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Capítulo 3.- La última discusión en casa.

Valentina

—Gracias madre, no esperaba menos de ti, como siempre tan linda y amable a primeras horas de la mañana. ¿Me imagino que eso hizo mi abuelo contigo?, de otra manera no veo como lograste casarte con mi padre siendo tan diferentes. En cuanto a la rifa o la dote no te preocupes, no estoy interesada en casarme tan solo por quedar bien con la “sociedad” a la que perteneces. A veces también me pregunto ¿si en realidad eres mi madre o me recogiste en algún orfanato de la ciudad?

— ¡Valentina Ortega Zamora!, será mejor que midas tus palabras, te recuerdo que soy tu madre y debes respetarme, te guste o no.

— ¡Lo sé, lo sé, Anne Zamora de Ortega!, te encargas de recordármelo los trescientos sesenta y cinco días del año, las veinte y cuatro malditas horas del día, minuto a minuto y segundo a segundo. Hasta en mis sueños apareces recordándomelo, además de escuchar tus hermosos comentarios y tus infinitas comparaciones con las hijas de tus amigas, que si por ti fuera las adoptarías todas. ¿A poco no te cansas Anne?

—No, nunca me cansaré de decirte que pareces un espantapájaros con esa ropa, como si no tuvieras nada que ponerte. Un chico de la calle se viste mejor que tú y tiene mejor sentido por la moda.

— ¿De verdad? ¡Qué pena por ti! No sabes cuánto lamento que Dios te castigara con una hija como yo y a mí con una madre como tú, así que puedes estar tranquila que este mal nos afecta a las dos.

« ¡Oh! Esto si eran pleitos y no los que me aviento con mi mamá, creo que ya no me quejaré tanto de lo que me pasa todos los días»

— ¿Algún día podré desayunar tranquilo, sin que ustedes dos se estén peleando? Más que madre e hija, parecen perro y gato en un enfrentamiento; podrían darle un poco de paz a este viejo que solo quiere disfrutar de los sagrados alimentos matutinos en familia.

—No sé qué te extraña, ya deberías de estar acostumbrado padre mío, mi señora madre aquí presente y mi querida hermana valentina aquí presente también, son tan parecidas que ni ellas mismas se soportan, es más, me atrevería a decir que ni las moscas las soportan —argumento su hermano Alberto, mientras se acercaba a la mesa a desayunar.

Durante los últimos años, por no decir desde que Vale tubo uso de razón, esto era cosa de todos los días sin importar la hora, ya se había acostumbrado escucharlas pelear hasta por el zumbido de una mosca, el caminar de las hormigas o si el clima cambiaba. Las personas que se encargaban de la limpieza de la casa apoyaban a la pequeña Valentina, no comprendían como siendo su madre la tratara de una manera inhumana.

—Si se pareciera a mí, te garantizo que tu hermana fuera otra persona; no se vestiría con esos harapos tan viejos, ni utilizaría esos lentes tan anticuados parecidos a unos fondos de botella, hasta pena me da que me vean con ella o que digan que es mi hija.

— ¡No te apures querida y adorable madre! Eso no pasará jamás. Te garantizo que ya puedes estar tranquila por lo que te resta de vida «si es que puedes vivir en paz vieja bruja», por fin este esperpento, espantapájaros, basura e inútil que tienes por hija se ira de tu casa para que puedas disfrutar de la vida a cómo estás acostumbrada sin preocuparte por mi existencia, llena de lujos, rodeada de gente falsa que dice ser tu amiga y solo les interesa tu dinero. Solo recuerda algo muy importante ¡Ignórame! Si nos vemos en la calle, te aseguro que yo haré lo mismo si nos encontramos algún día nuevamente fuera de esta casa.

— ¿De qué diablos estás hablando, hermana? ¿Cómo que te vas de la casa? ¿A dónde? ¿Qué tienes planeado?

Alberto conocía muy bien a su hermana pequeña, no era una chica que decía las cosas por decir y luego arrepentirse. Aunque no le gustara aceptarlo, era una persona muy independiente, tanto que le asustaba ver a su hermana pequeña hablar seriamente con su madre, sin agacharle la mirada; por más hiriente que fueran las palabras de ella, siempre se mostraba segura de lo que era y de lo que quería. Nunca demostró sentirse afectada por la forma en la que era tratada en casa.

— ¿De qué hablas, hija? ¿Me puedes explicar todo eso que acabas de decir, en este momento? Y no pongas como excusas que te vas a la escuela porque no está a discusión Valentina Ortega —cuestiono su padre, quien estaba atento a todo lo que pasaba en su casa.

Parece ser que perdió de vista el comportamiento de su familia en las últimas semanas y necesitaba remediarlo antes de que todo se le saliera de las manos.

— ¡Fácil! En unas semanas inicio las clases en la Universidad de Barcelona, así que tengo planeado mudarme a la residencia de estudiantes todo este tiempo para poder concentrarme mejor y estar cerca de lo que en realidad me interesa. Sé que ustedes querían que estudiara administración de negocios para ayudarlos en las empresas, pero no es lo mío, gracias a los consejos de a mi hermano Pablo, decidí seguir mis sueños por primera vez. Es tiempo de tomar las riendas de mi vida y hacer lo que tanto me gusta papi.

« ¿Papi? Ahora si papi, manipuladora de primera»

— ¿Cuándo pensabas informarnos, acaso estamos pintados? ¿Así tratas a tu familia? Esto es el colmo de los colmos, siempre haciendo lo que se te da la gana. Esto es culpa de tu padre por consentirte tanto, «ya siéntese, señora, deje el drama por un momento» —dijo su madre sin darse cuenta de que con cada palabra lastimaba más el corazón de su hija.

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