Read with BonusRead with Bonus

Capítulo 3

POV SIENNA

Estoy helada, mirándolo, con el corazón en la garganta y el cuerpo traicionándome por completo mientras sus palabras resuenan en mi cabeza como algo que no puedo apagar, un trueno que sacude todo lo que soy.

Mi mente vuela, se estrella contra mil pedazos, se enreda en sí misma porque cuando dije "No están mojadas" fue una mentira estúpida, un impulso de pura vergüenza, algo que tiré al aire para cubrir lo mucho que me afecta tenerlo así, tan cerca, con esa voz que me deshace y esos ojos grises que me clavan como si ya fuera suya.

No esperaba que él lo tomara en serio, que quisiera comprobarlo con sus propias manos, que se metiera ahí como si tuviera todo el derecho del mundo a hacerlo. ¿Qué pensé? ¿Que se reiría y lo dejaría pasar, que me dejaría salir corriendo con mi dignidad intacta? No, no con él, no con Kieran Blackwood, y ahora lo miro como una idiota, mis muslos temblando apretados uno contra el otro, mi cara ardiendo tanto que siento el calor subir hasta las orejas, el sudor pegándome el pelo al cuello, y esa sonrisa lenta, peligrosa, se extiende por su cara como si ya supiera cada rincón de mi mente, cada secreto que intento esconderle, aunque mi cuerpo lo grite a pleno pulmón.

—Tengo que confirmarlo —dice con esa voz baja que me atraviesa, un murmullo que se mete bajo mi piel y me hace temblar más.

No me da tiempo a reaccionar, no me da tiempo a inventar otra excusa tonta para detenerlo, no me da tiempo a nada porque sus manos ya están en mi cintura, firmes, seguras, con una calma que me enloquece y me hace querer gritar. Siento el roce de sus dedos contra la tela de mi falda, un contacto tan ligero que parece un susurro, pero tan eléctrico que un jadeo se me escapa sin permiso, y mi cuerpo se tensa como si supiera lo que viene, como si lo estuviera esperando desde el momento en que lo vi en esa sala de presentaciones. Él empieza a deslizar las manos hacia abajo, hacia el borde de mi ropa, hacia donde no debería ir, pero donde mi piel parece rogarle que llegue, y lo hace despacio, tan despacio que cada segundo es una tortura que me quema desde adentro, un fuego que sube por mi columna y me hace apretar los puños hasta que las uñas se me clavan en las palmas.

—Kieran, espera… —susurro, pero mi voz es un hilo débil, un ruego que se pierde en el aire porque no quiero que pare, no de verdad, y él lo sabe.

Ansío sentir su mano, su toque, mi humedad lo reclama.

Él no se detiene, solo me mira con esos ojos grises que me desnudan mientras sus dedos encuentran el elástico de mis bragas y se cuelan debajo, lentos, tan lentos que siento cada roce como una corriente que me sube por la espalda y me hace arquearme sin querer. Mi piel se eriza cuando su calor toca la mía, sus dedos rozan primero la parte baja de mi vientre, suaves y decididos, y bajan más, deslizándose por la carne sensible que ya está húmeda, que lleva pidiéndolo desde que me miró así por primera vez, desde que sentí que me veía de una forma que nadie más ha hecho nunca. No puedo moverme, apenas respiro, solo siento cómo se abren paso entre mis pliegues, separándolos con una delicadeza que no pega con la intensidad de su mirada, como si quisiera saborear cada pedacito de mí que se rinde a él, cada rincón que no puedo esconderle, aunque lo intente con todas mis fuerzas.

Un gemido se me escapa, pequeño pero incontrolable, y él lo escucha, lo sé porque esa sonrisa suya se hace más profunda, más oscura, mientras sus dedos se hunden más, explorando la humedad que no puedo negar, acariciando con una presión que me hace arquear la espalda y cerrar los ojos por un segundo antes de abrirlos otra vez, atrapada por él. Es demasiado, demasiado intenso, sus dedos se mueven con una precisión que me desarma, rozando justo donde mi cuerpo lo pide, aunque mi cabeza grite que esto está mal, que no debería dejarlo, que no soy suya para que me haga esto, pero no puedo parar, no quiero parar, y él lo sabe, lo siente en cada temblor que me sacude. Su pulgar encuentra ese punto que me hace jadear más fuerte, lo acaricia en círculos lentos, deliberados, mientras sus otros dedos se deslizan más adentro, abriéndome, llenándome de una forma que me hace sentir expuesta y viva al mismo tiempo, un placer que me recorre como una ola y me deja temblando en sus manos.

Mis piernas tiemblan tanto que creo que voy a caerme, mi aliento sale en jadeos cortos que no puedo controlar, pero él me sostiene con la otra mano en mi cadera, firme, fuerte, como si supiera que estoy a punto de derrumbarme bajo él, como si quisiera que me derrumbara, que me entregara por completo.

—Mírame, Sienna —dice, y su voz es un gruñido suave que me obliga a obedecer, un mandato que no puedo ignorar.

Levanto la vista, nuestros ojos se encuentran, el placer se mezcla con la vergüenza mientras sus dedos siguen moviéndose, sacando más de mí, más humedad, más de lo que nunca quise mostrarle, más de lo que nunca pensé que podía sentir, y no sé cuánto tiempo pasa, segundos o una eternidad, pero de repente se detiene, sus dedos se deslizan fuera de mí con la misma lentitud con la que entraron, y siento un vacío que me duele casi tanto como el placer que me dio, un vacío que me hace querer rogarle que vuelva aunque no lo haga. Mi respiración es un desastre, mi cuerpo sigue temblando, mis manos sudan tanto que las paso por mi falda sin pensar, y entonces él levanta la mano frente a mi cara, sus dedos brillan, están mojados, cubiertos de mí, de mi propia entrega, de mi propia traición, y me los muestra como si fuera una prueba irrefutable, una victoria que no puedo negarle.

—Mentirosa —dice, y hay un brillo en sus ojos que me hace querer esconderme, pero no puedo, estoy atrapada por esa mirada, por la forma en que me ve, como si me conociera mejor que yo misma.

Mi cabeza da vueltas, mi corazón late tan rápido que duele, pensé que esto era por el programa, por mi proyecto, por algo que tuviera que ver con Aether, pero ahora veo que no, que es por esto, por la forma en que me miró desde el primer día, por la forma en que mi cuerpo lo llama, aunque mi cabeza diga que no.

—Bueno… perdiste la oferta, sí estabas mojada—dice, y me quedo helada, mi boca se abre, pero no sale nada, mis pensamientos se enredan más—. Estás descalificada, Sienna.

¿Descalificada? Mi mente se rompe, no sé si habla del programa o de algo más, no sé qué significa, pero el shock me golpea tan fuerte que siento que el mundo se tambalea, que el suelo se mueve bajo mis pies, no soy su empleada, solo una becaria, y esto no debería doler tanto, no debería sentirme como si me arrancaran algo, pero duele, duele que me saque de su juego después de meterme tan adentro con solo sus manos, después de hacerme sentir así.

—Pero… yo… —balbuceo, mi voz es un desastre, mis pensamientos también, mis manos tiemblan mientras intento agarrarme a algo, a la puerta, a mi dignidad, a lo que sea.

Él no dice nada más, solo me hace un gesto con la cabeza hacia la puerta, como si me estuviera echando, como si ya hubiera terminado conmigo, y no tengo fuerzas para pelear, no tengo fuerzas para nada, mis piernas tiemblan mientras camino hacia afuera, mi cuerpo todavía ardiendo, mi cabeza hecha un lío, mi aliento saliendo en ráfagas cortas que no puedo controlar. Llego a la puerta, mis manos sudan tanto que casi no puedo girar la manija, el metal se siente frío contra mi piel caliente, y antes de salir miro hacia atrás, no sé por qué, tal vez esperando que diga algo, que me detenga, que me dé una explicación, pero lo que veo me corta el aliento: él está ahí, de pie, mirándome con esos ojos grises que me persiguen, y entonces lleva los dedos a su boca, los mismos dedos que estuvieron dentro de mí, los lame despacio, su lengua rozando la humedad que dejé, saboreándome como si fuera algo que no puede soltar, como si fuera un postre que quiere terminar, y esa imagen es tan sucia, tan perversa, que un escalofrío me recorre la espalda, un calor nuevo entre mis piernas que me avergüenza aún más, que me hace querer correr y quedarme al mismo tiempo.

No dice nada, solo me mira mientras lo hace, sus ojos clavados en los míos, y yo abro la puerta y salgo corriendo, mi corazón latiendo tan fuerte que creo que va a explotar, mis pasos torpes resonando en el pasillo de la empresa como si fueran los de alguien más. Camino como si estuviera en un sueño, mi respiración entrecortada, mi cuerpo temblando todavía, no entiendo qué pasó, no entiendo por qué me siento así, descalificada pero deseada, rechazada pero marcada, y mientras llego al ascensor y presiono el botón con dedos que apenas obedecen, esa imagen de él lamiendo sus dedos se queda grabada en mi cabeza.

Previous ChapterNext Chapter