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Crucé la habitación en dos pasos para saltar sobre la cama y echarle el brazo sano al cuello riendo y llorando, pegada a su costado y aferrada a él como si fuera a desaparecer. El lobo frotó su cara contra mi mejilla, la cola golpeando la cama, dejándome hundir la nariz en su pelambre lustrosa.

Cua...