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MACARENA

Luego que dije esas palabras, me sentí culpable, no era culpa de ellos que yo no pensara en matrimonio o que no estuviera en mis planes. Y la cara con la que me miró Vicente me hizo sonrojar. Era como si no hubiera esperado una respuesta así, como si le hubiese dolido, pero eso era estúpido, toda la noche no había hecho más que molestarme.

―De todos modos, esta boda no se hará por la iglesia ―continuó don Carlos―, a pesar de que su abuela era muy católica, el testamento indica matrimonio y en lo legal lo estarán, por lo que no hace falta el religioso, aunque si tú, Macarena, lo quisieras, no hay ningún problema, sin embargo, debes saber que anular un matrimonio católico es muy complicado.

―La verdad es que no soy muy creyente, pero mi padre y mi abuelo siempre creyeron en el matrimonio por todas las leyes, por lo que me crie sabiendo que cuando me casara, sería como Dios manda... Aunque este no sea el caso.

―Yo, en cambio, si me caso, será por ambas leyes ―afirmó Vicente muy seguro.

―Anular un matrimonio religioso es muy engorroso ―nos advirtió su padre.

―¿Te interesa el divorcio religioso después de nuestra separación? ―me preguntó Vicente directamente, yo me encogí de hombros.

―La verdad no ―respondí con sinceridad, al final, no estaba en mis planes volver a casarme luego de divorciarme.

―Entonces, será como Dios manda ―dictó mi prometido.

―Bien, eso tarda un poco más de tiempo, pero yo lo arreglaré, en cuanto tú estés lista con tu vestido...

―No se preocupe, don Carlos ―le interrumpí―, tengo una muy buena modista que no tardará en tener mi traje listo, en todo caso, tenemos al menos dos meses por delante.

―Dos meses en los que no contarán conmigo ―añadió Vicente―, será mi último tiempo de soltero y hay cosas que debo arreglar.

―Entonces dejamos el matrimonio para cinco meses más. Dos que tú estarás fuera y tres para el compromiso y casamiento. De todos modos, espero que al menos una vez los vean juntos ―indicó don Carlos.

―Claro que sí, papá, por eso no te preocupes, yo haré que sea muy real esto. A nadie le quedará duda del inmenso amor que nos tenemos el uno al otro.

―Eso espero, hijo.

―Con que no me avergüences delante de todo Chile... ―refunfuñé.

―Eso jamás lo haría mi querido hermanito. ―Una chica preciosa llegó hasta nosotros y se abrazó a Vicente con mucho cariño, luego se acercó a Diego de igual forma. Con don Carlos fue más efusiva aún.

―Hija, ¿cómo te fue?

―Bien, papi, no me quedan más que tres clases para terminar el semestre. Por fin, ya quiero que termine la U (universidad). ―Se acostó en el pecho de su papá como si le pesara el cuerpo.

―Hija, te tengo que presentar a alguien ―le dijo en voz baja.

―Ah, verdad, mi cuñada, ¿no? ―Se volvió hacia mí y me dio un abrazo y un beso―. Un gusto conocerte, Macarena, yo soy Fernanda, hermana de Vicente y Diego. Eres muy bonita, por cierto, ¿verdad, Vicente?

―No es mi tipo ―respondió lacónico.

―Un gusto, Fernanda ―saludé cordial.

―A ver, ¿en qué iban? ―inquirió curiosa―. Ah sí, tú no querías que él te dejara en ridículo ante todos, ¿por qué lo haría?

―Porque tu hermano, Fernanda, es un don Juan de primera ―comencé a explicar― y una vez que todo el mundo sepa que él y yo nos vamos a casar...

―Si el don Juan sale a las pistas, la que quedará mal serás tú, por aguantar a un hombre que pareciera no querer cambiar ―argumentó ella.

―Así es ―acepté.

―Pero mi hermanito no hará eso, ¿cierto?

―No ―contestó apenas, al parecer la presencia de su hermana no le agradaba en lo absoluto, o tal vez por cómo se estaba presentando, tan avasalladora, tan alegre, tan... hiperactiva.

―Y tú qué piensas de este matrimonio, Macarena, ¿crees que funcionará?

―Espero que sí, hay mucho en juego.

―Sí, son varios millones.

―Hay mucho más que dinero, Fernanda ―repuse.

―Así me gusta, cuñada.

―Fernanda, esto no es una sesión de sicoterapia de las tuyas ―la molestó Diego con sorna.

―¡Pesado! Yo quiero saber... Cómo ustedes ya estaban aquí, lo saben todo, yo no.

―No ha pasado nada interesante, estaban hablando de los términos del matricidio ―respondió Diego lanzando una carcajada. Su hermana lo siguió.

Vicente me miró y yo sostuve su mirada, estaba muy incómoda, para ellos tal vez era divertido, pero no para mí.

―Y deberíamos continuar, es tarde ―indicó molesto Vicente.

―Bueno, yo aparte de mi vestido, podría hacerme cargo de...

―Solo de tu vestido, querida, de tu peinado, tus accesorios y esas cosas que a las mujeres se les ven muy bien ―me interrumpió Vicente―. Del resto, nos haremos cargo nosotros. Tú di la fecha y la iglesia en la cual quieres casarte, dónde quieres la fiesta y la lista de tus invitados. El resto lo haré yo ―ofreció.

Yo lo miré desafiante, esperaba encontrar burla en su mirada, sin embargo, no era así, al contrario, parecía que se tomaba aquello muy en serio.

―La fecha no sé, igual eso lo podemos ver más adelante.

―¿Alguna iglesia en particular? ―consultó mi futuro suegro.

―No sé, podría ser la de la comuna, allá iban mi familia y la suya, ¿no?

―Sí, la San José, no hay problema, hablaré con el párroco para pedir la iglesia en cuanto ustedes me digan.

―No hables todavía con él, no le menciones nada, papá, ya te diré cuándo.

―Lo iba a hacer para...

―No, echarás a perder mis planes, por favor, por una vez, hazme caso y escúchame, aunque sea porque se trata de mi matrimonio.

Yo quedé de piedra al oír cómo mi futuro esposo le hablaba a don Carlos, yo jamás me hubiese atrevido siquiera a levantarle la voz a mi papá, aunque no niego que muchas veces quise rebelarme.

―¿Tú estás dispuesta a esperar a que se anuncie tu matrimonio? ―me preguntó don Carlos.

―Claro que sí, creo que sería raro igual hablar ahora de matrimonio si acabamos de conocernos.

―Exacto, dame tiempo, lo haré a mi modo y, cuando termine, nadie dudará de mi amor por ella y espero que nadie dude de su amor por mí tampoco.

―Está bien, pero si de aquí a tres meses como máximo no hay avance, se hará a mi modo.

―Claro ―accedió Vicente.

―Ahora, el otro punto a tratar es... el lugar en el que vivirán ―acotó mi suegro.

Miré mi documento, el domicilio estaba en blanco.

―¿Dónde viviremos? ―preguntó mi prometido adelantándose.

―Bueno, yo había pensado en obsequiarles una casa, como regalo de matrimonio, pero luego creí conveniente preguntarle a Macarena si eso es lo que quiere, o prefiere seguir viviendo en su casa.

―Don Carlos, no sé...

―¿Por qué una casa y no un departamento? Mal que mal, somos y seremos los dos solos.

―Vicente tiene razón, don Carlos, creo que una casa sería mucho para nosotros y, en realidad, mi casa no, no quiero llenarla de...

―Malas vibras ―completó Vicente por mí con algo de molestia.

―Recuerdos ―corregí―. Mal que mal serán siete años.

Vicente me escrutó con la mirada, tenía una expresión extraña, no pude descifrarla, quizás esperaba que aprobara lo que él pensaba, pero no era eso lo que sentía.

―¿Quieren vivir en un departamento, entonces? ―preguntó don Carlos.

―Puede venir a vivir al mío ―ofreció mi prometido como si yo no existiera―, no vivo de recuerdos.

―¿Te parece, Macarena? ―me consultó el padre.

Me encogí de hombros.

―Mientras no lleguen sus amiguitas a molestar.

―Nunca he llevado a ninguna mujer allí ―aclaró―, y aparte de ti, no llevaré a ninguna.

―Con esto claro...

―¿Y la luna de miel? ―inquirió socarrón mi prometido.

―Harán un corto viaje a alguna isla no muy concurrida, donde puedan estar tranquilos y donde no te puedas sobrepasar.

―No lo haría, ya te dije que mi futura esposa no es de mi gusto. Al contrario, diría yo...

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