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Capítulo 40.

La tensión se respiraba en el ambiente, tanto Maximilien como Helena estaban muy afectados por lo sucedido, él por su parte, sentía que Helena no comprendía su afán de cuidar de ella y de su hijo, pensaba que a pesar de sus explicaciones, ella dudaba de su fidelidad y eso le dolía profundamente.

Pero Maximilien estaba equivocado, Helena no dudaba de su amor y mucho menos creía que él la hubiese  engañado con Diana, lo que le dolía era que no le contara las cosas, que no hubiera aprendido la lección, ellos habían pasado por tantas cosas, que le resultaba inadmisible que pudiera guardar silencio ante una eventualidad como esa.

Maximilien se quedó un buen rato en cubierta tratando de ordenar sus pensamientos, pero por más que trataba de tranquilizarse, no lograba hacerlo, sabía que el paseo que habían planeado no podría continuar, por lo que tomó la decisión de pedirle al capitán del yate que regresaran.

—Regresemos capitán, ya no tiene caso ir a la isla.—Indicó.

El capitán asintió y empezó a prepararlo todo para el regreso, en tanto Helena , por fin salió del camarote y se dio cuenta que estaban regresando, así que se acercó a uno de los camareros para preguntárselo.

—¿Por qué volvemos?— Cuestionó ella.

—El señor Baker dio la indicación.—Contestó el joven.

La expresión de Helena se ensombreció, después de todo esperaba que por lo menos Maximilien buscara solucionar las cosas entre ellos, pero si había ordenado el regreso era porque estaba bastante molesto.

Lo conocía perfectamente y siempre que tenían algún problema él salía huyendo.

Regresó al camarote y no pudo evitar que una sensación extraña la recorriera, no quería estar enojada con Maximilien, pero tampoco podía dejar pasar una situación como esa, necesitaba que lo entendiera y que buscara solucionarlo, pero hablando con ella, no escapando de la realidad como siempre hacía.

Pronto llegaron a tierra firme y Maximilien pasó junto a Helena sin mirarla siquiera, tenía una expresión indescifrable en su rostro, por lo que Helena decidió bajar del yate e ir directamente a la habitación, pero cuando se disponía a hacerlo, sintió un fuerte mareo que hizo que se descompensara, por fortuna los guardaespaldas y la enfermera estaban cerca de ella para ayudarla.

De inmediato, el jefe de seguridad se adelantó para comunicárselo a Maximilien.

—Señor, la señora Helena se sintió mal y se descompensó, ya la están llevando a su habitación.—Le informó.

Maximilien se sintió culpable, después de todo él había provocado todo al ocultarle las cosas a Helena , y peor aún, se había bajado del yate sin hablar con ella.

—¿El doctor ya está con ella?—Preguntó bastante consternado.

—Así es señor, y al parecer todo está bajo control.—Le dijo.

Rápidamente Maximilien se dirigió a donde se encontraba Helena , se sentía muy mal por hacerla pasar por cosas como esas, pero respiró profundamente y entró a la habitación.

—¿Cómo te sientes?—Le preguntó con genuino interés.

—Estoy mejor.—Respondió aún con voz temblorosa.

—No hay nada porque preocuparse, es común que en el embarazo ocurran estas cosas, le voy a prescribir unas vitaminas y algo de descanso hasta que se sienta mejor.—Indicó el doctor.

El médico se marchó y ellos se quedaron asolas, Maximilien no podía ni siquiera mirarla debido a los remordimientos que estaba experimentando, pero aun así se obligó a sí mismo a dejar sus sentimientos de lado y enfocarse en lo verdaderamente importante.

Inclinó su atlético cuerpo para abrazarla sin que ella tuviera que levantarse y luego la miró con esos intensos ojos que la dejaban sin aliento, por lo que Helena tuvo que entrecerrar sus ojos para no tener que mirarlo, pero Maximilien tenía la capacidad de despertar todos sus sentidos con su sola presencia, así que no se daría por vencido tan fácilmente.

—Siento haberte ocultado lo de la revista, tenía que habértelo dicho, pero no quiero que nada ni nadie te haga sufrir, perdóname sí, por favor.—Exclamó con esa profunda voz masculina que la hacía vibrar.

Helena lo miró fijamente, trataba de contener las lágrimas porque sabía el gran esfuerzo que estaba haciendo Maximilien para ceder, ya que cuando él creía tener la razón en algo se mantenía en su posición sin que nada más importara.

—No me gusta que me ocultes las cosas Maximilien, te lo he dicho siempre, sabes que prefiero la verdad ante todo, no es la primera vez que esto ocurre y no deseo seguir pasando por esto, así que te pido que no vuelvas a omitir nada que tenga que ver con nosotros.—Respondió con total determinación.

—Prometido, no volverá a pasar. —Le aseguró.

—¿Fue Diana quien lo hizo verdad?, sigue enamorada de tí y por eso quiere hacernos daño.—Dedujo.

—Si, fue ella, pero ya me aseguré de que no vuelva a intentar nada en nuestra contra.—Relató.

—Ella sigue amándote, y no se dará por vencida tan fácilmente.—Señaló Helena .

—Solo pierde su tiempo, porque aun cuando tú y yo no estuviésemos juntos, jamás regresaría con ella—Dijo.

Ella suspiró, sentía que las cosas no terminarían ahí y que tarde o temprano seguirían con su afán de separarlos.

—Necesito que confíes en mí, eres la única mujer que he amado y a la única que voy a amar, jamás echaría a perder todo lo que hemos construido juntos.— Susurró.

—No dudo de tu amor, pero me resulta imposible no sentir miedo con tanta gente malintencionada queriendo hacernos daño.—

—No debes tener miedo, estamos juntos y si en el pasado no pudieron acabar con lo nuestro, mucho menos lo harán ahora que tenemos algo tan grande y sólido.—

—Tienes razón, dejemos los miedos de lado y dediquémonos a ser felices, en unos meses tendremos a nuestro bebé y la dicha será aún mayor.—Manifestó.

—Me gustaría que fuera una niña tan hermosa como tú.—Dijo él.

—Estaré feliz con lo que Dios nos mande, pero tal vez tengamos un niño hermoso con tus ojos que tanto me gustan.—

Sus labios se encontraron en un beso lleno de deseo, no obstante, Maximilien se vio en la necesidad de frenar sus impulsos ya que Helena tenía que guardar reposo tal como se lo había  indicado el doctor.

Por otra parte, Ana se estaba dejando consentir por ese joven magnate que según ella le había caído del cielo, él se desvivía en atenciones tratando de agradarla, y lo estaba consiguiendo, pues ella cada vez estaba más encandilada con ese hombre que no parecía tener ningún defecto.

—Espero que la estés pasando bien.—Dijo Evan tomando con sus manos el rostro de Ana e inclinándose suavemente para darle un beso apasionado.

Ana no se lo esperaba, pero claro, lo dejó pasar, ya que a decir verdad le encantaba que él fuera tan audaz, y que tuviera un comportamiento completamente distinto al de Billy.—Maravillosamente

—Contestó con la respiración entrecortada.

Me encanta saberlo, ¿No te molesta que te haya besado verdad?—Preguntó.

—Pues claro que no, no tendría por qué molestarme.—Le dijo.

—Eso me agrada, me gustan las mujeres que sepan lo que quieren.—

La mirada de Evan se intensificó, sentía una gran atracción por Ana y quería tenerla en su cama a como diera lugar, pero ella no pensaba ceder tan rápido, así se lo había aconsejado Clarissa, quien conocía muy bien a los hombres como Evan.

—Me encantas, tienes un cuerpo espectacular y una cara preciosa que me vuelve loco.— Decía mientras intensificaba sus caricias.

Ana empezó a ponerse nerviosa, pues a pesar de su frivolidad no le gustaba que un hombre la abordara de esa forma tan abrupta, por lo menos Billy jamás se comportó de esa forma, fue poco a poco, no obstante, ella debía ser cautelosa y pensar perfectamente lo que haría, después de todo ese hombre significaba un futuro prometedor para ella, además quería ser mucho más influyente y poderosa que su hermana Helena con quien siempre tuvo una gran rivalidad al menos por su parte, porque Helena realmente la quería y solo deseaba lo mejor para su hermanita menor.

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