




Capítulo 93.
Maximilien llegó a su casa luego de ponerse al día con los pendientes que se habían acumulado durante la convalecencia de Helena. Por fortuna, ahora todo marchaba bajo control tanto con ella como con los niños, y muy pronto los trillizos podrían ser dados de alta. Entró sin hacer ruido y percibió un aire de tristeza en el rostro de su esposa. Se acercó y la abrazó por la espalda, haciéndole sentir esa calidez tan característica en él.
—Cariño, qué susto me has dado —lo reprendió ella, girándose para abrazarlo.
—Me gusta sorprenderte, pequeña. ¿Puedo preguntar a qué se debe esa carita tan triste? Si es por los niños, te llevaré a verlos ahora mismo. Muy pronto los tendremos aquí y no nos separaremos de ellos nunca más —la tranquilizó Maximilien.
—Lo sé, mi amor, pero no es eso lo que me tiene así. Sé que mis hijos están en muy buenas manos. Se trata de mi madre. Hace un rato mis abuelos y ella salieron de regreso a casa. Al parecer tienen problemas en la empresa y Mamá se ofreció a ayudar. Creo que fue lo correcto, porque los abuelos ya son mayores y han hecho tantas cosas por nosotras que lo menos que mi madre puede hacer es corresponder tanta generosidad —repuso Helena.
Maximilien intensificó el abrazo, arropándola en sus brazos fuertes. Ella se dejó llevar por el calor de su cuerpo, experimentando una sensación tranquilizadora que la hizo sentir mejor.
—Seguro todo volverá a la normalidad, y ellos vendrán aquí. O, si tú quieres, nosotros podríamos ir a pasar unos días con ellos cuando los niños estén un poquito más grandes —le propuso él con mucha ternura.
—Eres maravilloso, mi cielo. Me encanta cómo hemos crecido como pareja. Hemos cambiado tanto desde la primera vez que nos casamos hasta hoy —dijo ella orgullosa, mientras acariciaba la mejilla de Maximilien.
—Nunca voy a perdonarme por haber dudado de ti. Fui un imbécil y por mi culpa desperdiciamos dos años valiosos de nuestras vidas que pudimos haber compartido juntos —se recriminó él.
Ella le tomó la mano con ternura y lo miró directamente a los ojos.
—No quiero que te sigas atormentando por el pasado. No podemos cambiar lo que ya sucedió. Dios lo quiso así por alguna razón, tal vez para que pudiéramos crecer como personas. Lo único que debe importarnos es que estamos juntos ahora —le dijo.
—Te amo, Helena, y nunca voy a cansarme de darle gracias a Dios por haberte puesto en mi camino y por haberme dado una segunda oportunidad. Pienso aprovecharla haciéndote feliz a ti y a nuestros hijos, hasta el último día de mi existencia —le prometió.
Sus labios se encontraron en un apasionado beso, que fue interrumpido por Matt, quien llegó de repente aclarándose la garganta al ver la escena tan romántica frente a sus ojos.
—Siento interrumpir tan bonito momento, pero acaban de llamar del hospital. Al parecer ya podrán traer a los trillizos a casa —les informó, y ambos estallaron en una absoluta felicidad.
Sin perder más tiempo, Maximilien y Helena partieron rumbo a la clínica, acompañados de un grupo de escoltas. Después de lo sucedido, Maximilien no quería confiarse, pues sabía que Diana y Tony estaban al acecho y era mejor tomar todas las precauciones. Al llegar al hospital, se encontraron con un gran revuelo, lo cual resultó extraño para la pareja.
—¿Qué estará pasando, Maximilien? Tengo miedo —exclamó Helena, sintiendo una fuerte opresión en el pecho.
—Todo va a estar bien, princesa. Seguro se trata de una emergencia dentro del hospital. No necesariamente tiene que ver con los niños —dijo Maximilien, aunque en el fondo de su corazón estaba tan nervioso como ella.
En ese momento, mientras él se acercaba para abrazarla, su teléfono comenzó a sonar, lo cual hizo que la tensión se disparara.
—¿Qué sucede, Fred? —preguntó Maximilien a su jefe de seguridad, y al recibir la respuesta, su rostro palideció.
—Maximilien, tengo malas noticias. Uno de los trillizos ha sido raptado por una enfermera del hospital —informó Fred con voz grave.
El corazón de Maximilien se detuvo un instante y luego comenzó a latir frenéticamente. Inmediatamente supo quién estaba detrás de todo esto.
—Diana —susurró con furia contenida—. Y Tony también está involucrado, estoy seguro.
—¿Qué pasa, Maximilien? ¿Qué está diciendo Fred? —preguntó Helena con la voz temblorosa.
Maximilien se giró hacia ella, tomando sus manos con fuerza, pero con ternura al mismo tiempo.
—Helena, cariño... Uno de nuestros hijos ha sido secuestrado —dijo con voz quebrada.
Helena soltó un grito ahogado y se llevó las manos a la boca. Sus ojos se llenaron de lágrimas y la desesperación comenzó a apoderarse de ella.
—¡No, no puede ser! ¡Nuestros bebés! —sollozó ella, hundiendo su rostro en el pecho de Maximilien.
Maximilien la abrazó con fuerza, tratando de contener sus propias lágrimas.
—Voy a encontrarlo, te lo prometo. Vamos a traer a nuestro bebé de vuelta, sano y salvo —dijo con determinación.
Inmediatamente, Maximilien desplegó todo su poderío. Ordenó a sus hombres que bloquearan todas las salidas del hospital y comenzó una búsqueda exhaustiva. Las cámaras de seguridad mostraron a una mujer con uniforme de enfermera llevándose al bebé, pero su rostro estaba cubierto. No obstante, Maximilien sabía que era Diana, su ex novia del pasado, quien había orquestado todo esto. Y Tony, el hombre que siempre había estado obsesionado con Helena, seguramente estaba detrás también.
Horas después, mientras la búsqueda continuaba sin descanso, el teléfono de Maximilien sonó de nuevo. Contestó de inmediato, con la esperanza de alguna buena noticia.
—Hola, Maximilien —dijo una voz distorsionada al otro lado de la línea—. Tenemos a uno de tus hijos. Si quieres volver a verlo, deberás pagar una suma considerable de dinero. Pero ten cuidado, no estamos jugando.
Maximilien sintió que la ira y el miedo se mezclaban dentro de él.
—¿Cuánto quieren? —preguntó, tratando de mantener la calma.
—Cinco millones de dólares. Te daremos más detalles pronto. No intentes nada estúpido, o nunca volverás a ver a tu hijo —dijo la voz antes de colgar.
Maximilien apretó el teléfono con fuerza, sintiendo cómo su desesperación se convertía en una feroz determinación. Sabía que debía ser cuidadoso, pero también que no se detendría ante nada para recuperar a su hijo.