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Estaba rendida, pero ni se me pasó por la cabeza irme a dormir. Al fin sola en mi habitación, cambié mi vestido por el enagua que me regalara el lobo y me solté el pelo. Anudaba la cinta a mi muñeca cuando escuché sus pasos rápidos bajando la escalera. Me cubrí los ojos sonriendo.

—Adelante, mi señ...