Read with BonusRead with Bonus

Capítulo 1

El cristal cayó al suelo, despedazado, igual que su corazón. Abigail quedó aturdida.

―¿Estás bien? ―preguntó Ángela, su cuñada.

―Sí. Voy a limpiar…

―¡Claro que no está bien! ―exclamó su suegra, Minerva, con los ojos fijos en el desastre―. Solo a una retrasada mental le pasarían estas cosas.

―Mamá ―Ángela le pidió con la mirada que guardara silencio.

―Ni siquiera puedes hacer las cosas más insignificantes que hacen las criadas. ―Se masajeó la sien―. ¡De verdad eres tan estúpida! ¿Qué se puede esperar si tu madre solo es una barrendera bizca?

Abigail apretó los puños, con el rostro enrojecido por la rabia.

―No se exprese así de mi mamá. Por favor, tenga respeto ―contuvo las ganas de gritar. Desde antes de su boda, su suegra le había declarado la guerra.

―¿Respeto? ―La mujer enarcó una ceja―. ¡Ja! ¿Qué respeto merece tu madre, prostituta, o tú, que lo único extraordinario que has hecho en tu vida es casarte con mi hijo?

El sonido de la bofetada reflejó toda la ira contenida. A continuación, los gritos desesperados de Minerva alarmaron a las empleadas de la casa.

Ángela corrió a socorrer a su madre, que no hacía más que pedir que sacaran a la salvaje corriente de su hogar.

―Vete ―exigió la chica a su cuñada, con la molestia reflejada en el rostro.

Abigail veía la escena borrosa. Su mente no alcanzaba a asimilar lo ocurrido.

Lo siguiente que vio fue la mesa del comedor. Las lágrimas se desbordaron por sus mejillas. No supo cuánto tiempo pasó llorando. El sonido de la puerta al abrirse la sacó de su trance.

Escuchó el ruido de los zapatos de cuero de Liam acercarse. Levantó la vista y allí estaba él, con su mirada feroz sobre ella.

―¿Por qué atacaste a mi madre? ―preguntó con la mandíbula apretada. De repente, la corbata parecía asfixiarlo.

Abigail guardó silencio. En respuesta, su esposo acortó la distancia, tomó el jarrón en medio de la mesa y lo azotó contra el suelo.

―¿¡Qué te pasa!? ―le cuestionó ella y enseguida se levantó de su silla.

―Es la única manera en la que respondes, ¿no? ―Liam elevó el tono de su voz, se quitó el saco y lo arrojó al piso.

―¡Tu madre ya me cansó! Todo el tiempo ladrándome como una perra…

La sangre de Liam hirvió. Se dejó llevar por el enojo y, con un simple movimiento, estrelló su mano contra la mejilla de su esposa.

―¡No vuelvas a comparar a mi madre con un animal!

Abigail se agarró la mejilla hinchada.

―¡ERES UN IMBÉCIL! Se dicen tan finos, con tan buenos modales, su maldit* dinero y no son más que mierd* ―escupió el coraje reprimido de todo ese año y medio. Sus ojos vidriosos delataban lágrimas que se negó a dejar salir.

Liam abrió y cerró la mano mientras la vena de su frente se marcaba.

―¿Tú qué vas a saber de clases sociales, si vienes de una puta familia marginada? Deberías agradecerme. Tenía tantas buenas opciones, mujeres hermosas con apellidos importantes, y te hice el favor de quedarme contigo. ―Sus fosas nasales se dilataron, la miró de arriba abajo.

―Tu familia importante, tú y tu perra madre se pueden ir al infierno…

―¡Cállate, maldita sea! Si no quieres que… ―cerró la boca de golpe, se tragó sus palabras y salió del departamento antes de cometer una locura.

Abigail lloró con amargura toda la noche. Su “cuento de hadas” se había convertido en una historia de terror.

(...)

Al día siguiente, no se presentó a trabajar en la poderosa empresa familiar de su marido ejemplar. Se quedó en casa, con la cabeza hecha un lío.

Sabía lo que debía hacer. Ese matrimonio estaba destinado a fracasar desde antes de iniciar. Incluso el día de su boda, su suegra le rogó a Liam cancelar todo.

Cada desplante, las miradas con desdén, los insultos en voz alta que su esposo insistía en que dejara pasar. Liam no la amaba; el único y verdadero amor de ese hombre era el dinero y el poder que le daba.

El timbre de su teléfono la sacó de sus pensamientos. El portero del edificio le informaba que llegó un paquete para ella y que, si quería, en diez minutos estaría allí para entregárselo.

―Sí, por favor ―dijo, y se dio cuenta de lo desgastada que se escuchaba su voz.

El portero llegó con una caja mediana y la entregó en la puerta.

El remitente dejó una nota que decía: "Es tiempo de que le dejen de ver la cara, señora Casares."

Sin ánimo y movida por la curiosidad, abrió la caja. En ella se encontraba un disco para reproducir en DVD.

Abigail metió el disco en el reproductor. Los segundos parecían horas.

La pantalla mostró un fondo negro, y de la nada apareció un cuarto.

Una pelirroja en lencería negra le sonrió a la cámara.

Abigail estaba a punto de quitar eso, de no ser porque reconocía la identidad de esa mujer: Natali, la despampanante exnovia de su esposo.

Horrorizada, observó la aparición de su esposo desnudo, acariciando con devoción los pezones de la mujer. Su visión se nubló a causa del llanto. Se tocó el pecho mientras su respiración se tornaba irregular. Algo dentro de ella se había roto. Un ardor quemaba su interior. Su labio inferior comenzó a temblar. Cerró los ojos para dejar de ver, incapaz de moverse o pensar con claridad.

El dolor atravesó su interior como un disparo certero. Buscó con su mano el control del televisor y apagó la pantalla.

Su llanto fue intenso, casi infantil. Se abrazó a sí misma. Deseaba que todo fuera una pesadilla, pero una voz en su interior le gritaba que era la realidad.

Podía ser tachada de ingenua, pero no era ninguna estúpida.

Se puso de pie y, con manos temblorosas, comenzó a guardar su ropa en unas maletas. Se preguntó si era correcto llevarse la joyería o las demás cosas que Liam le había comprado.

«Ese poco hombre, hijo de puta, me ha hecho tanto daño que llevarme esto sería lo mínimo», se dijo con la cara enrojecida de tanto llorar.

No importaba a dónde, necesitaba irse de ese lugar. Divorciarse del maldito infiel.

Previous ChapterNext Chapter