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Por rara ocasión, a la mañana siguiente desperté antes que él. Me sorprendió advertir la escasa claridad que la cinta me permitía adivinar.

—¿Mi señor? —llamé en voz baja, acariciando su espalda—. ¿No es de día ya?

—Es domingo —gruñó soñoliento, la cara seguramente hundida en su almohada—. No nece...