




Un corazón a media máquina.
Roberto fue trasladado a la otra ala del hospital, tenía cuatro costillas rotas y su cuerpo totalmente molido a golpes.
Era un caso de abuso de poder, no era el primero que el médico presenciaba, le dio mucha lastima ver a una pareja tan joven sufrir la pérdida de su primer hijo, pocas parejas salían juntas adelante después de un golpe tan fuerte, las mujeres presentaban depresión y los hombres normalmente escondían todo su dolor, ellos necesitan de terapia sin duda alguna.
Dos días después estaba una pareja saliendo del hospital con las manos vacías, ellos llegaron con su bebé en el vientre y salieron con la tristeza más grande en sus corazones, Beatriz estaba bien de salud, pero Roberto tenía todo su pecho vendado, necesitaban sanar física y mentalmente por el bien de ambos.
Una pareja destruida psicológicamente, Beatriz con lágrimas en sus ojos ayudaba a su esposo que sufría por los intensos dolores, los analgésicos podrían aliviar el dolor de los golpes, pero no el dolor del corazón, un corazón que estaba roto y jamás volvería a ser el mismo, a ese corazón le faltaba una pieza que se había perdido o, mejor dicho, se la habían robado.
Ellos caminaron hasta la parada de bus más cercana del hospital, ella no sabía conducir y él no podría hacerlo, aunque lo quisiera hacer, su mente estaba bloqueada, dejaría el auto allí estacionado y luego volvería por él.
—Amor camina lento, no quiero que te lastimes— ella solo quería ser comprensiva con su esposo, pero el dolor era de ambos.
—Estoy bien, no te preocupes— con una mirada dulce el pudo aliviar la preocupación de su esposa por un momento.
Ellos viajaron hasta su pequeña casa, Beatriz estaba por abrir la puerta, cuando se sorprendió al escuchar un auto estacionarse detrás de ellos, era un auto negro de lujo y vidrios arriba, no debía de ser adivina para saber de quienes se trataba, su madre bajó desesperada buscando darle un abrazo de consuelo, sin embargo, lo que recibió fue una mirada de odio y desprecio, seguido de más de una palabra.
—Hija por favor perdóname, nunca debí dejarte sola, te necesito— con lágrimas de tristeza en sus ojos, lágrimas falsas y llenas de hipocresía.
Ella terminó de abrir la puerta para volver a sujetar la mano de su esposo, ellos seguían siendo uno solo, no dudo en responderle a su madre, no sabía quién estaba detrás del secuestro de su hija, pero no dudaba que fue su familia.
—Aléjate de mí, no te atrevas a tocarme más nunca en tu vida—
La firmeza y la determinación con que Beatriz le habló a su madre fue impactante, ella a pesar del rechazo de su familia y el destierro por un año entero, nunca fue grosera o desobediente, pero ellos habían llegado al límite con secuestrar a su hija, golpear a su esposo y darle la espalda en un momento que para ella era el más importante y terminó siendo el más difícil y trágico.
La mirada de Erika solo mostraba confusión, como cualquier mujer de dinero molesta por las palabras de su hija, ella miró fijamente al joven y no dudó en descargar su furia sobre él.
—No has hecho más que destruir la vida de mi hija, mira en lo que la has convertido, una mujer grosera y vulgar, no fuiste ni capaz de cuidar de ella y su bebé, además la tienes viviendo en este cochinero de mala muerte—
Punto menos para Erika, ella estaba insultando a la pareja de su hija, Beatriz era como una leona recién dada a luz, y no dejaría que nadie se atreviera a meterse con ningún integrante de su núcleo familiar, más allá del secuestro de su pequeña hija, Roberto era un joven maduro, ejemplar y respetuoso, de no haber sido por la maldad de las personas, él hubiese demostrado ser un padre ejemplar, no cabía duda alguna.
—Ve con tu veneno a otro lugar, estas equivocada Erika, me dieron la espalda pensando que volvería con ustedes por dinero, pero están equivocados, la vida no se trata de lujos, estoy más que segura que es él, mi lugar seguro y mi felicidad, encontrare a mi bebe, aunque sea lo último que haga en esta vida—
Ella terminó sus palabras y cerro la ceja de su casa, terminando de ayudar a su esposo que se mantuvo en total silencio durante toda la discusión, el era un joven bien educado por su madre, no le faltaría el respeto a una mujer, y menos a una persona mayor, Erika quedó detrás de la reja como una olla de presión a punto de explotar, esa muchachita se le había salidos de las manos, y nadie supo en qué momento fue, aunque la tenían bien vigilada desde pequeña, los encuentros con Roberto fueron inevitables, a tal punto de casarse el mismo día que cumplió la mayoría de edad.
Beatriz ayudó a Roberto, subir cada escalón era un martirio para ambos, aun así ella estaba más saludable físicamente que él, se subieron sobre la cama y ambos se quedaron dormidos, ellos estaban cansados y tristes, la depresión los estaba consumiendo.
Unas horas más tardes ella despertó por el dolor en sus pechos, no pudo evitar subir sus manos hasta su boca y ahogar un llanto, era doloroso saber que su hija tenía hambre en ese momento y ella no podría alimentarla, Roberto se despertó al escuchar el suave sonido que era perturbador, ella apretaba su estómago mientras lloraba suavemente a un lado de la cama.
—No vuelvas a llorar sola, somos un equipo y la carga podemos compartirla, ven acá mujer—
Ella con cuidado se metió a un lado de su pecho y el llanto se fue intensificando más y más, ambos lloraron por un largo rato, ella se levantó en busca de un envase en donde poder ordeñar sus pechos cómodamente, pero ver como la leche sería desechada le dolió aún más en el alma.
—Me duele demasiado, no encuentro consuelo alguno—
Ella habló suave y el no entendía sus palabras, ¿acaso le estaba doliendo mientras se ordeñaba los senos? —
—¿te duelen los senos? —