




Capítulo 2.
Maximilien estaba inquieto, incapaz de concentrarse en su trabajo. Volver a ver a Helena después de tanto tiempo desenterraba emociones que creía sepultadas. Había convencido a su mente de que aquel amor estaba muerto, pero su corazón, testarudo, latía con la misma intensidad de antaño desde que escuchó su voz al teléfono.
—¿Por qué tenías que enredarte con ese imbécil? —murmuró entre dientes mientras lanzaba una carpeta contra la pared—. Pensé que me amabas, que eras diferente.
El eco de su furia llenó la estancia. Recordar cómo su mundo se desmoronó por un malentendido le carcomía el alma. Habían sido felices, intensamente felices, hasta que Helena decidió trabajar y conoció al hombre que sembró la discordia entre ellos.
—¿Y ahora pretendes que te ayude con tu hermana? —espetó, cerrando los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos—. ¿Por qué tenías que aparecer justo ahora, cuando intento rehacer mi vida?
Pero por más que se repitiera esas palabras, no podía ignorar las imágenes que asaltaban su mente: las noches de pasión interminables, el aroma de su piel impregnando las sábanas, el sabor de sus besos que aún sentía en sus labios. No durmió en toda la noche, y al amanecer, con la mirada cansada y el corazón agitado, decidió enfrentarse al reencuentro.
Helena, por su parte, se despertó temprano, incapaz de descansar. Se vistió con ropa cómoda y salió a caminar, intentando disipar la ansiedad. Cada paso que daba la acercaba a un torbellino de recuerdos.
Pensaba en Maximilien y en lo inevitable del encuentro. Estaba segura de que seguiría tan atractivo como siempre, con esa mirada intensa que la desarmaba y esa sonrisa seductora que le robaba el aliento. También, sin duda, conservaría su carácter intransigente y celoso, pero a la vez, esa dulzura que solo mostraba cuando se lo proponía.
De solo imaginarlo, se ruborizó. Los recuerdos de su tiempo juntos la asaltaron sin piedad: las caricias compartidas, las risas cómplices y la sensación de ser invencibles cuando estaban unidos. Se complementaban tan bien que parecía que el destino los había creado el uno para el otro.
Pero no podía permitirse ser débil. No esta vez. Él había dudado de ella en el pasado, la había condenado sin escuchar su versión, sin darle el beneficio de la duda. Esa traición aún dolía, y solo por eso, debía sacarlo de su corazón. Aunque llevaba dos años intentándolo sin éxito.
Respiró profundo y regresó corriendo a casa. Necesitaba despejar su mente y organizar sus emociones antes de enfrentar a Maximilien. Se dio un baño de agua fría, dejando que el agua se llevara parte de la ansiedad que la consumía.
Al salir de la ducha, eligió con cuidado su atuendo. Un vestido que resaltaba su figura, con un escote discreto pero lo suficientemente sensual para que su presencia no pasara desapercibida. Se maquilló suavemente, solo lo necesario para resaltar sus rasgos naturales, y dejó su cabello suelto, tal como a Maximilien siempre le había gustado.
Frente al espejo, inspeccionó cada detalle. No solo quería verse bien, sino sentirse fuerte, segura, capaz de mantener la compostura frente a un hombre que aún tenía el poder de desarmarla con una simple mirada.
—Vamos, Helena, tú puedes con esto —se dijo a sí misma antes de tomar su bolso y salir rumbo al café donde la esperaba no solo una conversación, sino también un reencuentro con su pasado.
Aquel café era un nido de recuerdos. En esa esquina, bajo la luz tenue de las lámparas colgantes y el aroma a granos recién molidos, Maximilien la había besado por primera vez. No fue un beso planeado, sino un impulso arrebatado que marcó el inicio de una historia de amor que, en su momento, parecía indestructible.
Helena sacudió la cabeza, intentando alejar esos pensamientos. No podía permitirse debilitarse ahora. Sacó su celular y puso algo de música para despejar la mente, pero el destino parecía empeñado en jugarle una mala pasada.
La canción que comenzó a sonar era la misma con la que bailaron por primera vez. Cerró los ojos por un instante y, sin quererlo, se dejó llevar por el recuerdo.
La noche estaba iluminada por luces cálidas y suaves. Maximilien la había sacado a la pista con una sonrisa ladeada y ese porte seguro que siempre la dejaba sin aliento. Se movían al ritmo de la música, sincronizados como si sus cuerpos hubieran nacido para encontrarse. Cuando la melodía llegó a su punto culminante, él la atrajo con más fuerza y, sin mediar palabra, la besó con una desesperación que le robó el aliento.
La electricidad de ese momento aún la estremecía. Las caricias, las miradas cargadas de promesas, el modo en que ambos se rindieron a la pasión sin pensar en las consecuencias… La química entre ellos era innegable.
Desde el instante en que se conocieron, la atracción fue inmediata. Maximilien no paró hasta conquistarla, desarmando uno a uno los muros que ella había erigido. Helena siempre había temido que él solo estuviera jugando con sus sentimientos, que la diferencia de clases entre ellos fuera un obstáculo insalvable. Pero Maximilien se encargó de demostrarle, con cada gesto y cada palabra, que su amor era real.
Hasta que todo se derrumbó.
Suspiró, detuvo la música y aceleró el paso. No podía llegar tarde. No podía mostrarse vulnerable. El pasado estaba a punto de encontrarse con el presente, y Helena solo esperaba salir de ese encuentro con el corazón intacto.
Maximilien apretó la mandíbula y clavó su mirada en Helena. Esa mujer aún tenía el poder de provocarlo con unas pocas palabras. ¿Cómo era posible que, después de tanto tiempo, siguieran discutiendo como si la herida estuviera tan fresca como el día en que se separaron?
—¿Mi ego absurdo? —espetó él, entrecerrando los ojos—. No fue mi ego el que destruyó nuestro matrimonio, Helena. Fuiste tú quien decidió poner tu carrera y… a él por encima de nosotros.
Helena dio un paso al frente, sin importarle que algunas miradas curiosas se desviaran hacia ellos.
—¡Yo no hice nada! —replicó con el ceño fruncido—. Pero claro, es más fácil creer en chismes y suposiciones que en la mujer con la que compartías tu vida.
Maximilien se quedó en silencio por un instante. Siempre había sido así: un huracán de emociones cada vez que estaban juntos. Respiró hondo, intentando calmarse. No habían venido a remover el pasado.
—No estamos aquí para discutir lo mismo de siempre —dijo finalmente, con voz más serena—. Hablemos de Ana y Billy.
Helena asintió y se sentaron en la mesa más apartada del café. A pesar de la aparente tregua, el ambiente entre ellos seguía cargado de tensión, pero también de algo más, algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.
—Ana está jugando con fuego —comenzó Helena—. No quiero que termine lastimada. Y Billy… Sabes que no es precisamente un hombre comprometido.
Maximilien se pasó una mano por el cabello, frustrado.
—Mi hermano siempre ha sido un alma libre. Pero si está saliendo con Ana, significa que realmente le importa. No es de los que pierden el tiempo con relaciones serias.
—¿Relación seria? —Helena soltó una risa sarcástica—. Por favor, Maximilien. Sabemos perfectamente que Billy no conoce el significado de esas palabras.
Los ojos de Maximilien se suavizaron por un breve instante mientras la observaba.
—¿Y tú? ¿Conociste alguna vez el significado de la lealtad?
Helena parpadeó, herida por la acusación. Se levantó de la silla, dispuesta a marcharse.
—¿Sabes qué? Esto fue un error. No puedo hablar contigo si sigues anclado en el pasado.
Maximilien la tomó del brazo, suavemente pero con firmeza.
—Espera, Helena. No me refería a… —Suspiró y la soltó—. Está bien. Hablaremos con ellos. Juntos. Por el bien de ambos.
Helena asintió, sin fuerzas para seguir discutiendo. Pero mientras salían del café, ambos sabían que la verdadera tormenta no era la relación de Ana y Billy, sino la que aún ardía entre ellos, sin resolverse.
—¿Vas a seguir negando que me engañaste?
—Cree lo que quieras. A estas alturas, tu opinión me importa tan poco como el aire que respiras.
—¿Entonces para qué viniste? Deberías haberlo resuelto sola… o con tu amante.
—No vine por ti. Estoy aquí para que pongas en cintura a tu hermano. Ana es menor de edad y dudo que tu familia quiera verse arrastrada a un escándalo, ¿me equivoco?
—¿Y por qué habría de importarme? Lo que le pase a tu familia ya no es asunto mío.
—Qué decepción. El hombre con el que me casé ya no existe; se ha convertido en piedra. Pero no te preocupes, lo resolveré sola. No te necesito. Solo dile a Billy que se mantenga lejos de mi hermana, o me encargaré yo misma.
—Lo mismo aplica para Ana. Dudo que Billy la haya obligado a nada.
La sangre se le encendió a Helena al escuchar esas palabras. Sin pensarlo, le cruzó la cara con una bofetada que resonó en el aire. Los ojos de Maximilien se oscurecieron de furia. Se levantó de un salto, la sujetó por la cintura y la atrajo hacia sí. Sin darle tiempo a reaccionar, selló sus labios con un beso tan frenético como devastador.