Secretos en la oscuridad

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Desafío

Capítulo 3

Desafío

Isabella Thompson

Mi primera impresión de Alex Blackwell había sido exactamente como esperaba, la de un hombre que exuda control, frialdad y una pizca de arrogancia que parece ser parte de su ADN. Alguien que le fascina tener el control para doblegar a todos los demás a su maldito antojo. Pero ahora, mientras reviso la montaña de documentos frente a mí, no puedo evitar sentir que todo esto es un juego para él. Que solo se burla de mí, así como se habrá burlado de muchas otras personas.

Así como se burló de mi padre.

El silencio en la habitación es tan denso que casi puedo escuchar mis propios pensamientos rebotar en las paredes. Alex sigue sentado tras su escritorio, su mirada fija en la pantalla de su ordenador o al menos eso parece. Algo me dice que está observándome de reojo, esperando que cometa el primer error, que me quiebre o que, mejor aún para él, salga corriendo despavorida de aquí, llorando como una damisela que corre peligro.

Eso no va a pasar.

Respiro profundo, intentando ignorar el leve temblor en mis dedos mientras ordeno los papeles, porque contrario a lo que él piensa, él no tiene el control aquí sino yo, yo soy quien empezará a mover los hilos.

«Él no puede intimidarte, Bella. ¡Que se joda!».

Veo la pila de documentos y si, tengo que admitir que es un trabajo tedioso, pero también he de reconocer que he enfrentado cosas peores. Y si Alex Blackwell piensa que puede intimidarme con su mirada helada y su pila interminable de documentos, está a punto de llevarse una maldita sorpresa.

Pasan los minutos, tal vez horas y finalmente logro organizar la primera sección, la miro con satisfacción porque me ha llevado menos tiempo del que esperaba. Me levanto para alcanzar un archivo del estante y siento su mirada quemándome la espalda. Podría ignorarlo, pero decido no hacerlo, tengo que demostrarle que él no me intimida, aunque en el interior sepa que eso no es más que una mentira.

—¿Necesita algo, señor Blackwell? —pregunto, girándome ligeramente hacia él. Mantengo mi tono neutral, casi indiferente, pero sé que mis palabras lo desafían, porque el muy desgraciado no está acostumbrado a que nadie le haga frente.

Él levanta la vista, sus ojos grises encontrándose con los míos. Por un segundo, juraría que veo un destello de diversión en su expresión, pero desaparece tan rápido que me deja confundida, preguntándome si tal vez, eso no es parte de mi imaginación.

—¿Qué le hace pensar que necesito algo? —responde con esa calma estudiada que parece ser su marca registrada.

—Tal vez sea porque no ha dejado de mirarme desde que empecé a ordenar los documentos, lo que sin duda me hace pensar que necesita algo con urgencia o que se ha perdido alguien igual a mí —respondo, sin poder evitar que un atisbo de sarcasmo se cuele en mi voz y sin dejar de ser la insolente que soy, porque quiero demostrar un punto.

Un silencio incómodo se instala entre nosotros, pero esta vez no soy yo quien lo rompe.

—Es curioso, señorita Thompson —dice, inclinándose ligeramente hacia adelante—. No parece usted el tipo de persona que deja pasar las cosas fácilmente.

—¿Y eso qué significa? —pregunto, cruzando los brazos.

—Significa que me intriga. La mayoría de las personas no cuestionan mis métodos, ni son capaces de hacer lo que justo ahora ha hecho. Usted, en cambio, parece disfrutar haciéndolo.

No sé si es un cumplido o un reto, pero decido no darle el gusto de reaccionar. En lugar de eso, tomo el archivo que necesito y regreso a mi silla, ignorando deliberadamente el peso de su mirada.

El sonido de su risa baja y gutural me toma por sorpresa. No es una risa completa, más bien un susurro de diversión que casi parece involuntario, pero es algo que no creí que pudiera ser capaz de salir de él. Una risa de burla, sarcástica, quizás, pero no algo como esto.

—Espero que los documentos estén en perfecto orden para el almuerzo, señorita Thompson —dice, con esa voz grave que parece diseñada para poner a prueba mi paciencia.

—Lo estarán, no se preocupe —respondo sin mirarlo, concentrándome en mi trabajo y tratando de ignorar por completo al hombre que parece estudiar cada paso que doy.

El resto de la mañana transcurre en un tira y afloja silencioso. Alex no vuelve a dirigirme la palabra, pero siento su presencia constante como una sombra en la habitación, una presencia que al final, debo aceptar si quiero descubrir la verdad.

Cuando finalmente termino de organizar la montaña de documentos, levanto la mirada y me encuentro con sus ojos fijos en mí.

—He terminado —anuncio, tratando de sonar más segura de lo que me siento.

Él asiente lentamente, su expresión indescifrable.

—Perfecto. Ahora, acompáñeme al comedor. Es hora del almuerzo.

Mi ceño se frunce al oír sus palabras porque no sé qué me sorprende más, el hecho de que me invite a almorzar o la forma en que lo dice, como si fuera una orden y yo tuviera que obedecerle como perro faldero.

—¿Disculpe? —pregunto, levantando una ceja.

—Es parte del trabajo, señorita Thompson. Necesito discutir algunos asuntos con usted y el almuerzo parece ser el momento perfecto para hacerlo. No se haga ideas equivocadas en la cabeza, sigue en su horario laboral.

No tengo tiempo para protestar antes de que se levante y se dirija a la puerta. Su porte es impecable, su andar seguro y no puedo evitar pensar que todo en él está diseñado para intimidar.

Sigo sus pasos, mi mente trabajando a toda velocidad. Alex Blackwell es un enigma, un rompecabezas que no puedo evitar querer resolver. Pero mientras camino tras él, una cosa queda clara, no voy a dejar que me venza, no voy a dejar que me doblegue con ese carácter que tiene.

Sea lo que sea que me espere en ese comedor, estoy lista para enfrentarlo.

El comedor de Alex Blackwell es una obra maestra de diseño, tan impecable y frío como el propio hombre. Las paredes de mármol blanco reflejan la luz que se filtra por los ventanales y la mesa, una pieza larga de madera oscura, parece hecha para reuniones más que para algo tan simple como comer.

Él me indica que me siente en un extremo de la mesa, mientras él ocupa el otro. Un asistente aparece casi al instante, dejando dos copas de vino y un menú que parece salido de un restaurante con estrellas Michelin.

—¿Esto es siempre así de... formal? —pregunto, rompiendo el silencio mientras observo la copa de vino frente a mí.

Él me lanza una mirada que casi podría tomar como divertida, si no fuera porque es Alex Blackwell, un maldito arrogante de mierda.

—No suelo almorzar con empleados —responde, con un tono que sugiere que esta conversación es una excepción, cosa que me confunde mucho más.

—¿Y qué soy entonces? —replico, tratando de mantener mi tono casual, aunque su respuesta me hace sentir como si estuviera bajo un microscopio.

—Eso está por definirse —contesta, llevándose la copa a los labios.

Su respuesta me deja en el aire, pero no le doy el gusto de mostrar mi desconcierto. En lugar de eso, me concentro en el menú, tratando de ignorar el cosquilleo molesto de su mirada fija en mí.

No entiendo porque ha dicho eso, soy su empleada, me ha contratado. No creo que sepa quien soy ni que lo recuerde, he usado otra identidad, así que es poco probable que sepa algo de mí, más que la historia que me inventé.

Cuando llega la comida, el silencio vuelve a instalarse entre nosotros. No sé si es la tensión o simplemente su forma de ser, pero tengo la sensación de que Alex Blackwell nunca hace nada sin un propósito claro, cada paso que da es acomedido.

—Dígame, señorita Thompson, ¿qué es lo que realmente quiere? —pregunta de repente, rompiendo el silencio con una pregunta que me toma completamente por sorpresa.

Parpadeo, intentando ganar tiempo.

—No estoy segura de a qué se refiere —respondo, aunque sé perfectamente a qué va.

—Todos quieren algo. Dinero, poder, influencia. La pregunta es: ¿qué quiere usted?

Es un reto, una prueba más en este juego extraño que parece disfrutar tanto. Pero no pienso caer tan fácilmente, no soy una idiota.

—Si le soy sincera, solo quiero hacer bien mi trabajo —respondo, manteniendo mi mirada fija en él.

—Eso no es suficiente —dice, dejando su copa sobre la mesa y clavando con más intensidad sus ojos en mí—. Nadie entra a mi mundo solo para "hacer bien su trabajo" —dice la misma frase que yo, haciendo comillas al aire con sus dedos índice y medio, haciendo énfasis en ella.

El tono en su voz me irrita, pero sé que eso es lo que busca. Quiere provocarme, hacer que pierda el control, pero está equivocado. Estar aquí, fingir ser quien no soy, mostrarle una sonrisa y no saltar sobre él para arrancarle los ojos, es la máxima demostración de control.

—Entonces tal vez su mundo no es tan complicado como cree, señor Blackwell —respondo con una sonrisa que no llega a mis ojos.

Por un momento, creo que lo he descolocado. Sus ojos grises se entrecierran ligeramente, y la comisura de su boca se curva apenas. Es casi imperceptible, pero ahí está, una chispa de algo que podría ser respeto.

—Interesante respuesta —dice finalmente, inclinándose hacia adelante—. Aunque tengo mis dudas de que sea la verdad, muchos vienen con un guion preparado.

Me llevo la copia a los labios en un intento fracasado de disimulo, para hacer algo de tiempo antes de contestar.

—Supongo que tendrá que descubrirlo por sí mismo —replico, inclinándome también hacia adelante.

El ambiente entre nosotros cambia. La tensión sigue ahí, pero hay algo más ahora, algo que no puedo definir del todo. Es como si este juego que estamos jugando hubiera tomado un nuevo giro, y ninguno de los dos estuviera dispuesto a retroceder.

—Lo haré, señorita Thompson —dice finalmente, con una sonrisa que me pone la piel de gallina—. Créame, lo haré, mucho más rápido de lo que usted imagina y cuando descubra lo que quiere realmente, usted tendrá que darme la cara.

Alex se para de forma abrupta de la mesa y se da media vuelta, dejándome sola. La abre y antes de irse, se gira para mirarme.

—Que tenga buen provecho, señorita Thompson —cierra la puerta con un suave clic y me deja aquí, sentada en este enorme comedor con comida suficiente para un ejército.

«¡Que se vaya al carajo! Si el no quiere comer, yo sí. No pienso morir de hambre gracias a él».

Después del almuerzo, camino de regreso a mi habitación con la sensación de haber salido ilesa de una batalla, pero no estoy tan segura de haber ganado. Alex Blackwell es un hombre peligroso, no porque sea agresivo, aunque no estoy del todo convencida y es lo que quiero averiguar, pero el mayor peligro lo representa porque sabe exactamente cómo manipular a las personas.

Pero si él cree que voy a ser una pieza más en su tablero, está muy equivocado.

Mientras organizo el resto de los documentos, un mensaje aparece en mi correo. Lo abro rápidamente, sintiendo un extraño nudo en el estómago. Es de él, por supuesto.

"Señorita Thompson, hoy a las 7 p.m. en mi despacho. Sea puntual.

—A.B."

Por un momento, contemplo la pantalla, debatiendo si responder o no. Pero al final, cierro el correo sin decir nada.

Si Alex Blackwell piensa que me tiene bajo control, está a punto de descubrir que también sé jugar este juego.

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