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La encrucijada

Tahirk Abdhullah Yagis

Yo tenía un objetivo claro cuando vine a la fiesta de su padre. Tenía todo cristalino en mi mente y sabía que pasó dar en cada momento pero fue verla y perderme en su cuerpo, en si tono de piel... en esa boca que estaba seguro que besar crearía hábito.

Para mi se hizo evidente que podría tenerla y tenerla y nada sería suficiente.

Yo necesitaba hacerla mía, pero mucho más que solo su cuerpo, lo que necesitaba era hacerla mi esposa. Mi mujer... ser su marido

Entonces trataron de matarme y mis hombres descubren que hay un intento de asesinato pululando a mi alrededor y el único dato que me dieron es que ha sido una mujer la que ha tomado la oferta.

Cuando te dedicas a asesinar personas conoces un poco de ese mundo y si,soy un príncipe y un asesino a la vez. Soy un despiadado gobernante que cumple sus tareas con tal de conservar su mandato.

Mi mundo es oscuro y cruel, difícil de entender pero es al que pertenezco, no puedo cambiar las reglas ahora.

Tuve que sufrir para llegar a aquí y no puedo traicionar a mi gente. Ni ahora ni nunca.

—¡¿Príncipe...?!

Mahir, mi segundo al mando y mi mejor amigo me llama mientras la miro desmayada en mis brazos. O fingiendo, no lo sé.

—Voy. Dame un segundo.

La deposité en la cama de mi habitación y le hice un señal a él para que no dijera nada, no me databa fiando de ella en absoluto. Para cuando acomodé entre los almohadones no me pude resistir a besar sus labios, unos labios llenos y dulces que me hubiese encantado morder hasta hacerlos sangran entre los míos pero eso tendría que esperar.

—Pon a dos de los hombres a vigilar esta puerta y que nadie salga ni entre. No quiero que la miren si quiera pero que no escape tampoco.

—No hay mucho a donde ir, Tahirk —me señaló —. Vamos, tenemos a Musafer en línea.

Miré a atrás cuando me alejaba por ese pasillo y ella quedaba tirada en la cama esperando a que volviera con su destino entre mis manos. Si mi jefe de seguridad descubría que ella era la encargada de matarme yo la tendría que matar ahora mismo, sin más. Una simple bala entrando en su frente.

—¿Cree que ha sido ella? —pregunté ansioso.

Ella era la primera mujer que suponía un trabajo para mi y que hacía sentir que quería otra cosa. La primera que habría hecho mía par siempre. Verla me había resultado un embrujo tremendo, que me había hecho sentir cosas que nunca había experimentado pero era un asesino además de un príncipe y si para conservar la paz de mi pueblo ella tenía que morir lo haría, con pesar pero caería en su propio cuerpo.

—Me gustaría decirte que sí, que así es para que dejes de verla como algo más que un buen polvo pero no sé si eso lo haga peor.

—¿A qué te refieres? —le detuve antes de entrar a la sala de la llamada.

—Te conozco Tahirk, y muy bien. Sé cuando pierdes la cabeza por algo y nunca te he visto hacerlo por una mujer pero esta es distinta... por esta puedes estropear tu propia vida. No sé por qué y no me preguntes más pero lo veo, veo que la quieres para ti y si te dijera que te quiere matar puede que eso la haga más atractiva para tí, eres peligroso cuando quieres algo.

—Siempre soy peligroso, Mahir —abro la puerta para que pase dentro —. No lo olvides.

Él soltó un largo suspiro y entró, le dí un empujón cariñoso porque le tenía mucho afecto pero sabía que tenía razón, ella me rompía demasiados esquemas. Y la principal explicación estaba en la forma en que la saqué de allí y ña traje a mi vida, un movimiento peligroso.

Tomé el teléfono y puse el altavoz, quería que mi hombre de confianza oyera todo, solo en caso de que yo me lo pensara de forma equivocada. Siempre me había gustado tener un plan b.

—Habla, Musafer. Estamos los dos a ña escucha.

—Su padre la usa para ciertos acuerdos de negocios, se ve que la promete a otros políticos pero nunca la entrega, no sabemos bien que juego se traen pero es una mujer que sabe jugar c o n un hombre, Tahirk —apreté mis manos en puños, furioso de imaginarla con otros y de saberla ofrecida pero, celoso más que nada —. Supe también que el atentado era para su padre no para ti. Algo extraño ha pasado pero estás a salvo por ahora. Esa chica no me gusta pero no puedo decirte que hacer. Piensa bien que decisión tomes y te apoyo, sigo haciendo averiguaciones.

Cuando cortó la llamada no había movido ni un músculo de mi cuerpo. Por mi mente corrían un millón de posibilidades y todas ellas eran arriesgadas.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó Mahir.

—Voy a esperar un poco. Si ella quiere jugar, jugaremos. Si no... sabré que hacer al final de esta partida.

—Te vas a exponer.

—No la dejaré irse, Mahir.

—¡¿Cómo...?!¿Acaso has perdido la razón? Es la hija de ese tipo, ¿crees que no la buscará por cielo, mar y tierra? —preguntó exaltado.

—Haré que ella de quede por su propia voluntad y su padre la dejará en paz. Quiero ver como actúa y sabré si me fío  o no.

—Solo quieres acostarte con ella. Estás enfermo, Tahirk. Maldito seas.

—También —reconoció enseguida —. También quiero eso. No te preocupes que para cuando abandone su cuerpo sabré que rumbo tomar.

—Miedo me da eso. Si no te conociera tanto no me importaría pero...

—Pero nada, simplemente quiero —hice una pausa a ver si encontraba la respuesta a mi propia encrucijada —...necesito averiguarlo, Mahir. Sigue al tanto de las noticias del atentado.

Salí de allí con los puños cerrados para conservar mi furia entre ellos y volví corriendo a ella. Sabía que había fingido un desmayo, la había visto pestañear pero la pregunta era: ¿por qué lo hizo?

Abrí la puerta de par en par y la encontré mirando por la ventana abrazándose a si misma, completamente seria, nerviosa.

—Dime, ¿por qué me mentiste y fingiste un desmayo?

No pensaba darle escapatoria ni oportunidad de volver a mentirme. Se dió la vuelta y supe que ella sería mi perdición, pasara lo que pasara nunca me desharía de la imágen de esa mujer. La hiciera mía, la matara o la dejara ir ella no abandonaría mi mente nunca más.

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