




Capítulo 90.
Todos estaban muy emocionados, Helena había tenido tres hijos hermosos, que vinieron a llenar de luz vida de las familias, uno a uno, tenían la oportunidad de entrar a los cuneros para observarlos, y aun cuando todavía no podían salir de allí, el solo hecho de poder ver sus caritas les hacían sentir una emoción especial.
—Son maravillosos, Matt, Helena estará feliz cuando pueda verlos.—Exclamó Maximilien.
—Me hace tan feliz verte tan dichoso, hijo, tú y mi niña Helena se merecen lo mejor.—Agregó el fiel mayordomo.
—Él no es tu hijo, Matt, a pesar de que pases más tiempo junto a él, su único padre soy yo.—Refutó Gregory.
El mayordomo sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, cuando Gregory Baker hablaba de esa manera, había que tenerle miedo, y aun cuando él era un hombre valiente al que no le preocupaba lo que el padre de Maximilien pudiese pensar, le molestaba que precisamente ahora, en un momento tan especial viniera a querer ocupar un lugar que por mucho tiempo dejó abandonado.
—Disculpe señor, yo me retiro, sé perfectamente cuál es mi lugar, pero lo único que puedo decirle es que conozco a su hijo más que a mí mismo, que tengan buena noche.—Dijo con determinación.
Matt iba a retirarse, pero Maximilien no se lo permitió.
—Tú te quedas, perteneces aquí tanto como el.—Pronuncia decidido.
—¿Por qué siempre tienes que avergonzarme?, Te he dicho una y 1000 veces que no me desautorices delante del servicio.—Espetó su padre.
—Matt trabaja para mí, recuérdalo, padre, y así como te gusta que respete tu autoridad, te exijo que también respetes la mía.—señaló.
—Hoy es un día muy especial para todos, deberíamos guardar la compostura, además estamos en un hospital.—Intervino Max.
—Tiene usted razón señor Adams, pero ya conoce a estos jóvenes, se cree que lo saben todo.—Siguió insistiendo.
Los dos hombres mayores se alejaron un poco rumbo al área de los cuneros para observar a sus nietos, se sentían maravillados, para Gregory era un triunfo que su dinastía creciera en gran manera.
—Mire nada más, que hermosos están nuestros nietos, son todos unos Baker.—dijo orgulloso.
—Coincido con usted que tienen mucho parecido con su padre, pero heredaron la belleza de su madre.—Lo contradijo Max.
—Ni como negarlo, Helena es una belleza extraordinaria.—Reconoció.
—Tus hijos son hermosos, Maximilien, te prometo que voy a querer los mucho.—dijo Emma.
El cambio de actitud de Emma era algo difícil de creer, parecía haber despertado dentro de ella el amor maternal, lo cual por supuesto estaba en duda, puesto que ella sólo veía para su propio beneficio, su favorito siempre fue Billy, y consideraba que él era el único que tenía derecho a ocupar la figura de liderazgo, porque así convenía a sus intereses, pues de esa forma tendría la oportunidad de manipularlo todo a su antojo, en cambio a Maximilien, era imposible poder moldearlo a conveniencia.
—Felicidades hermano, tus hijos son muy lindos.—Habló Billy por fin.
—Gracias.—Contestó fríamente.
Maximilien no pretendía ser despectivo con su familia, pero los conocía demasiado bien, y sabía perfectamente que no actuaban de manera desinteresada, algún trasfondo debía tener su comportamiento.
—Mamá, mis nietos son un regalo del cielo, jamás imaginé llegar a poder ver esta bendición.—Exclamó Carolina.
—Dios es muy justo hija, y te confieso algo, yo nunca perdí la esperanza de que algún día tendríamos la posibilidad de estar todos juntos y ser inmensamente felices.—Contestó su mamá.
—Me muero por ver a mi hija, quiero estar con ella y ayudarla en todo lo que sea necesario, pero no quiero invadir su espacio, ella está recién casada y esa nueva pareja de ven estar juntos y sacar adelante su hogar.—
—Usted jamás sería un problema, Carolina, y ahora mismo la llevaré con Helena para que pueda verla y acompañarla en todo esto, es más, se me ocurre algo, usted debería venir unos días con nosotros para qué pueda compartir el proceso con su hija.—Propuso Maximilien, quién había escuchado sin querer la conversación.
Ellos llegaron a la habitación donde se encontraba Helena , a ella se le iluminaron los ojos al ver a su madre, era un momento demasiado especial, y cuando se abrazaron, los sentimientos se desbordaron, y las emociones se percibía a flor de piel.
—Qué alegría tenerte aquí mamita querida.—Dijo Helena con dulzura.
—Mi amor, mi niña preciosa, gracias al cielo que ya estás bien, me sentí morir cuando supe lo que te sucedió.—Expresó su madre.
—No debes preocuparte, ya estoy bien, pero me muero por ver a mis hijos, Maximilien, cariño, ¿Podrías conseguir el permiso del doctor para que pueda verlos?.—Pidió con voz suplicante.
Él se acercó y le dio un tierno beso en los labios, después acaricio su cabello y la miró con esa intensidad y esa ternura que le caracterizaba.
—Claro que sí, mi vida, hablaré con el doctor para llevarte a verlos, son hermosos, se parecen mucho a tí.—Relató.
Helena sentía que su corazón se le iba a salir del pecho por la emoción que estaba experimentando, conocería por fin a sus hijos, a esos seres maravillosos que tuvo nueve meses en su vientre.
—Mamá, están tardando mucho, tal vez todavía no sea posible que pueda ver a mis niños. —Decía ella impaciente.
—No desesperes, cariño, te aseguro que más pronto de lo que te imaginas, tu marido estará aquí para llevarte a conocer a esos angelitos. —La tranquilizó Carolina.
Tal como su madre se lo había dicho, su esposo llegó con una silla de ruedas y con la enfermera para prepararla para que pudiera ir a ver a sus hijos.
—¿Estás lista, princesa? —Preguntó.
—Claro que sí, mi amor, con toda el alma, ya quiero verlos, vámonos por favor. —Dice.
Él la lleva en la silla de ruedas y llegan a los cuneros, y Helena va exactamente al lugar donde están sus hijos.
—¿Son ellos, ¿verdad? —Dijo mirando hacia donde se encontraban los pequeños.
—¿Pero cómo lo supiste?, Los bebés se parecen tanto que para cualquiera sería imposible reconocerlos.—Contestó el bastante asombrado.
—El corazón de una madre nunca se equivoca, podría reconocerlos entre millones.—Aseguró.
—Pues tienes toda la razón, son ellos, son nuestros hermosos hijos, y tal como te dije se parece mucho a tí.—
—Dos niños y una niña, dios mío, pero qué felicidad, me muero por abrazarlos.—exclamó.
—También yo, hermosa, pero aún no es tiempo, deben recuperarse y alcanzar la madurez para que pronto puedan estar con nosotros, eso me dijo el doctor.—Señala.
Helena estaba experimentando la emoción más sublime, y Maximilien la miraba obnubilado porque en su rostro se vislumbraba una belleza sin igual, un brillo tan distinto al que había visto en sus hermosos ojos, él sabía que ahora si tendrían la oportunidad de estar juntos como una verdadera familia, por fin tendrían ese hogar que tanto anhelaron y que la vida y las adversidades se habían encargado de arrebatarles.