




Dudas y Sospechas
POV Alex Blackwell
No sé que carajos estoy haciendo. Ni siquiera tengo una excusa para decir el porqué la cité aquí, pero necesito hacerlo. Ella no me engaña, algo se tare y mi sexto sentido me lo dice.
Podré ser un maldito malhumorado que no quiere tratar con nadie, simplemente porque la gente me fastidia, pero no soy un idiota al que pueden engañar con facilidad.
Observo el reloj en la pared mientras tamborileo los dedos contra el escritorio, dándome cuenta de que me encuentro ansioso sin saber el porqué. Son las 6:59 p.m. y sé que Isabella Thompson aparecerá en cualquier momento. Ha demostrado ser puntual y aunque eso no es precisamente una sorpresa, me irrita lo fácil que le resulta desafiar mis expectativas, es como si a ella le divirtiera o le causara placer, hacerme tragar mis propias palabras.
Cuando la puerta se abre, no levanto la vista de inmediato. La dejo esperar, permito que el peso del silencio se asiente en la habitación antes de concederle siquiera mi atención. Finalmente, levanto la mirada y ahí está. Su postura es firme, su expresión impasible, pero no me engaña. Puedo ver el destello de determinación en sus ojos, la tensión contenida en sus manos.
—Cierre la puerta —ordeno, mi voz neutra, carente de emoción alguna.
Ella lo hace sin titubear, manteniendo la mirada fija en mí, desafiante, retadora y avanza hasta quedar frente a mi escritorio. No toma asiento, solo se queda allí parada, mirándome con el rostro inexpresivo. Bien. Está expectante, puedo notar que también está ansiosa por lo que tengo que decirle y que no piensa relajarse.
—¿Sabe por qué la he citado? —pregunto, entrelazando los dedos sobre la mesa, gesto que ella no pasa por alto, porque repara en cada uno de mis movimientos, al igual que yo en los suyos.
—Asumo que tiene que ver con mi desempeño —responde, su tono es profesional, pero hay un matiz de cautela en sus palabras.
Sonrío apenas, pero no de una manera tranquilizadora, ni mucho menos para tratar de ser amable, lo hago más que todo para inquietarla.
—En parte —me acomodo en la silla, en una postura un poco más cómoda—. Ha sido eficiente con los documentos que le mandé a ordenar y ha hecho bien su trabajo, por lo poco que he visto, aunque no es eso lo que me interesa ahora.
Frunce el ceño, apenas perceptible, pero lo noto. Isabella Thompson odia no saber en qué terreno está pisando, pero si ella está jugando a la mujer misteriosa que no deja entrever sus intenciones, pues estoy más que dispuesto a entrar en su jodido juego.
Me inclino ligeramente hacia adelante, observándola con detenimiento de arriba a abajo.
—Dígame, señorita Thompson, ¿qué tan lejos está dispuesta a llegar para cumplir su trabajo? —miro cada una de sus reacciones, cada pequeño gesto que delate su verdadero estado mental, esta es una pregunta que fácilmente puede malinterpretarse. No es que yo sea un maldito pervertido que quiera abusar de la relación jefe/asistente. Solo quiero probar un poco… estirar la cuerda y ver de qué mierdas es capaz esta mujer.
Ella se tensa un poco en respuesta, pero se recupera con rapidez. Interesante.
—Hago lo que se espera de mí, estoy capacitada para cumplir con mi labor —contesta, sin titubeos.
—¿Incluso si eso significa ir más allá de lo convencional? —replico, dejando que el peso de mis palabras se hunda en ella, presionándola más a dar una respuesta precisa.
Su barbilla se eleva ligeramente. Está resistiendo la necesidad de preguntarme a qué me refiero, puedo notarlo. Quiere que sea yo quien lo diga. Pero no se lo pondré tan fácil. Sabe que si ella lo pregunta, podré sentirme ofendido porque ha sido ella quien sobrepase los límites y yo, no estoy dispuesto a acceder, porque quiero ver hasta dónde es capaz ella de imaginarse las cosas.
—Estoy aquí para trabajar, señor Blackwell —responde al fin, su tono firme—. Pero no voy a aceptar condiciones que no estaban en el contrato que me fue enviado. Eso quiero dejarlo claro.
Sonrío de nuevo, esta vez con un atisbo de diversión al oírla, pero me compongo rápido para que ella no lo note demasiado. Ella es lista, bastante lista, de hecho. Pero aún no sabe con quién está tratando.
—Veremos si mantiene esa postura cuando realmente sepa en qué se ha metido, señorita Thompson.
Me levanto lentamente y rodeo el escritorio, dispuesto a seguir molestándola, me acerco a ella sin romper el contacto visual en ningún momento. Isabella mantiene la compostura, pero su respiración ha cambiado ligeramente. No es miedo, no todavía, pero puedo notar la tensión en cada músculo de su cuerpo.
—No me gusta la gente que huye cuando las cosas se complican —digo, deteniéndome a solo un par de pasos de ella—. Si va a trabajar para mí, tendrá que demostrar que puede manejar más que simples documentos desordenados.
Sus ojos brillan con desafío.
—Ya lo he hecho, que yo sepa, no he salido corriendo y he cumplido con mi trabajo, no entiendo a qué viene este cuestionamiento, señor —responde con calma, aunque su mandíbula está tensa.
Suelto una ligera risa. Me gusta su terquedad, aunque no pienso decírselo. Que se joda si cree que seré amable con ella.
—Eso aún está por verse. Mañana la quiero aquí a las seis en punto. No quiero excusas. Su trabajo comprende más que archivar documentos, tiene que sentarse conmigo durante cada una de las comidas, tiene que estar para mí en todo momento disponible, incluso, si eso implica que no deba dormir porque debe trabajar. Soy un hombre bastante ocupado, que intenta mantenerse al corriente después de una larga ausencia. Así que prepárese, porque lo de hoy fue solo una introducción —le advierto.
Espero que proteste, que pida explicaciones, que me diga algo, porque lo que he notado de su carácter, es que no se deja joder con nadie y que no se dejará conmigo, pero en lugar de eso, me sorprende cuando solo asiente con la cabeza.
—Entendido, cumpliré con mis labores a cabalidad, para eso me paga.
La observo un momento más, buscando algún indicio de duda, pero no lo encuentro. Finalmente, hago un leve gesto con la mano, indicándole que puede irse cosa que le sorprende, pero no dice nada más. Isabella gira sobre sus talones y camina hacia la puerta con la misma seguridad con la que entró. Pero justo antes de salir, se detiene y gira la cabeza ligeramente hacia mí.
—Buenas noches, señor Blackwell. Hasta mañana temprano.
Y sin esperar respuesta, desaparece por el umbral.
Me quedo en silencio, observando la puerta cerrada. Contra todo pronóstico, sonrío. Lo hago, porque hace bastante tiempo que nada me divertía y esta simple chica recién llegada, con esa actitud con la que cree puede llegar a acercarse o interesarme de alguna forma, me parece divertida.
Este juego será interesante.
Minutos después, sigo repasando lo ocurrido porque no me saco de la cabeza todo lo que ha pasado este día. No es común que alguien se mantenga firme ante mí, mucho menos alguien tan nuevo en este mundo. Isabella Thompson no es una simple asistente, y lo sé con certeza. Hay algo en ella, algo que no encaja del todo con la imagen que intenta proyectar.
Saco un expediente de mi escritorio. Mi instinto pocas veces se equivoca, y no pienso cometer el error de subestimarla. Paso las páginas rápidamente, revisando la información que mi equipo recopiló sobre ella. Historial impecable, experiencia suficiente, pero lo que más me llama la atención es su insistencia en trabajar aquí.
¿Por qué alguien como ella elegiría esta posición? ¿Qué busca realmente?
Cierro el expediente y me recargo en la silla. Algo me dice que Isabella es más que una simple empleada, y si hay algo que detesto es no tener todas las piezas del juego en mis manos.
Sea lo que sea lo que esté ocultando, lo descubriré. Y cuando lo haga, me aseguraré de que no tenga escapatoria.