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Capítulo 96.

Maximilien y Helena habían sufrido mucho durante todo ese tiempo. Primero, el riesgo en el embarazo y las constantes amenazas a las que fueron sometidos. Después, se adelantó el parto y los bebés estaban en un estado crítico. Finalmente, el secuestro de uno de los pequeños les había arrebatado la oportunidad de disfrutar de su matrimonio. Para ellos, su familia era lo primero, pero era innegable el amor y el deseo que prevalecía en su relación. Se morían por estar juntos y demostrarse cuánto se amaban y se habían extrañado.

Helena estaba recostada sobre la cama, los bebés ya estaban en su habitación, dormidos profundamente en sus respectivas cunas. Maximilien abrió la puerta y se quedó maravillado con la imagen de su bella esposa sobre la cama. Tenía puesto un camisón muy sensual que dejaba entrever sus hermosas piernas, causándole a Maximilien un deseo irrefrenable de lanzarse a sus brazos y poseerla de todas las formas posibles.

—Te estaba esperando —exclamó ella al abrir los ojos y verlo parado en la puerta.

—No te imaginas cuánto tiempo he soñado con este momento, mi amor —musitó Maximilien, lleno de deseo.

—Entonces ven aquí, mira que también yo te he echado de menos, cariño —expresó Helena con coquetería.

Él se acercó rápidamente hasta la cama, envolviéndola en sus brazos. Sus labios se unieron en un beso apasionado y ardiente, dejando salir la necesidad y el deseo que lo había consumido durante tanto tiempo.

—Me vuelves loco, Helena —dijo Maximilien al tiempo que deslizaba sus manos por el bello cuerpo de la chica—. Esta noche te ves tan hermosa que lo único que quiero es desvestirte y hacerte el amor una y otra vez.

—Te amo, Maximilien —respondió Helena —, y también te necesito con desesperación.

Maximilien se acercó aún más a Helena, su respiración entrecortada y su corazón latiendo con fuerza. La tomó por la cintura y la atrajo hacia él, sintiendo el calor de su cuerpo y el perfume de su piel.

—Eres tan hermosa —musitó Maximilien, mientras besaba su cuello y descendía hacia sus hombros—. Me muero por tenerte.

Helena se estremeció de placer, sintiendo las manos de Maximilien recorrer su cuerpo, explorando cada curva y cada contorno. Se abandonó en sus brazos, dejando que la pasión la consumiera.

Maximilien deslizó sus dedos por la seda del camisón, sintiendo la suavidad de la piel de Helena debajo. La besó en la boca, profundamente, mientras su otra mano se deslizaba hacia su pecho, acariciando su seno.

Helena gimió de placer, sintiendo el calor de Maximilien que la envolvía por completo. Se aferró a sus hombros, clavando sus uñas en su piel, mientras Maximilien la levantaba y la depositaba en el centro de la cama.

—Quiero verte —dijo Maximilien, mientras deslizaba el camisón hacia arriba, revelando la belleza de Helena —. Quiero verte toda.

Helena se sonrojó, pero no pudo evitar sonreír. Se sentía deseada, admirada y amada. Maximilien la contempló, su mirada recorriendo cada centímetro de su cuerpo, y después se inclinó para besarla.

La pasión explotó entre ellos, un fuego que los consumió por completo. Se movieron juntos, sus cuerpos entrelazados, sus labios unidos en un beso infinito.

—Te amo —susurró Maximilien, mientras se hundía en Helena —. Te amo más que nada en el mundo.

—Te amo también —respondió Helena, mientras se abandonaba en su abrazo—. Siempre te amaré.

La noche se convirtió en un sueño, un sueño de pasión y amor, donde solo existían ellos dos

Las horas pasaban y los dos eran inmensamente felices. Se amaron como hacía mucho tiempo no lo hacían, definitivamente la chispa seguía más viva que nunca entre los dos.

—Soy adicto a tus besos, a tu cuerpo —mencionó Maximilien todavía con la respiración entrecortada—. Me pareció una eternidad el tiempo que no estuvimos juntos.

—A mí me pasa lo mismo —dijo Helena —, y quiero que siempre sea así, que nunca dejemos de lado el romance entre nosotros. ¿Me lo prometes?

Él la envolvió en sus brazos y, después de un beso apasionado, la miró directamente a los ojos.

—Es una promesa, mi cielo —dijo—. Siempre seremos amantes, amigos, novios, los padres de esos tres hermosos ángeles que han venido a cambiarnos la vida, y todo lo que tú quieras, porque yo para ti quiero ser todo. Te amo con locura. Y ahora, ven aquí, quiero que aprovechemos el tiempo —propuso con picardía.

—Amor, los niños están a punto de despertar —dijo Helena mientras intentaba salir de la cama—. Necesitamos ir a verlos.

Pero Maximilien no se lo permitió, ya que de nuevo empezó a acariciarla, dejándola embelesada con esa forma tan sensual y encantadora que él poseía.

—Por ahora, eres toda mía, Sra. Baker —le explicó, mirándola de aquella forma tan salvaje que hacía que Helena no pudiera decir que no—. Nuestros niños están con su niñera y ella se va a encargar de atenderlos como se debe.

Karen y Michael cada vez llevaban mejor su relación. Pasaban mucho tiempo juntos, no solo durante el día, sino también en las noches. Eran una pareja en toda la extensión de la palabra y se complementaban de manera espectacular.

—Me encanta amanecer todos los días contigo —expresó él con toda la sinceridad que le caracterizaba—. Quisiera que siempre fuera así.

—Michael, me pones nerviosa cuando hablas de esa forma —repuso ella—. Cuando te pones así de serio, siento que hay algo que quieres decirme. Anda, suéltalo ya.

—Karen, este tiempo juntos ha sido increíble —dijo él de repente—, pero no es suficiente. Siento que debemos ir más allá.

Ella se puso sumamente nerviosa.

—¿A qué te refieres con «ir más allá»? —preguntó—. Siempre tienes que ser tan formal. Mírame, estoy empezando a temblar porque no sé ni siquiera adónde va todo esto.

Él se acercó, rodeándola por la cintura y envolviéndola en sus brazos con esa calidez que la hacía sentir como hacía mucho tiempo no se sentía: como una mujer deseada en todos los sentidos, amada y valorada a pesar de su desparpajo y de su forma tan particular de ser.

—Lo que quiero decirte es que quiero que vivas conmigo —dijo—, que seas la madre de mis hijos, que pases tus días y tus noches a mi lado. ¿Quieres casarte conmigo, Karen? Por favor, dime que sí. Yo sé que no te gustan los compromisos ni las formalidades, pero por primera vez en tu vida, podrías hacer una excepción.

Michael se puso de rodillas frente a ella y sacó un anillo de compromiso de su chaqueta.

Las lágrimas empezaron a descender por el rostro de la joven. Su rostro era todo un poema, pues no podía creerse que esas cosas le estuvieran sucediendo a ella. Había pasado por el proceso del divorcio y después la segunda boda de su mejor amiga; pensar en que ahora ella pudiese convertirse en la novia la llenaba de miedo, pero también de emoción.

—¿Estás hablando en serio? —dijo—. Mira que, si esto es una broma, me voy a enojar contigo.

Él la besó en forma apasionada, demostrándole que no estaba jugando en lo absoluto.

—¿Tengo cara de estar bromeando? —preguntó—. Es absolutamente en serio, amor. Cásate conmigo, sé mi mujer para toda la vida.

Ella se quedó en silencio un momento, pero por fin contestó lanzándose a sus brazos de manera eufórica.

—¡Claro que acepto, tonto! —exclamó—. Es la mejor proposición que me han hecho en la vida.

—Te amo, mi loca maravillosa —dijo él—. Le has venido a dar color a mi vida y a mi mundo.

Y así, con la promesa de un futuro juntos, sellaron el compromiso con un beso. A partir de ese momento comenzarían los preparativos de la mejor aventura que hubiese podido pasar

Los meses habían pasado y los trillizos cada vez estaban más grandes y hermosos. Todos estaban embelesados con ellos, disfrutando de esa nueva etapa. Maximilien le había organizado a Helena una fiesta de cumpleaños, donde todos sus amigos y familiares estaban presentes, incluso aquellos que al principio se oponían a su relación, como Emma y Gregory, Billy y Valeria, quienes estaban empezando a cambiar su forma de ser.

—Estás preciosa, hijita —le dijo su madre con esa ternura que ahora le resultaba tan familiar—. La maternidad te ha favorecido de una manera encantadora.

—Lo dices porque me quieres, Mamá —dijo ella con una sonrisa—, pero la verdad es que el tiempo no perdona.

—Nada de eso —señaló Carolina—. Si basta ver cómo te mira tu marido para darse cuenta de que lo tienes loco. Y hablando de hombres, te quería contar que hay una persona que está muy interesado en mí, pero no sé, tal vez el tiempo haya pasado para mí y ya no me sea posible entablar una relación.

—Por Dios, mamita —exclamó Helena —, pero si tú eres una mujer única, además de hermosa, y si tú lo quieres, ¿por qué no darte la oportunidad? Ya has sufrido demasiado y solo lo mereces las cosas buenas que la vida tenga para ti. No te preocupes por mí, yo estaré bien y feliz al lado de mi esposo y mis hijos. Además, nos estaremos viendo siempre, porque ahora que te he encontrado no pienso dejarte ir jamás.

Madre e hija se fundieron en un conmovedor abrazo, hasta que llegó la abuela Victoria y se unió al momento, seguida de Max, el encantador abuelo que estaba fascinado con los niños. Esos trillizos le habían robado el corazón y habían contribuido a que la felicidad fuera aún más grande.

—Me da mucho gusto que las cosas estén mucho mejor en la empresa, Señor Adams —dijo Maximilien.

—Fue muy difícil, hijo —reconoció—. Si no es por Carolina, no sé si hubiésemos podido salir de la crisis en la que Úrsula, Bianca y Paul nos metieron.

—Paul sigue trabajando con ustedes —preguntó Helena.

—Sí, le dimos una oportunidad porque él es un buen muchacho —añadió Victoria—. Sólo que siempre estuvo presionado por Bianca. Esas mujeres son terribles, no sé cómo no nos dimos cuenta antes de sus verdaderas intenciones.

—Todo tarde o temprano cae por su propio peso —dijo Helena —. Mira, ahora todos estamos muy bien, en el lugar que cada uno siempre debió estar.

—Hablando de eso —intervino Maximilien—, me llamaron del penal de alta seguridad donde tienen recluido a Toni. Cuando recién lo ingresaron, parece que se vio envuelto en una pelea que lo dejó en estado vegetativo. Prácticamente está muerto en vida.

—Qué horror —exclamó Helena sinceramente—. A pesar de todo lo que nos hizo, no puedo evitar sentir pena por él.

—Eres demasiado buena, amiga —dijo Karen—. Ese tipo no se merece ninguna consideración. Y si está en las condiciones que se encuentra, es porque él mismo se lo buscó. Así que ya, dejemos de hablar de cosas tristes y disfrutemos de esta reunión, porque no todo el tiempo podemos vernos.

Mientras la algarabía y el bullicio seguía, Karen y Helena se apartaron un poco para charlar. Ellas eran muy cercanas, siempre fueron como hermanas, pasando por terribles adversidades en las cuales siempre prevaleció la compañía de la una hacia la otra.

—No sabes lo feliz que me siento al verte tan radiante, tan contenta —bromeó Helena —. El matrimonio te ha caído de maravilla, loquita. Llegué a pensar que nadie iba a atraparte jamás.

—No fuiste la única que lo pensó —contestó Karen.

Incluso cuando Michael me lo propuso, me dio mucho miedo, pero ahora te puedo decir que me siento sumamente dichosa.

—Me alegro tanto —respondió Helena —. Ahora las dos estamos viviendo nuestro cuento de hadas, como siempre lo soñamos.

La fiesta estaba en su máximo apogeo. Todos estaban disfrutando en gran manera. Ahora la familia de su esposo adoraba a Helena. Le habían pedido perdón por todo lo malo y ella había aceptado porque no quería guardar ningún rencor en su alma.

Maximilien llegó hasta donde Helena se encontraba. Matt y Hanna habían hablado con él minutos antes. Ellos también compartían la gran alegría de cuidar de los trillizos. Eran seres tan especiales que siempre estaban a su lado en los mejores y peores momentos.

—Estás disfrutando de la noche, mi amor —le preguntó él.

—Por supuesto, mi cielo —respondió ella—. Ha sido una velada maravillosa.

—Bueno, supongo que solo falta la cereza del pastel para que todo sea perfecto —dijo mientras sacaba un sobre y se lo entregaba.

—¿Qué es esto? —interrogó con curiosidad.

—Es un crucero para nosotros dos durante algunos días —propuso—. Quiero que hagamos este viaje como una segunda luna de miel, como un nuevo comienzo.

—Mi amor, pero los niños son muy pequeños para viajar en un crucero —manifestó ella con preocupación.

—No te preocupes por eso —la tranquilizó—. Nuestros hijos estarán en las mejores manos. Ya hablé con todos y están dispuestos a ser nuestros cómplices para que podamos hacer ese viaje con el que tanto hemos soñado. Sólo serán algunos días. Por favor, princesa, acepta. También necesitamos tiempo para nosotros. Y nuestros hijos van a estar muy bien cuidados, por Hanna, Matt, Carolina, los abuelos... En fin, les van a sobrar brazos que quieran encargarlos. Eso te lo aseguro. Cuando ellos estén un poco más grandes, entonces planearemos un viaje familiar. Pero ahora, quiero tenerte para mí solo.

Ella lo miró con infinita ternura y una gran sonrisa se dibujó en su rostro. Lo abrazó fuertemente y mirándolo a los ojos le hizo saber la respuesta que él tanto necesitaba.

—Claro que acepto, mi vida —dijo—. Yo contigo iría hasta el fin del mundo, si fuera necesario.

—Te amo, Helena —dijo él—. Quiero que sepas que, en mi vida, la única mujer, lo único que siempre me mantuvo vivo, fue tu recuerdo y la ilusión de algún día poder recuperarte. Y ahora que lo he logrado, no pienso dejarte ir jamás, porque, cariño, siempre fuiste tú la única mujer que me haría suspirar.

—Te amo —respondió ella—. Siempre fuiste tú el único hombre que me haría sentir viva.

Y así, con la promesa de un futuro juntos, sellaron su amor con un beso apasionado.

FIN.

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