




Capítulo 4
Dos años y cuatro meses después…
Abigail, sentada en la primera fila de la funeraria, no apartaba la vista del ataúd frente a ella. Su coleta baja desordenada y sus ojos irritados eran apenas una muestra de su inmenso dolor.
Su amada madre había fallecido. Un cáncer de pulmón que se extendió al cerebro terminó por consumirla. Antes de abandonar el plano terrenal, pasó tres meses en total oscuridad. Su extrema desnutrición y desgaste le causaron un paro cardíaco fulminante.
Ahora, Abigail estaba oficialmente sola. Al sepelio apenas llegaron diez personas, amigas de su madre. Sonia nunca tuvo una buena relación con su familia, así que, si no la apoyaron en vida, ¿de qué servía llamarlas tras su muerte?
―Abi ―la llamó una mujer de cabello blanquecino y marcadas líneas de expresión―. Siento mucho tu pérdida. Ella ya descansa en un lugar mejor.
Abigail se limitó a llorar y abrazar a la anciana. Le dolía no haber podido darle una mejor calidad de vida en sus últimos años. No haber recompensado todo el esfuerzo que su mamá hizo por ella.
Una madre soltera, despreciada por su familia al quedar embarazada, sin una carrera universitaria. Se valió de su belleza para sacar adelante a su hija, enfrentándose al juicio, las críticas y la condena de todos.
La anciana trataba de consolarla mientras otra invitada acomodaba un hermoso arreglo floral cerca del ataúd. La visión borrosa de Abigail se concentró en los colores y el contraste entre la belleza de las flores y la tristeza del momento.
Al día siguiente, su madre fue enterrada. Al terminar la ceremonia, una mujer de unos cuarenta años se acercó y le entregó un sobre.
―¿Esto?
―Es un regalo. Su madre y yo nos hicimos buenas amigas. Lamento su pérdida, pero tengo que irme ―las palabras de la extraña eran rápidas y firmes, sin mostrar tristeza.
Abigail buscó en sus recuerdos, tratando de reconocer esos ojos oscuros y ese cabello rizado, pero no recordaba a esa mujer de ningún lado.
―Gracias ―respondió con cortesía.
La desconocida se fue deprisa. El sobre estaba en blanco. Al llegar a casa, Abigail lo revisó y quedó sorprendida por la cantidad de dinero que contenía. La señora que se lo entregó no llevaba ropa ostentosa ni aparentaba riqueza.
Una punzada en la sien la obligó a cerrar los ojos. No todo tenía que tener una explicación misteriosa. Solo debía agradecer el gesto y seguir adelante.
En esa última semana, todo había sido un caos. Sus deudas habían aumentado tras el entierro de su madre. Solo existir ya era un gasto.
«Tengo que irme. Respirar otro aire», se dijo con la visión borrosa por las lágrimas. Todo le recordaba a su amado ángel. Su corazón dolía de una manera insoportable, y lo único que podría aliviarla era algo imposible: un abrazo de su madre.
(…)
Abigail sacó los boletos de autobús de su bolso. Austin estaba a solo dos horas de distancia.
Después de instalarse en un pequeño cuarto que alquiló a bajo costo, comenzó a buscar ofertas de trabajo desde su celular. Quizá allí tendría mejores oportunidades. Lo bueno era que siempre había vacantes en los restaurantes de comida rápida.
El primero en llamarla fue una cafetería. Debido a su nivel académico, le ofrecieron un puesto de cajera con la promesa de un posible ascenso. Aceptó la entrevista y, tras ser contratada, comenzó a trabajar.
(…)
Una semana después, antes de ir al trabajo, recibió una llamada de un número privado.
―¿Bueno?
―Señorita Jiménez, buenos días. Mi nombre es Laura Gonzales. Llamo de parte del corporativo Confiplex.
―Sí ―Abigail se aclaró la garganta; el nombre sonaba profesional―. Buenos días.
―El motivo de mi llamada es que tengo una solicitud de empleo suya en mi registro, junto con su currículum. Buscamos personal con su perfil, y me gustaría agendar una entrevista, si está interesada, claro.
Abigail no recordaba haber enviado su solicitud a esa empresa. Sin embargo, sabía que las buenas oportunidades debían aprovecharse.
―Sí, estoy interesada.
(…)
Tres días después de la entrevista, Laura Gonzales la llamó para anunciarle que había obtenido el puesto.
Abigail se preguntó si aquello era un sueño, un producto de su imaginación. Tal vez se había resbalado con un pancake tirado en el suelo y estaba alucinando. Se pellizcó para comprobarlo, pero todo seguía siendo real.
(…)
Al día siguiente, se presentó nuevamente en la empresa con un traje formal. Agradecía que su ropa ejecutiva no se viera tan desgastada.
Rebeca Alece, su supervisora, estaría a cargo de su capacitación durante un mes. Aunque al principio le costó familiarizarse con las tareas asignadas, una vez que las entendió, las realizaba con excelencia.
Pasados los treinta días, le informaron que había sido contratada bajo un contrato inicial de seis meses. La paga era muy buena.
Pronto, Roberto Martínez, un directivo de la empresa, se presentó para informarle que la compañía cumplía cuatro años y que estaban organizando un proyecto para aumentar sus ventas y reconocimiento. Por sus aptitudes, Abigail había sido seleccionada para formar parte de ese equipo.
Ella estuvo a punto de llorar frente a Roberto. Las indicaciones eran claras: debía presentarse en una sala específica a las diez y media de la mañana.
Abigail contaba los segundos. Al llegar la hora, caminó con paso rápido al área indicada.
Esperó a Roberto Martínez, quien al entrar presentó al encargado del grupo.
El corazón de Abigail estuvo a punto de salirse del pecho. Su estómago se revolvió y su respiración se tornó irregular.
―Bien, demos la bienvenida a nuestro jefe de proyecto y vicepresidente del corporativo Confiplex, el señor Liam Casares.
La mandíbula de Abigail casi se cae al suelo. Una desagradable sensación le crispó el estómago.