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Despertar en sus brazos sólo me hizo volver a llorar. Me acurruqué contra su pecho, la cara junto a su piel cálida. Me acarició las mejillas amoratadas y me estrechó en silencio, besando mi pelo.

—Tu hermana tiene razón, mi señor —murmuré con voz entrecortada—. Esto no puede seguir así.

—Comprendo...