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MACARENA

Yo sonreí socarrona.

―Primero, no me gustan tan altos, segundo, no me gustan con ojos oscuros, prefiero los azules, mira, para que te hagas una idea... Eres todo lo contrario a mi hombre ideal. En todo sentido.

―¿Ah, sí? ―Un brillo de diversión apareció en sus ojos.

―Sí, ¿por qué mentiría?

―Porque te gusto y no quieres reconocerlo.

―No creo que seas para tanto como dicen.

―Ninguna se ha quejado hasta el momento.

―Por dinero o fama se hace cualquier cosa ―afirmé sardónica.

―Como casarse conmigo ―repuso él con igual tono.

―Sí, pero yo no tengo necesidad de adularte, ni siquiera fingir que eres atractivo para mí, nuestro matrimonio será solo un papel.

―¿Estás segura que quieres un matrimonio solo de papel? ―preguntó con voz profunda mientras se acercaba como un felino a punto de cazar a su presa.

Di un paso atrás cuando alzó su mano para tomar mi mentón.

Don Carlos le detuvo el brazo.

―A ella no la tocas ―advirtió el padre.

―Vamos a ver si ella no querrá que la toque. ―Sonrió perverso.

―Jamás permitiré que me toques, no soy como las mujerzuelas a las que estás acostumbrado ―espeté con fiereza, a mí no me intimidaban sus aires de grandeza.

La sonrisa se esfumó de sus labios y volvió a la frialdad del principio, ya no tenía el brillo divertido de antes.

―Entonces, con las cosas claras, me voy ―anunció como si nada.

―¿A dónde crees que vas? ―interrogó el padre.

―No necesito estar con ella, vine a tu casa porque querías que conociera a mi futura esposa, ya la conozco, ahora me voy.

―¡Vamos a cenar todos juntos! ―sentenció don Carlos con un tono de voz que hasta a mí me hizo temblar y que me recordó a mi abuelo y su autoritarismo.

El corazón se me apretó en el pecho al evocar esos momentos con él, en lo mucho que lo echaba de menos y a la vez en lo mucho que siempre lo temí, en lo que diría si me viera en esta situación y en...

Vicente se paró frente a mí, algo me había preguntado, pero no sabía el qué. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no lo oí.

Dio un paso más hacia mí y me sentí pequeña e indefensa ante tamaño cuerpo.

―Cenaré con ustedes, a ver, si ya que no tiene belleza, al menos tiene cerebro ―se burló.

―¿Hablas de mi cuñadita?

Vicente se volvió a mirar a quien habló desde la puerta y con eso pude verlo y él a mí.

―¿Macarena Véliz? ¿Eres tú "esa" Macarena Véliz? ―preguntó emocionado y feliz.

Yo sonreí abiertamente y corrí a sus brazos, como siempre. Él me recibió dando vueltas conmigo en el aire.

―Princesa...  ―me nombró bajándome al piso.

Vicente resopló molesto. Ambos lo miramos. Diego se echó a reír y me abrazó más fuerte sin importarle los bufidos de su hermano que cada vez estaba más enojado con esta muestra de cariño entre su hermano y yo.

VICENTE

Mi hermano y mi futura esposa se abrazaban como si no hubiera un mañana. Parecían mucho más que amigos. Y no eran celos. Para nada. Pero algo de respeto merecía por parte de ambos y no deberían ser tan descarados enfrente de mí.

―¿Por qué no me lo dijiste? ―le reprochó ella con dulzura en su voz. ¿Podía ser dulce esa mujer con lengua viperina?

―¿Y qué sabía yo que tú eras mi cuñada? No me contaste que te ibas a poner de novia con mi hermano.

―Lo supe hoy, además, no sabía que tú pertenecías a esta familia.

―Claro, no tenías cómo, princesa.

Se dieron dos sonoros besos, uno en cada mejilla, sin importarles ni un ápice que estuviera yo presente.

―Ven, vamos al comedor, no quiero que se te enfríe la comida, ¿qué dirías de nosotros como anfitriones? Porque ya vi que mi hermano tiene cero educación.

¿Hablaba de mí, con mi prometida, como si yo no existiera?

―¿Cómo es que se conocen ustedes? ―inquirí molesto, más por la actitud de mi hermano que por otra cosa.

―Fuimos compañeros de universidad, en carreras diferentes ―explicó Diego―, nos conocimos porque tu novia derramó su leche en mi ropa. ―Macarena se puso roja―. Luego compartimos almuerzos, pasábamos los ratos libres que teníamos, siempre juntos. Como su amiga no iba a la U (universidad), ella estaba sola casi todo el tiempo y Rodrigo estudiaba de noche, así que yo tampoco tenía amigos con quien pasar el rato.

―¿Y aun así no sabías que era mi hermano? ―le recriminé a mi prometida, mirándola directo a los ojos.

Mi hermano la abrazó, apartándola de mi visión y largó una risotada.

―Nunca le dije mi apellido, para ella, yo era Diego, simplemente Diego.

―Y en una ocasión me dijiste que eras Huidobro, ¿te acuerdas? ―le dijo ella divertida.

―Sí, me acuerdo, princesa, pero después te dije que era mentira.

―Sí, pero nunca me dijiste tu apellido, me lo dirías cuando nos casáramos ―replicó ella con un brillo especial en sus pupilas.

―Y una vez más, mi hermanito me ganó ―repuso él con una cuota de molestia.

La furia se instaló con todo en mi interior. ¿Cómo que se iban a casar? Busqué el rostro de Macarena para que me diera una explicación racional a todo esto, si ella estaba de novia con mi hermano, ¿cómo pudo comprometerse conmigo?

―De todas maneras, nos quedaban casi veinte años ―agregó algo avergonzada ante mi mirada.

―Quiero entender ―espeté enojado ante esta situación―, ¿me voy a casar con mi cuñada?

Diego volvió a reír con ganas y empujó a Macarena con suavidad hasta su puesto, como una forma de poner una barrera entre ella y yo.

―Hermanito ―dijo volviéndose a mí sin dejar su buen humor―, Macarena y yo no somos novios, nunca lo fuimos y dudo mucho que lo seamos alguna vez, así que no te preocupes, pero si la lastimas, me comportaré como si lo fuera. Tú no le vas a hacer daño, ¿me oíste? ―terminó con total seriedad.

No respondí nada, él la defendía a morir, ¿qué tenía esa chiquilla que todo el mundo la protegía? Hasta René, al encontrarnos en la escalera, me pidió que no la lastimara, que ella no era como las otras chicas a las que yo solía frecuentar.

Me senté al lado de mi prometida. Mi padre, que se notaba muy incómodo con toda esta situación, se sentó a la cabecera como siempre, yo a su derecha, Macarena a mi costado. El puesto del frente de mi novia estaba ocupado por Diego y el que estaba entre él y papá, vacío, mi hermana Fernanda aún no llegaba. Desde que había muerto mamá, ella ocupaba su lugar en la mesa.

Yo, molesto aún con mi novia y mi hermano, busqué un tema delicado y como yo me caracterizo por no hacer las cosas como la sociedad o la etiqueta lo impone, no me importó hacer sentir mal a Macarena, al contrario, quería hacerlo.

―No te vi en el funeral de mi mamá, tengo entendido que tu familia y la mía tienen tratos desde hace tiempo.

―No pude ir ―respondió lacónica.

¿No me daría ninguna explicación?

―¿No pudiste o no quisiste? ―insistí.

―¡Basta, Vicente! ―me cortó mi padre.

―Estaba en otro lugar ―contestó ella sin amilanarse, aunque parecía más una máscara.

―Mentirosa ―murmuré.

―Vicente, basta, ella no pudo ir, ya te lo dijo, ¿no lo entiendes? ―El supercuñado al rescate.

―No voy a permitir que la trates así ―sentenció mi papá.

―Todavía no es mi esposa ¿y ya está con mentiras y secretos? Vaya mujer que me escogiste, papá.

Mi padre, un hombre que parecía en decadencia desde la muerte de su esposa, miró suplicante a Macarena, como rogando su perdón por mi comportamiento.

El silencio reinante se podía cortar con cuchilla.

―Así que estabas demasiado ocupada, me alegra saber que esta noche no lo estuvieras tanto ―ironicé, no me quedaría tranquilo hasta saber la verdad, no tanto porque me importara, al fin y al cabo, eso ya había pasado, ya no se podía retroceder el tiempo, pero me dejaba intranquilo el aire de secreto ultra guardado, ellos sabían qué había sucedido, yo no. La curiosidad podía más y quería saber.

―Vicente, hijo, por favor, ya basta ―intentó calmarme mi padre en vano.

―Quiero entender, papá, ¿es tan malo eso?

―No, no es malo que quieras saber, el problema es cómo lo estás averiguando, no es el qué, es el cómo, hermanito.

―No he dicho nada malo.

―Tú atacas a tu novia sin razón, si ella no fue al entierro de nuestra madre y de la abuela ―recalcó―, sus razones tendría y no tienes derecho a cuestionarla.

―´Tú la defiendes y no estuvo contigo cuando más la necesitaste.

―¡Tú no sabes nada! ―casi gritó.

―Ah, claro, se me olvidaba, tú te avergonzabas de tu familia y ella no tenía idea de lo que estaba pasando.

Macarena se fue hundiendo en su asiento a medida que discutía con mi hermano, parecía que hasta le costaba respirar y temí que en cualquier momento se desmayaría. Pero eso a mí me daba lo mismo. Quería respuestas.

―¡Basta los dos! ―ordenó mi papá al borde de un ataque de furia―. Macarena no merece este tipo de espectáculos.

―Lo siento ―se disculpó el hermano perfecto.

Mi progenitor me miró a mí.

―Está bien ―accedí sin un gramo de culpa en el cuerpo―. Espero que algún día me cuentes ese gran secreto tuyo ―susurré socarrón solo para ella.

―Estaba en el hospital ―respondió en un murmullo.

―No tienes que dar explicaciones, princesa. ―Otra vez mi hermano a la defensa.

―¿Estabas enferma?

Miró a mi padre, luego a Diego, ellos lo sabían, yo era el único que había sido dejado fuera de toda jugada... como siempre.

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