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Capítulo 5

Un año atrás.

Mi cuerpo me picaba entero. Justamente el día anterior había estado en los Emiratos árabes y me dió por hacerme un tratamiento extraño que sinceramente ni escuché qué tanto prometía, pero accedí para probar la experiencia: error.

Me dejó la piel hecha un desmadre. Estaba roja, irritante y escamosa. Y hoy era el bautizo de las gemelitas de Lisa y Max.

¿Por qué se me ocurrió en ese instante que era una buena idea? Mi dermatólogo bien me había advertido no hacerme ningún tratamiento invasivo del que no tuviera conocimiento. Pero ahí fui como una boba a vivir la experiencia de quedar pareciendo pollo recién matado y hervido. No fui capaz de caer en algún remedio casero y terminar de joderme la piel. La lección ya estaba aprendida.

Nada más me puse crema para aliviar la comezón, pero parecía que no me eché nada porque seguía igual. El vestido ya estaba por supuesto descartado. Era un arma mortal para mí sensible piel.

Carajo.

¿Y ahora qué? No tenía nada cómodo para ponerme. A menos que la camisa del PRI fuera una buena opción. No, no. Me negaba a dejarme vencer por mi estupidez. Busque por todo mi armario, y cuando iba a desistir, encontré algo que quizás funcionaria. Era un pantalón negro de vestir de hombre, creo que del tipo que trató de robarme y resultó robado, porque me quedé con su mochila. Me quedaba casi bien, pero tuve que atarlo con un cordón de mis tenis. La tela de algodón ayudaba muchísimo a no sentir mis piernas tan irritables.

Busque mi suéter color lila de cuello de tortuga, no quería que me diera el sol. Según mi derma, podría ser que si me da el sol, me queme; mejor prevenir que lamentar. Opté por unas alpargatas azul marino con calcetines.

«Ok, no soy la epítome de la moda... Pero parezco algo decente. Nadie puede ver ni un cachito de piel roja».

Afortunadamente, fui algo sensata al menos en algo: mi cara nadie la tocó. En eso sí tenía cuidado, el cuerpo como quiera. ¿Pero la carita? Con guantes de seda. Esta vez el cabello lo tenía pintado de un cobrizo intenso, pero estaba bonito. Me maquille un poco, nada para parecer foco, solo para no verme tan culera.

—No eres una diosa éste día, pero al menos sigues teniendo piel.

Y que tanto. Tan solo de imaginar todos los peligros a los que estuve expuesta, ya podía ir agradeciendo que con un poquito de tratamiento para contrarrestar los efectos en unos meses estaré como si nunca hubiera sido tan idiota.

—Señorita Sandoval.

A la puerta, estaba quien había cuidado de mi y mi hermano cuando mis padres trabajan hasta tarde desde que tenía uso de razón. Matilde era una señora de cincuenta años que podía pasar por mi abuelita.

—Nana, por favor dime que no me veo tan horrible —pedí, haciendo un pequeño puchero. Era bueno que alguien fuera sincero conmigo, para variar.

Ella suspiro.

—Sabes que eres hermosa, uses lo que uses. Eso se lo puedes agradecer a tu madre —respondió, con una sonrisita.

Rodé los ojos.

—Ya está bien. Eres como mi abuelita Geraldine, a sus ojos, incluso sucia y mal vestida soy hermosa. ¡No es justo!

No solía ser así frente a nadie. En mi casa usualmente no podía ir buscando compasión, amor, atención. Oh, no. Los Sandoval Guardiola no podían demostrar ningún asomo de debilidad, de ser menos que alguien de clase alta.

Cuando mi nana fue para atender otras cosas, me permití sentir un poco de tristeza por mí. Sí, jodida niña rica que no era querida por sus padres y era prisionera de sus expectativas y demandas.

Ya había oído como una chica que creí era mi amiga, se burlaba de mí.

«Tienes todo lo que cualquier mexicano promedio quisiera. ¿Por qué te quejas tanto? Cuánto sufrimiento debe ser vivir en una especie de palacio, vistiendo ropa de diseñador y parecer muñequita de aparador. Cuando me deposites, me avisas. Muak»

Siempre me buscaban para eso. A excepción de Lisa, Esme y Nathanael... Me sentía sola. Como una muñeca que viene con biografía, personalidad incluida. Ya estaba decidido que no tenía porqué sufrir, que gozaba de la vida que me había tocado y que solo buscaba atención.

Una lágrima rodó por mi mejilla. Jamás he podido demostrar en realidad quien soy, lo que valgo. Jamás he sido más que la hija de los Sandoval, mimada, rica y vanidosa. Con el único propósito de vestir las mejores marcas, lucir guapa, perfecta y casarme con algún otro hombre privilegiado. No tenía derecho a buscar cariño o amor. Esas cosas tan banales no tenían ni cabida en una plática normal. Las reuniones con los amigos de mi familia siempre caían en lo mismo.

«¿Ya viste el último bolso Channel?»

«¿Te compraron la joya del diseñador famoso?»

«¿Tus padres van a heredarte la compañía?»

Y la más repetida: «¿Con cuál hombre piensas casarte? Ojalá no sea ningún nuevo rico... Ah, por cierto, te presento a mi hijo».

Todo era un círculo vicioso. Odiaba éste tipo de mundillo que para los demás era un privilegio. Porque para mí, era una cárcel de oro con la llave escondida. Pero me puse la mejor sonrisa, me volví a retocar el maquillaje y salí por la puerta con el andar que me habían enseñado desde pequeña. Poderosa e intocable. Mi solo apellido debería darme motivos para mantener la cabeza bien alta.

Cuando llegué abajo, mis padres ya estaban ahí. La mirada de ellos fue de espanto.

—¿Qué es eso, Melina? —cuestionó mi madre, cruzada de brazos

Hice una mueca.

—Nada de gestos extraños en tu rostro. Nunca debes mostrar tus emociones a los demás, sabes que es una...

—Debilidad innecesaria —complete entre dientes—. Sí, lo sé. Tengo un problema con mi piel, y como ustedes mismos dicen, nadie debe saber lo que hay debajo de mi piel. Así que ésta es la mejor manera de ocultarlo. ¿Podemos omitir la conversación? Pasado mañana no tendrán que seguir sufriendo con mis humillaciones.

Mamá frunció los labios, y papá asintió sin mirarme a los ojos.

—Nada más no nos pongas en ridículo.

Traté de no mirar a mis padres en la limusina mientras llegabámos al salón donde se llevaría a cabo todo. Sería la madrina, y el hermano de Max el padrino. Nunca habíamos cruzado una sola palabra, pero ahora iba a estar ligeramente emparentada.

Saludé a las chicas nada más llegar, Zarek ya estaba grande. Era un hombrecito guapo y encantador, con apenas dos añitos lograba volverme loca de amor y ternura. Ni que decir de las gemelitas de un año, tan preciosas con su ropita blanca de encaje y calcetas con volantes. Las diademas hechas de flores adornaban sus bellísimos cabellos rubios.

—¿No ibas a traer un vestido? Digo, estás bellísima, Mel. Pero en el chat mandaste foto de un vestido tan extravagante que me sorprendes —dijo Lisa.

—Sí, hasta dijiste que quizás conseguías echarle el lazo a algún griego millonario —añadió Esmeralda.

Ambas vestían unos preciosos vestidos tradicionales con diseños de flores. El de Lisa tenía fondo negro, las decoraciones eran flores de distintos colores. El dobladillo de la falda era blanco, usaba una peineta de flores rosas que acentuaba el color rubio de su cabello. Entre tanto, Esme vestía un top de fondo negro con flores rosadas, azules y amarillas, tenía olanes. La falda era similar a la parte de arriba, acentuaba su cintura, y al final un vuelo ligero que dejaba ver sus tacones blancos.

Hice un gemido, tapándome la cara con las manos.

—Era un vestido tradicional carisimo que no podré usar porque mi piel está horrible.

Alce el suéter, dejándoles ver mi estómago rojo y pelado. Ambas lanzaron unas exclamaciones, que lograron atraer la atención de varias personas. Entre ellas, un hombre bastante parecido a Max.

Me cubrí con rapidez, apenada.

—Exacto. Estoy horrible, no podía usarlo por lo ajustado y esto fue lo único que no me hacía querer sacarme la piel a punta de arañazos —me excusé.

Ambas me trataron de consolar, diciéndome que eso no me hacía menos hermosa.

—Además, solamente vinieron unos cuantos amigos de Max y Alistaír que son muy agradables.

—Sobretodo su hermano —se rió Esme.

Lisa le dió un codazo, sonriendo.

—Calla, es un buen chico... A veces.

Aunque queríamos seguir platicando, el bautizo debía comenzar ya. Todo fue en orden, incluso conocí al hermano de Max.

Y me quedé ahí como estúpida mirándolo unos minutos que me parecieron eternos. ¿Me presentaba? ¿Qué digo? No sabía bien si saludar o no, porque su mirada no era especialmente una invitación. Pero llevamos bien lo del bautizo, ninguno cometió ningún error.

Y cuando terminó, todos se fueron por su lado a comer o bailar. Los niños estaban cansados, así que las nanas los llevaron a dormir en algún cuarto del rancho. El ranchito era de Lisa y Max para cuando venían a México, y era muy bonito.

Me acerqué un poco, él estaba de espaldas platicando con unos amigos de Max.

—Eh, hola. Soy Melina. Quizás no nos presentaron, pero soy la madrina —murmuré tímidamente.

Él se dió la vuelta, y me miró de pies a cabeza lentamente. Hombre, date gusto.

—Hola, soy Alexei. Un placer. ¿Quieres una copa?

Y ahí fue cuando todo se fue al carajo, porque después de esa copa vinieron más... Y más. Copas que hicieron que terminaramos en algún cuarto del rancho.

Supe que no tuvimos nada que ver, porque al día siguiente me sentí normal. También supuse que fue con él

porque dejó su celular. Y aunque no recordaba ni madres, supuse que nada paso y seguía siendo virgen.

O eso pensé.

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