




2
Llegué de visita a casa de mis abuelos. Ellos, como era costumbre, me ignoraron por completo. Hoy había terminado mi año escolar con honores y quería mostrárselo, tal vez ellos se sientan orgullosos, tal vez si era el mejor, ellos llegarían a amarme.
Yo me acerque a mi abuela que estaba en el jardín y le enseñe mis notas. Ella tomo el trozo de papel, lo miro y después a mi.
— al menos no eres un retrazado. — me dijo con disgusto.
Yo respire profundamente, tenia rabia, mucha rabia.
— ¿Por qué estás aquí? ¿Acaso De Santi ya se aburrió de ti? — me pregunto.
Guardé las notas en el bolso. Me sentí decepcionado, había esperado algo que era obvio que no iba a pasar, yo era un tonto, uno que aun creía que había esperanza para mi.
— Yo no tengo la culpa de lo que le pasó. ¿Por qué tienen que culparme de su muerte? ¡Yo solo era un bebé! Yo no la mate — le dije con la voz quebrada.
Mi abuela me miró con rabia y me dio un golpe en la cara.
— ¡Por ti ella murió! ¡Claro que tienes la culpa! ¡Eres un demonio! Un bastardo que no debería estar con vida — Me gritó con rabia y siguió golpeándome.
Yo no dije ni hice nada, solo dejé que sacara su frustración conmigo. Si, tal vez era un monstruo, y si, yo no debería estar con vida, no lo merecía.
Cuando llegué a la casa, Piero ya estaba allí, el me quedo mirando y sonrio.
— Veo que tu abuela se está ablandando — Me dijo, mirando mi cara magullada.
Yo me encogí de hombros.
— La directora me llamó y me dijo que eres el mejor de toda la escuela. No sabía que hablabas tres idiomas. Según yo, nunca te he pagado clases de idiomas — Encogí de hombros otra vez.
De nada me vale ser inteligente.
— Puedo hacerlo solo, no soy un retrasado — le conteste.
Sonrió y me entregó un pequeño paquete.
— Espero que sepas apreciarlo — me dijo con una sonrisa.
Esta era la primera vez que Piero me regalaba algo. Abrí el paquete y sonreí. Era una navaja con un hermoso mango dorado, y lo mejor era que tenía mi nombre en ella.
— gracias — le dije con un atisbo de sonrisa.
— ¿Quieres usarla? — Preguntó. Yo asentí sin preguntar en qué.
— sígueme — me dijo.
Yo lo seguí con entusiasmo, jamás pensé que el quisiera hacer algo conmigo, era espectacular. Piero me llevo hasta los cuartos a los que tanto Mariano como yo teníamos prohibido entrar, de hecho, ni siquiera podíamos acercarnos.
Cuando entramos en el suelo había un tipo desnudo amarrado de manos y pies, yo voltee a ver a Piero y este me sonrió de manera siniestra.
— ¿Qué le harías? — Preguntó padre.
Yo trague en seco, el tipo allí, estaba mirándome con terror.
— Puedes deshacerte de él. Considera esto como un regalo por tus notas — me dijo.
Empuñé la navaja con fuerza en la mano. El tipo me miraba con súplica de hecho estaba llorando.
— Si te da miedo, puedes salir. Yo lo haré — me dijo con exasperación.
Yo negué con la cabeza, si hacia lo que el me pedía, el iba a amarme como amaba a Mariano.
— lo hare — le dije.
Mire al hombre otra vez, y me lance a él, los gritos del hombre llenaban la habitación, pero no me detuve y termine lo que mi padre me había pedido. Me aleje y mire el despojo en el suelo, mis manos temblaban, yo… era…
— ¡Perfecto! Eres bueno, niño — me dijo con alegría.
Me mire, y todo yo estaba empapado en su sangre, tenía ganas de vomitar.
— ¿Qué más le harías? — me pregunto.
Miré a mi padre y él río.
— ¡Estoy bromeando! ¡Vamos! Te invito a un trago — me dijo.
Me aparté del hombre hecho nada en el suelo, y vomité. Nunca me había sentido de esta manera. Era como si algo ya no estuviera allí, me sentía diferente, me sentia vacío.
— ¡Eso es normal! Ahora vamos por el trago, creo que te hace falta. — me dijo mi padre.
Padre me sacó de allí y me quitó la navaja que aún sostenía en la mano.
— ¿Mariano lo ha hecho? — Le pregunté caminando con él.
Miré mis manos que estaban manchadas por la sangre del hombre, yo estaba temblando.
— Aún no, pero pronto lo hará — Me contestó él.
Yo asentí con la cabeza, entonces era el primero, el me escogió a mi y no a su verdadero hijo, yo… era especial para él.
Era la primera vez que tomaba alcohol. Al principio, supo muy amargo, pero ahora se sentía tan dulce como la miel.
— ¿Qué quieres ser, niño? Todos tienen sueños. ¿Cuál es el tuyo? — me pregunto.
Lo miré sobre el vaso, tomé más del líquido y después lo bajé.
— ¡Quiero ser mejor que tú, mejor que todos! — le conteste.
Él sonrió y me sirvió más alcohol.
— Entonces, tienes que convertirte en un demonio, porque esa será la única manera en la que puedas ser mejor que yo — me dijo.
Yo le sonreí, estaba dispuesto a convertirme en el peor de los demonios.
— Ya he comenzado. Voy a ser el más temido en Sicilia, y toda tu familia se va a arrodillar ante mí — le dije.
Padre asintió, se veía bastante complacido por mi respuesta.
— Eso quiero verlo — Me contestó y tomó de su vaso.
— Lo harás pronto, de eso puedes estar seguro — le dije con seguridad.
Mi padre sonrió, y yo sonreí con él, esto se sentía especial, me había acercado a el de una manera diferente a la que Mariano jamás podrá hacerlo.
Todos los días, cuando salía de la escuela, me iba a practicar con las armas. Me gustaba, y yo era bastante bueno. ¡No! ¡Era perfecto! Tenía que serlo, yo no podía ser menos que eso. Todos los que se burlaron de mí se iban a arrepentir. Después de practicar por un par de horas, me fui a casa. Cuando llegué, pude notar que los hombres estaban en todos lados. Corrí adentro. Padre le estaba apuntando con el arma a uno de sus socios. Mariano estaba junto a él, pero se veía bastante nervioso.
— ¡que lo hagas ya! — Le ordenó padre a Mariano.
El estaba llorando, se veía asustado.
— ¡no puedo! — Dijo Mariano.
Su mano estaba temblando. Yo saqué la navaja del bolso y me acerqué. Agarré al tipo del cabello, esta vez no sentí el malestar de la vez pasada. Todo lo contrario, me sentí poderoso.
— Estás loco — Me dijo Mariano, mirándome con miedo. Yo le sonreí, y lance el cuerpo del tipo a sus pies.
— Solo hice algo que tú no pudiste. No es tan difícil — le dije.
Mi padre me miro con orgullo.
— Bien hecho, niño. Ahora quiero que lo saques de aquí. Alguien se encargará de el — me ordeno.
Padre llamó a otro hombre y me ayudó con el cuerpo. Cuando lo llevamos a un cuarto, el tipo que estaba conmigo me dio una sonrisa.
— te pareces más a Piero que su propio hijo — me dijo el hombre.
Eso que dijo me hizo sonreír, al fin estaba recibiendo el reconocimiento que merecía.