente molestos y agotados, y se percatan de una rama quebrada con marcas de sangre. Samuel observa en el asfalto que ella dejó un rastro sanguinolento con sus zapatos.

Ellos deciden seguirlo rápidamente, armados y en movimiento.

—¡Apúrate! —exclamó Samuel—. Ya ha llegado al pueblo, Yefrank.

No obstante, en la casa, todos se encontraban dormidos en sus habitaciones. Zulema estaba acostada con su tableta en el pecho, vestida con un pijama de pantalón largo juvenil, mientras sus padres también dormían, cada uno en su pijama. Su hermano se hallaba en su cuna. Michell llegó a la casa, pero se detuvo, fatigada y sintiendo un dolor intenso que la obligó a recostarse de espaldas contra la pared de la entrada para recuperar el aliento. Se inclinó, tosiendo, y finalmente decidió abrir el portón para entrar. Al caminar, sube las escaleras, rápidamente llama desesperada y golpea la puerta de su amiga.

Ella se levanta sobresaltada y tumba al suelo la tableta que tenía en su pecho. Después sale corriendo de su habitación, pero sus padres, al escuchar el escándalo, deciden levantarse con rapidez. Mientras tanto, en la cuna, el niño se despierta llorando y asustado. Zulema llega hasta la puerta, aunque se detiene a observar primero por la ventana.

—¡Ay! ¡Dios mío! Michell, ¡no puede ser! ¿Qué te pasó? Amiga, te ves mal, estás sangrando mucho. ¡Vale! Los ojos de su amiga reflejaban preocupación al verla tan herida. José Navarro, el padre, se mostraba visiblemente preocupado y asustado al salir apresuradamente de la habitación y corrió por las escaleras, gritándole a su hija. Cuando ella iba a tocar la manija de la puerta, le gritó con urgencia:

—¡No, no, no abras así, hija!

Sin embargo, ella hizo caso omiso de su advertencia y abrió la puerta, ya mirándola. Con los ojos tensos, desvió la mirada hacia su padre.

—¡Papá! Es Michell, ya tranquilo. Pero está muy mal, necesita ayuda.

Al regresar su mirada hacia ella, se da cuenta de que está visiblemente agotada; de repente, se desvanece y cae en sus brazos. Cuando Zulema nota que sus manos están cubiertas de sangre, sus ojos se agrandan de miedo e intenta ayudarla a levantarse, pero no lo logra. Terminan cayendo juntas de rodillas, llorando, y luego la abraza con fuerza.

—¡Amiga!

Mientras Ana Karina Alcántara, la madre de Zulema, salió de su habitación sujetándose la bata, al llegar a la planta baja observó a las niñas abrazadas. Al ver la sangre, lanzó un grito desgarrador, lo que provocó que el bebé llorara aún más. José, al escuchar el llanto, prestó atención a la situación.

—¡Mujer, ve a buscar al chino! Está llorando —exclamaba el hombre—. ¡Voy, amor! ¿Debo llamar a la policía? No me gusta para nada esta situación, estoy muy asustada.

José miró a su esposa, luego volvió su mirada hacia Michell y le respondió de inmediato: Sí, llama a la policía, esto no está nada bien, Michell. ¿Cómo estás? ¡Por Dios!

Ella escuchó que llamarían a la policía, y colocando sus manos al frente, gritó: —"No, por favor, no llamen a la policía, señor José" —suplicó, mientras miraba a Zulema con desesperación y sacaba el celular del bolsillo del pantalón, pidiendo desesperada con la voz envuelta en llanto: —"Zulema, necesito el cargador, ¡ya! Debo encenderlo, por favor, búscalo, es urgente".

Ella continuó llorando, mientras Ana Karina Alcántara sostenía al niño en brazos, visiblemente angustiada y dirigiendo miradas nerviosas hacia su esposo, José, que estaba al borde del colapso emocional. Ana pregunta:

—¿Qué se va a hacer, amor? ¡José, por favor, reacciona! —termina gritándole, pero él no responde; solo observa a la niña y, con voz baja y preocupada, le pregunta: —"Michell, ¿quién te hizo eso?" —Habla con una expresión de miedo en su rostro mientras se da la vuelta para regresar. Se pasa la mano por la cara y comienza a caminar de un lado a otro, nervioso, hasta que finalmente se detiene y pronuncia algo. —Tu estado está mal, ¿por qué no consideramos llamar a tus padres? Es lo más adecuado.

Ana observó a su hija y le dijo: —"Ve, busca rápidamente el cargador que te solicito." Ella extendió la mano y la agitó para que su hija se moviera rápido. Zulema, con una expresión de preocupación, asistió y, obedeciendo de inmediato, se dirigió temblando hacia su habitación. Abriendo el cajón, comenzó a revolver su contenido hasta que finalmente encontró el cargador. Salió corriendo de la habitación y se lo entregó.

—"Amiga, aquí tienes el cargador. ¿Qué sucedió? Dime..." —susurró.

Michell comenzó a buscar un lugar donde cargar el celular, dejando escapar un leve suspiro. Zulema la observa, dirigiendo la mirada hacia su madre antes de regresar. Mientras tanto, José mueve las manos, observa la puerta y, al ver la hora en el reloj de la pared, rueda los ojos al notar que ya son las 2:30 AM, sumido en sus pensamientos y visiblemente nervioso ante la situación que enfrentaba.

Michell logró colocar el teléfono en carga, apoyándolo contra un muro mientras un susurro tembloroso escapaba de sus labios: —¡Enciende, por favor, enciende!

Sus ojos no se apartaban del dispositivo, mientras sus manos temblaban. Nerviosa y con la mano cubierta de sangre, dejó una marca en el mesón con sus dedos, mientras su cuerpo mostraba evidencias de haber sido golpeado. Apenada y desbordada por el dolor, lloraba y, en un arrebato de furia, golpeó el mesón, inclinando la cabeza debido al intenso dolor que se agravaba con cada movimiento de su pierna. Ana levanta la mirada, sorprendida al ver entrar a dos jóvenes armados, abriendo los ojos en estado de temor y pánico. Al dirigirse hacia la casa, grita y rápidamente gira sobre sus pasos, corriendo con su bebé en brazos. Se desplaza apresuradamente hacia una de las habitaciones al final del pasillo, rozando su cuerpo y tumbando un cuadro en el camino.

Mientras tanto, el niño, llorando, voltea lentamente para observar a uno de los jóvenes que levanta su arma y les apunta. Finalmente, Ana llega a la habitación y deja la puerta entreabierta, sosteniendo un teléfono fijo. Yefrank la observa mientras la apunta y le habla con voz alta. —¡Eh! Señora, señora, ¿a dónde va? ¡Espere, no lo haga! ¡Suelte el maldito teléfono de inmediato! No se lo repetiré, suéltelo, por favor. ¡Suéltelo, maldita sea! ¡Ahora mismo! —gritó desesperado, sintiendo un profundo temor en su mente ante la posibilidad de que llamara a la policía.

Intentó alentarla nuevamente, pero ella no le prestó atención al llamado y abrió la boca para comunicarse en la llamada.

—¡Hola! ¡Hola, 911! ¿En qué le puedo ayudar?

Ana Karina escucha el llamado y de inmediato se da la vuelta con el teléfono en la mano, momento en el cual recibe un disparo directo en la cabeza. No obstante, la bala la atraviesa, impactando contra el espejo, provocando un estruendoso estallido de cristales y salpicando de sangre toda la escena. Al sufrir el impacto, ella deja caer al bebé de sus brazos, quien cae sobre la cama llorando.

José, visiblemente molesto, se lanzó desesperado sobre Yefrank. Sin embargo, este reaccionó rápidamente, girando la mano con el arma y disparándole en el pecho. Por otro lado, un proyectil entró por la ventana de manera sorpresiva, impactándolo directamente en el ojo izquierdo, lo que provocó que su cuerpo se desplazara contra la pared antes de caer al suelo en una posición sentada.

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