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Odiaba que se me llenaran los ojos de lágrimas a cada cosa que hacía o decía, pero no podía evitarlo. Hallé su pecho y apoyé en él mis manos. Sentir los latidos de su corazón era lo más tranquilizador que sintiera jamás. Me rodeó una vez más con sus brazos, dándome oportunidad de rehacerme, hasta qu...