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Capítulo 4.- ¿Cuándo tienes pensado marcharte?

Valentina

Para una madre lo primordial eran sus hijos, siempre y cuando no fueran usados como tarjeta de puntos.

No es que no la quisiera o le gustara llevarle siempre la contraria a su madre, solo que Valentina era una chica diferente; nunca le gustaron las opulencias, ni ser el centro de atención de los lugares donde fuera, Para ella todas las personas eran iguales y capaz de lograr sus sueños sin necesidad de pasar encima de los demás. Por el contrario, su madre era una persona que hacía valer su apellido, infundiendo una diferencia abismal entre ambas personas.

— ¿Cuándo tienes pensado marcharte? —pregunto su padre mientras ignoraba el comentario de su esposa, que no estaba ayudando a entender a su pequeña hija.

«Uno más que la ignora ¡Bravo, señor! Hasta que se puso los pantalones con su mujer y le planta cara para que deje de hacer de las suyas a como se le dé la gana»

Valentina no era la típica chica consentida por su familia, simplemente era muy diferente a sus hermanos desde pequeña, ella prefería abrirse camino sola que depender de ellos a menos que de verdad lo necesitara con urgencia.

—Hoy por la tarde, ya tengo mis cosas empacadas, solo me falta meterlas al coche y listo.

Agradecía de sobra que su papá no las juzgara como su madre. Por eso la comunicación con él fluía de manera natural y directa, sin importar la situación, ni el lugar donde se encontraban.

Al saberse ignorada por su esposo y su hija, la señora Anne Zamora, salió como alma que lleva el diablo «adiós que le vaya bien y no regrese», tirando a su paso todo lo que encontraba «tornado a la vista, ¡corran!»

Una reacción normal en ella cuando las cosas no salían como quería; ya tendría tiempo de platicar con su esposa, ahora lo importante era platicar con su hija y su estancia en la universidad por los próximos cinco años, donde él no la tendría a su alcance.

—Creo que será mejor que vaya con mamá, en lo que ustedes se ponen al día.

— ¡No Alberto! Tu madre tiene que entender que no puede mandar en la vida de tu hermana y tratar de manipularla como lo ha hecho con ustedes. Termina tu desayuno, después hablaré con ella. Está llevando todo esto al límite y me está cansando su forma de actuar, sus arranques ya me desquician. Sigo sin comprender porque tu hermano y tú dejan que ella decida por ustedes siempre.

— ¿De verdad soy su hija papá? —pregunto una Valentina un poco triste, para que su padre dejara de cuestionar a su hermano.

En todo lo que llevaba de vida, no recordaba una ocasión en la que su madre la apoyara o por lo menos le diera unas palabras de aliento. Siempre trataba de imponer su voluntad a costa de lo que fuera. Si no sucedía la hacía sentir mal, para su madre era mejor que su hija quedará en vergüenza, antes de permitir que se había equivocado.

— ¿Por qué no me habías dicho la decisión que tomaste, señorita? Sabes que puedes contar siempre conmigo —dijo su padre tratando de cambiar el tema, no era momento de tocar ese tema, no cuando ella estaba a punto de marcharse de casa y desconocía lo que el destino les tenía preparado.

Pablo, el hermano mayor de Valentina, se encontraba bajando las escaleras hace algunos momentos, pero se detuvo a mitad del camino para escuchar toda la plática que su hermana mantenía con su madre. En el fondo de su corazón estaba feliz por la decisión que su pequeña tomo.

Llego a la mesa, tomo una manzana y siguió su caminar, era un chico muy serio y hermético que no le gustaba meterse en los problemas de la familia, suficiente tenía con los de la empresa, así que paso de largo ante el espectáculo; después se encargaría de buscarla para refrendarle su apoyo.

—Llego el momento de partir, debo bajar mis cosas, es mejor que me marche cuanto antes de esta casa que ya no siento como mía desde hace muchos años. Tengan buen provecho, los quiero —dijo Valentina levantando también una manzana del frutero, para enfilar camino a su cuarto.

Qué bonita mañana, que bonita mañana, no esperaba que las cosas salieran tan mal con su madre, pero era una decisión que nadie podía cambiar, ni siquiera ella. Las horas pasaron muy rápido «demasiado rápido para mi gusto», Valentina llevo sus cosas a su coche acomodándolas de la mejor manera, era buena jugando tetris, así que fue pan comido meter una cuantas cajas con sus propiedades.

Todos pensarían que se llevaría muchas cosas de su casa para vivir con la comodidad a la que estaba acostumbrada, pero la realidad era todo lo contrario. Ella solo tomo lo indispensable, lo demás lo dejaba en el lugar y con las personas que lo habían comprado.

Desde la ventana su madre observaba furiosa como se marchaba sin despedirse, mientras su padre la despedía desde la puerta de la casa con el corazón en la mano. A su hermano Alberto no le gustaban las despedidas, así que salió antes de que ella se fuera con el pretexto de que alguien lo esperaba en la oficina

«Cobarde, mejor di que no quieres chillar»

— ¿Ya se fue tu hija o espera que hagamos una fiesta para despedirla?

—Sí, se acaba de marchar.

—Solo espero que no se llevara todas las cosas que le compramos, si tanto quería marcharse de casa y empezar una vida lejos de nosotros, lo mínimo que puede hacer es dejar…

— ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Me tienes cansado! No puedo creer que estés diciendo semejante estupidez, cuando sabes que la primera culpable para que Valentina se marchara de esta casa de esa forma eres tú, y aun así sigues poniendo el dedo en la llaga. ¿De verdad no te cansas de maltratar a tu hija? ¿Acaso no te duele ni un poquito?

— ¿Mi culpa? Se fue porque quiso, nadie la está obligando a nada; ella y su tonta idea de ser independiente.

—Eres imposible, pensé que algún día cambiarias, pero veo con tristeza que solo te has vuelto peor de lo que ya eras. Te aseguro que a partir de hoy todo en esta casa cambiara, empezando por nosotros.

— ¿Qué quieres decir?

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