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CAPITULO 5

PRISIONERA

Marco se puso en la cima del risco más alejado de la ciudad, alzó sus brazos mientras el viento movía su cuerpo, quería lanzarse.

Había tenido el peor pensamiento, acabar con su vida, con la miseria que era no ser su hermano, perder el amor de la mujer que amaba.

Los árboles sonaban a su alrededor, las hijas chocaban entre ellas mientras este pensaba en que nadie extrañaría su final.

Era un cobarde, pensaba que este era el final de una persona como el, que nunca había podido defender sus propios derechos.

Solo se sento en ese mismo risco y empezó a llorar, sabía que después de lo que había hecho, Alexandra nunca lo perdonaría.

Y no estaba equivocado, Alexandra lo aborrecía por su falta de valentía, de amor y de compresión.

Matías por su parte, se encerró en su habitación, tomó un libro que su abuelo le había regalado cuando aún era un niño, y le recordó que allí encontraria las respuestas para ser un buen líder de manada.

Pero aquellas páginas no le daban la respuesta o por lo menos la satisfacción, que en este momento necesitaba.

Alexandra era la víctima, pero solo por ser una Omega pagaría el precio aún más alto que cualquier otro lobo.

No dejaba de pensar en las lágrimas de aquella loba, pero en especial, no dejaba de pensar en sus palabras acerca del amor y de la soledad.

Nunca le había dado importancia a pensamientos amorosos, su padre siempre le repetía una frase

" un Alfa nunca puede tener una debilidad, y el amor es una debilidad".

Esas palabras se quedaron metidas en su cabeza como la ma agresiva de las lecciones.

Pensaba que ese era el rumbo correcto, solo concebir, tomar lo que creía era suyo, tener un futuro heredero fuerte que siguiera con el mismo legado, pero Alexandra logró que algo más se implantara en su cabeza.

Besarla, tocar su cuerpo, lo había hecho con otras lobas, con su harem de concubinas, pero con ella en medio del asco que le daba una Omega, y el deseo de lo prohibido le causó algo más, un click que nunca pensó sentir.

Decidió visitarla en la celda, convencerse a su mismo que ella no estaba a su nivel, que ella jamás sería digna de su mirada.

Chasqueo los dedos para pedirle a los guardias que se fueran de allí y los dejaran solos.

— ¿Viene a burlarse de mí? — Alexandra gruñe entre los dientes.

Está algo sucia, su cabello enmarañado, el vestido negro que uso para el velorio de su madre ya tiene algunas marcas de polvo de aquel lugar lleno de tierra.

Lucrezia ordenó que le colocarán un grillete de plata en su tobillo para que no escapara, pues la determinación con la que aquella loba le hablo le hizo temblar.

— Como Alfa líder tengo que vigilar a mis prisioneros — Matías no iba a reconocer que había entrado a una sucia celda por verla.

— En unas horas no seré su prisionera, seré una esclava, y prefiero eso a seguir bajo su yugo de líder — Alexandra sentía odio en su pecho, miraba a Matías con ganas no de matarlo, quería verlo sufrir.

Matías se acercó a ella, la tomó del cuello con fuerza, esperaba que ella pidiera clemencia o que bajara la mirada altiva que ahora tenía.

Pero no, Alexandra lo vio directamente a los ojos, parecía que leía sus pensamientos, que se dió cuenta que el Alfa líder tenía una debilidad.

El la soltó con miedo en su pecho, se sintió vulnerable, el Alfa poderoso se sentía vulnerable ante los ojos de una loba Omega.

— Quizás siendo esclava te des cuenta que Marco nunca te quiso, solo te quería llevar a la cama, dicen que los esclavos piensan mejor cuando los golpean con látigo — Matías no podía dejar su soberbia, ese escudo de su fuerza.

— Me di cuenta que los Alfa me dan asco, no necesito pensar en más que eso — Alexandra le lanzó un fuerte escupitajo en la cara a Matías.

El cerro los ojos, con sus dedos se limpio y luego los metió en su boca, saboreando con su lengua el sabor de su saliva.

— Feliz viaje — Matías salió de la celda mientras miraba desde la distancia a la sombra de la mujer que un día fue Alexandra.

— Le repito lo que le dije a tu madre, Nunca olvides los ojos de esta Omega, porque te juro que serán los mismos que destinarán tu fin — Alexandra mordió su labio sacando un poco de sangre, era una promesa la que acababa de hacer.

Matías solo se fue, pero sintió como los vellos de su cuello y espalda se erizaron ante las palabras fuertes de esta loba, solo agitó su cabeza.

—¿Que haces aquí?— pregunta Lucrezia mientras su hijo la ignora, dándole un pequeño empujón.

Los guardias entraron para llevarse a Alexandra, la jalaron de las cadenas, la subieron a una carreta, tenían una cita con uno de los comerciantes de la manada Blackmoon.

Ella solo mantiene la cabeza abajo, mientras recuerda el camino por el que jura va a regresar, con su labio sangrando toma unas cuantas gotas en sus dedos

" Por mi sangre de Omega, juro que voy a destruir a la Familia lobil Moonligth, cueste lo que me cueste ".

Sus pupilas se dilataron, ese era el único sentido que su vida tendría de aquí en adelante.

Matías salió algo apresurado.

— Mamá, he decidido que Alexandra pague su condena en casa, quiero que ella sea parte de mis esclavas y atienda a mi harem — Matías solo buscaba una excusa no explícita para tenerla a su lado.

— Ella ya fue llevada a la familia Blackmoon — Lucrezia aceleró el proceso, sintió en su maldad Delta que esto podía pasar, no podía permitir que otro hijo cayera en las garras de esta Omega.

Matías agarro su caballo, quería alcanzar la carroza que se había llevado a Alexandra y detener la transacción.

Fue lo más rápido posible, a pesar que no era un gran jinete, su caballo galopó a toda marcha para detener la transacción.

Al encontrase con la carroza, los soldados agacharon la mirada ante su señor.

— Regresemos, la loba Alexandra ahora es mi esclava — dijo Matias dando una orden, queria que ella siguiera a su lado.

Los dos lobos se miraron, abrieron los ojos sin saber que responder a su jefe.

— Señor, ella acaba de ser entregada al Beta del líder Leonardo Blackmoon, ya se firmo el acuerdo, ella es suya — uno de los soldados mientras sentía que su garganta temblaba.

Matías le dió un fuerte golpe dejando sus garras en la cara de este lobo, la rabia de perder a Alexandra era inigualable.

Alexandra fue vendida al líder de la manada Blackmoon, como esclava, como un trofeo pues estos sabían que había Sido la prometida de Marco, el hermano del líder Moonligth.

Le dieron un baño de agua fría y le arrancaron la ropa para colocarle algo más acorde a sus nuevos oficios.

— Desde hoy te haras cargo del harem del lobo Alfa y líder Leonardo — le explicó una de las mujeres mientras le obligaba a agarrarse el cabello.

Alexandra sabía que tenía que obedecer, si quería vivir para una venganza su primer paso era sobrevivir.

Llegó a la habitación donde se encontraba el Harem del lobo de aquella manada, las lobas más hermosas.

Cada una había Sido la favorita en la cama del alfa Leonardo, pero ahora estaba viejo y todas esperaban que muriera y su hijo Anthony se hiciera cargo de ellas.

Alexandra empezó a limpiar el suelo, a arreglar el desorden mientras aquellas lobas se burlaban de ella.

— Miren a la Omega que pensó que sería la esposa de un Alfa — decían con desde y burla.

Alexandra fingia no escuchar nada, le dolía pero solo estaba allí para trabajar, su dolor solo era para ella.

Esmeralda, una de las concubinas líderes se acercó y le dió una fuerte patada al balde de madera que la chica tenía para regresar el suelo.

— Cuando nosotras hablamos tu dices " Si señora" — la agarro del cabello con rabia.

— Usted... Ustedes son solo concubinas, ninguna es la reina lobil — dijo arrogante y cansada de las humillaciones Alexandra.

—¡Déjala!— grito una voz gruesa.

Esmeralda agachó la mirada mientras soltaba a Alexandra con tanta fuerza que la lanzó al suelo.

— Señor, solo le estoy recordando a esta esclava que es menos que una Omega, que ya no vale nada — Esmeralda gruñía.

Aquel hombre se acercó, tomó de la mano a Alexandra, la miró a los ojos y se sorprendió.

— Eres .... — suspiro mientras una sorprendida Alexandra no sabía de lo que este lobo mayor hablaba.

—¿Sucede algo padre?— pregunto un lobo al

oído de su padre mientras se relamia viendo la belleza de Alexandra.

— Llévala ahora mismo a mi habitación — ordenó Leonardo.

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