




Paralitico
Unos ojos azules, aterciopelados, centro la mirada en la profesora suplente que entro en el aula. El barullos, risas y cosas cayendo al piso, el silencio se hizo más fuerte cuando la profesora camino hasta la mitad del pizarrón.
—Tomen asiento, por favor guarden silencio. —reprendió a un descontrolado grupo de adolescentes.
Tomo una tiza y comenzó a escribir la lección para el día.
Repasar lo de la clase anterior y avanzar un capítulo más de su libro de lectura semanal, realizar un resumen y análisis …
—Profesora Lindsay —la chica de ojos azules, Noa Price, levanto la mano preocupada por la ausencia del profesor Adriel—¿Y el profesor Attaway?
—No podrá asistir, anoche sufrió un accidente automovilístico. —Dijo con pesar, la indicación era ser reservados con el suceso —esperamos sé recupere pero el panorama no es muy alentador.
La clase se quedó en silencio sepulcral un segundo, enseguida comenzaron a intercambiar opiniones, todos menos Noa que sintió el pesado dolor cargando su entrañas de angustia y su corazón oprimirse, un zumbido entro en sus oídos, el tiempo se detuvo a su alrededor, al igual que el bullicio.
Tomo su mochila y salió del aula, un minuto más sin saber el estado en el que se encontraba la mataría antes de ser ella un poco de aliento.
**
Una lágrima se escapó al verlo en la cama del hospital, conectado a agujas en los brazos, máquinas con sonidos constantes y pausados, cabeza cubierta de vendas y varios moretones y raspones en el rostro.
Con un traje especial le permitieron la entrada, tuvo que mentir para que pudieran dejarla pasar.
—¿Es su familiar?
—Si, yo soy… —su alumna, su novia, su amante —Su hermana.
Dijo después de darse cuenta, que no era nada en realidad en su vida, una tonta que se habia enamorado de él y que su amor era prohibido.
Compartieron varias tardes en la biblioteca hablando de libros, de poesía, compartiendo autores, descubriendo entre risas inocentes cuanto congeniaban en gustos. Amaban las mismas cosas y gustaban de las misma música.
Sus miradas fueron cambiando entre uno y otro día tras día, sus sonrisas tímidas por parte de ella y seductoras por parte de él, sus sentimientos también cambiaron hacia algo prohibido.
Su conexión se profundizo cuando inocentemente ella le robo un beso, delatando los sentimientos que profesaba por Adriel, el académico reacciono de inmediato ante un acto inmoral, la aparto sin dejar de mirar sus ojos, el instante se paralizo, habia disfrutado de aquel delicado manjar, su corazón estaba latiendo como el de un adolescente calenturiento, y aquella tierna mirada ingenua lo cegó.
Ambos se buscaron nuevamente, con más ímpetu, con más ganas, con deseo aferrándose, friccionando el calor de sus cuerpo sudorosos.
Aquella tarde la pasión los poseyó, hicieron él amor en la biblioteca de la universidad, un desliz del que su profesor se arrepintió y por lo que él se alejó de ella completamente, rechazando todo intercambio incluso sobre el mismo taller de literatura que el impartía.
Noa perdió su virginidad en los brazos de Steve Adriel Attaway quedando después en una desolación, mirándolo solo de lejos. Pero sin el más mínimo remordimiento.
—Cuanto mas va a huir de lo que siente profesor. —se limpio las lagrimas de los ojos —luche contra la muerte no contra lo que siente por mí.
—La visita terminó. —una enfermera llamo su atención, solo pudo estar con el cinco minutos.
Ella volteo a ver a su profesor, con unas sonrisa entre lágrimas, acaricio su frente y un poco de sus sedosos cabellos castaños.
—No mueras Adriel,—le susurro al oído —Si lo haces iré tras de ti.
Luego dio un beso en su mejilla. Se aparto de él y salió de la habitación.
Un segundo después de que la puerta se cerrará y se quedara completamente solo, los ojos de Adriel se abrieron.
Afuera él médico estaba hablando con la señora Georgina, la esposa de su profesor. Esa mujer un poco más joven que Adriel elegante, y de exuberante galantería, se cubría la boca y no para ocultar un expresión de sufrimiento.
Sus ojos miraban con una esperanza maligna.
—No es posible, no él no lo va soportar… —Fingió perder las fuerzas de sus piernas y casi desmayarse, Michael tuvo que intervenir para sostenerla, pero lo hizo con una cara de fastidio.
— Realizaremos más estudios, pero… tengo que advertirle… —El médico se lamentaba del sufrimiento de la señora Attaway —el panorama no es alentador, él señor Attaway vivirá el resto de su vida atado a una silla de ruedas… lo lamento.
Noa se dejó caer en el piso detrás de un pilar, conocía a Adriel y sabía que eso lo derrumbaría, necesitaba mucho apoyo para salir adelante.
Y ella no podría dárselo ella no podía estar cerca de su profesor.
—¿Puedo entrar a verlo?
—Por supuesto, una enfermera la llevará para que se aliste. Me han dicho que durante la noche no dejo de llamarla señora —La mujer sonrió —. Por favor que la visita sea breve.
Georgina volvió la mirada atrás, Michael estaba sonriendo, el profesor era un idiota que aun después de descubrir su infidelidad la seguía llamando.
Aún lo tenía en sus manos.
Después de unas semana en el hospital Adriel habían vuelto a casa, no tenía a donde ir, y Gina no tenía más opción que cargar con el bulto de su marido, no iba a permitir que fuera se cuchicheara de su mala entraña al abandonar al tullido.
Las miradas sobre el las encontraba diferentes, lastima y compasión, y el silencio aún más profundo y prolongado, odiaba esa sensación de miseria.
—¿Quiero el divorcio? —dijo partiendo el sepulcral silencio, no alzo la vista para mirarla.
Gina no reaccionó de inmediato, ordeno a todos los sirvientes que se retiraran.
Georgina se quitó la máscara, Adriel no dejaba de mirarla como una ramera, la imagen de su esposo se había reducido a la más repugnante escoria.
—A dónde piensa ir, eres un inútil no tienes familia, eres un maldito huérfano.
—¿Por qué?
—¿Qué?
—Por qué fingiste que me amabas, que ganaste engañándome, enamorándome.
—Creí que eras mas inteligente pero te dejas llevar tan fácilmente por sentimentalismo tontos. — —La fabrica de mi abuelo, debía de ser solo para mí, la herencia de mi abuelo me pertenecía solo a mí, tú eras solo un recogido, no tenías derecho a la mitad de su herencia.
—Acabemos con esto ¿Qué es lo que quieres?
—Renunciarías todo, a la fábrica, a la herencia, estas dispuesto a perderme a mi
—Si —respondió fuerte sin dudarlo ni un solo segundo.
Se dio la vuelta
—No seas estúpida Georgina, que es esto… tu no... no, no, no, tú no puedes sentir esto, —se agarro el pecho, estaba dolida y una lagrima se acumulo en sus ojos —no puede sentir algo por ese maldito bastardo.