




Capítulo 2
POV SIENNA
Mientras los demás becarios terminan sus presentaciones, yo estoy sentada aquí apretando mis notas contra mi regazo como si fueran lo único que me mantiene cuerda, mi cabeza no para de dar vueltas desde lo que pasó con mi exposición, Kieran habló después de mí, dijo algo sobre mi idea, pero ahora que los otros suben al frente con sus voces seguras y sus gráficos perfectos él no abre la boca, se queda al fondo mirándolos sin mover un músculo, y yo no dejo de pensar por qué solo opinó sobre la mía, mi estómago se hace un nudo cada vez que lo miro de reojo, seguro fui la única que lo hizo tan mal, tan desastrosa que tuvo que decir algo, esto debe ser mi último día en Aether Enterprise antes de que me echen sin darme chance de empezar, me imaginé mil veces entrando al programa, haciendo algo importante, pero ahora solo pienso en cómo salir de aquí sin que me vean llorando.
Cuando el último becario termina, la sala se llena de murmullos, todos recogen sus cosas y se levantan, pero yo no me muevo porque no puedo, mis piernas están pegadas a la silla, mis ojos se van solos hacia él, Kieran sigue sentado y me mira, siento que me clava en el asiento, esos ojos grises me atrapan, no puedo apartar la vista aunque quiera, mi cuerpo tiembla con un temblor chiquito, constante, mi respiración se atora en la garganta, los demás salen uno por uno, sus voces se apagan, yo sigo aquí atrapada en esa mirada que no entiendo, estamos solos, la sala queda vacía, el silencio me pesa tanto que siento que voy a quebrarme, él se levanta despacio, mi corazón da un salto.
—Acércate —dice con esa voz baja y tranquila que me golpea como si hubiera gritado.
Intento ponerme de pie, pero mis piernas no responden bien, choco con el borde de la silla, mis notas se caen al suelo, juro que escucho una risa suave como un ronroneo que viene de él, aunque su cara no muestra nada, señala una silla a su derecha a un metro de donde estaba antes, camino hacia allá con mis piernas como si fueran de algodón, me siento tratando de no mirarlo demasiado, pero es imposible porque está tan cerca, el aire se siente más pesado.
—Explícame otra vez lo que dijiste antes, me gustó la idea —me dice, apoyando un codo en la mesa.
Mi cabeza se queda en blanco, ¿otra vez?, abro la boca pero las palabras salen torcidas, mi voz tiembla tanto que apenas me reconozco, no recuerdo la mitad de lo que dije antes, mi mente es un caos, él está ahí sentado tan cerca que siento el calor que sale de él, cada vez que respiro creo que se acerca más aunque no lo veo moverse, mi pecho sube y baja rápido, mis manos sudan tanto que las escondo debajo de la mesa, sigo hablando tartamudeando, inventando palabras cuando no encuentro las correctas.
—Eh… sí, bueno, es sobre… las comunidades, las que… las que se mueven por las minas, hice un mapa y… y pensé en esos corredores, para que no pierdan sus… sus cosas, sus tradiciones, es como… como darles un puente, no sé, para que sigan siendo ellos, aunque estén en otro lado —mi voz se apaga sola, levanto la vista, me doy cuenta de que su rostro está cerca, demasiado cerca, estamos a centímetros, sus ojos grises me atrapan como si no hubiera salida.
Mi piel se eriza, siento un calor que sube desde mi cuello hasta mi cara, tenerlo así tan cerca es como si me envolviera por completo, huele a algo oscuro como madera y humo, su presencia me aplasta, me hace sentir pequeña y viva al mismo tiempo, quiero apartarme pero no puedo, sus labios están ahí firmes, por un segundo pienso que podrían rozarme aunque sé que es una locura, entonces se pone de pie, me mira desde arriba, es alto, imponente, con los brazos cruzados y esa calma que parece esconder algo feroz, su figura me golpea fuerte, como si fuera un gigante y yo una cosa diminuta temblando bajo su sombra, la luz de la sala le pega de lado, su cara queda medio iluminada, esa cicatriz fina en la mandíbula parece más marcada ahora, mi corazón late tan rápido que duele, siento que me arrastra solo con estar ahí tan grande, tan seguro.
Me quedo sentada un segundo más, pero luego me levanto también porque no soporto sentirme como un conejo asustado frente a un lobo, aunque eso es exactamente lo que soy, él me saca una cabeza y algo más, la diferencia me marea, me hace sentir aún más frágil.
—Vamos a mi oficina —me dice y empieza a caminar sin esperar que responda.
Lo sigo en silencio quedándome atrás, mirando su espalda ancha mientras se mueve, pero entonces se detiene y gira un poco esperando hasta que estoy a su lado, eso me pone más nerviosa porque ahora caminamos juntos, mis pasos se sienten torpes al lado de los suyos, abre la puerta de su oficina y me deja pasar primero, entro, el lugar es oscuro con paredes lisas y muebles que parecen caros sin hacer ruido, no me ofrece sentarme, se quita la chaqueta dejándola en una silla, se sube las mangas de la camisa, mis ojos se van solos a sus brazos, hay tatuajes ahí, líneas negras que serpentean bajo su piel, algo que nunca salió en las revistas, mi pecho da un tirón, siento un cosquilleo caliente entre las piernas que me toma por sorpresa.
Él… tiene tatuajes.
Se para frente a mí demasiado cerca otra vez, me toma la barbilla con dos dedos levantándome la cara, sus ojos me atraviesan, mi respiración se corta.
—Dilo de nuevo —me ordena y su voz es un murmullo que me eriza la piel.
Abro la boca y empiezo a hablar repitiendo mi idea otra vez, es sobre las comunidades, los corredores, para que no pierdan, no sé ni lo que digo, él empieza a caminar de un lado a otro, yo no puedo dejar de mirarlo, es tan sexy que duele, sus brazos con esos tatuajes que no esperaba se mueven mientras cruza la habitación, todo en él, su manera de estar, de mirarme, me enciende de una forma que no quiero admitir, sigo hablando pero mi cabeza está en otra parte, perdida en cómo se siente tenerlo tan cerca, en lo que me hace sentir sin siquiera tocarme.
Se detiene frente a mí otra vez, mi voz se apaga.
—Es bueno, te haré una oferta —me dice y hace una pausa que me mata.
—¿Oferta? —pregunto y mi voz sale débil, confundida.
—Sí, si tus bragas no están mojadas, haré el proyecto —responde y sus ojos bajan por mi cuerpo un segundo antes de volver a mi cara.
Mi cuerpo se tensa, cierro los muslos sin pensarlo, mi cara arde, un rojo que siento hasta las orejas, puedo notar la humedad entre mis piernas, mis labios resbalosos solo por mirarlo, por tenerlo así frente a mí, es vergonzoso pero real, miento de todos modos.
No puedo… admitir que este hombre me ha hecho estremecerme sin tocarme, que mi respiración se acelera con tan solo mirarlo o que su voz provoca que mi vientre tiemble.
—No están mojadas —le digo y mi voz tiembla delatándome.
Él ladea la cabeza, una sonrisa lenta, peligrosa, aparece en su cara.
Ni siquiera pienso en por qué me ha dicho eso o cómo se atreve a mencionar mi ropa interior… porque yo, simplemente, me siento demasiada absorbida por él. Esa es la realidad.
Vine por otra oferta que no era esta… Pero resulta que la que él me ha ofrecido me parece más atractiva.
Esta no soy yo, es lo que su presencia ha creado.
Mierda.
Estoy jodida.
—Tengo que confirmarlo —me dice y su voz baja tanto que siento que me toca.
¡Sí! Estoy jodida.
Me quedo helada mirándolo, con el corazón en la garganta y el cuerpo traicionándome por completo, no sé qué hacer, no sé qué decir, solo sé que estoy perdida y él lo sabe.