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Abrí la mano y encontré una ancha cinta negra. Me la llevé a los labios luchando por contener las lágrimas. No olía a él, pero igualmente evocaba todos los momentos que pasáramos juntos.

—No puede visitarte abiertamente, pero tal vez logre escabullirse inadvertido por la noche.

—Gracias —murmuré.

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