




La confusión
Me llevé la mano a la cabeza porque sentía un dolor tremendo, me había lastimado en la caída.
Miré a mi alrededor para darme cuenta de que estaba sitiada por cuatro hombres tremendamente poderosos y él, el dueño de esos ojos insoportablemente verdes me miraba saltando al compás que marcaban las olas que íbamos saltando a nuestro paso.
—Mi padre me va a encontrar —le expliqué agarrándome a las correas de la balsa —. Has hecho esto para nada.
Íbamos en un bote como los de salvamento y rescate y miraba el yate alejarse cada vez más de mi.
Podía recordar que llevaba un arma escondida pero no pretendía usarla todavía, mejor era guardar cauto silencio hasta que pudiera entender lo que pasaba allí.
—Cuento con ello —me dijo.
Todo mi cuerpo reconoció esa voz ronca y honda. Pasaron unos segundos en los que nos miramos a la cara escrutando en el otro alguna emoción que descifrar pero entonces una ola nos dió un buen golpe y salté en el aire despedida contra uno de los tipos aquellos.
—¡Dámela!
El bramido de aquel extraño me estremeció y sentí después sus manos arrancarme del regazo de su hombre y ponerme sobre el suyo, pude comprobar también la semierección que cargaba y recordé nuestro encuentro de antes.
—Veo que no mentías —bromeé moviéndome sobre él que me llevaba atrapada por la cintura.
—Me encantaría comprobar si tu tampoco lo hacías —sus labios rozaron mi oreja y se me cayeron los párpados.
—¿Qué quieres de mi?
Cambié el rumbo de nuestras palabras antes de que todo se enredara más. Él no podía saber cuál era mi verdadera intención al acercarme a él ni yo podía dejar que las cosas se salieran de control. Era demasiado peligroso.
—Me encanta que cambies de tema, encanto —su mano hizo presión en mi estomago pegándome más a él cuando la balsa subía sobre la arena llegando a nuestro destino —. Y respondiendo a tu pregunta: solo te he salvado.
—¿Cómo...?¡ No te entiendo!
Otros hombres que estaban en la arena esperando, se acercaron a nosotros y me tomaron de las manos para sacarme de encima de su jefe y ponerme sobre la arena fría y húmeda.
—¡Príncipe...!
Me perdí en algún momento entre lo que dijo, mi pregunta y el titulo con el que lo llamó uno de sus hombres. Mis ojos sin saber a dónde mirar se detuvieron en los suyos y mascullé:
—¡¿Príncipe... de qué? ¿Quién eres tú?!
Su sonrisa canalla casi me hace temblar. Me llevé las manos a las caderas esperando una contestación y lo que obtuve fue un apretón por el codo mientras me indicaba que entrara dentro de una gran mansión de playa.
Solo tenía su foto, y la manera en que querían el trabajo, nada más. ¿Príncipe de dónde? Habla perfectamente mi idioma.
—Arabia —respondió.
Tuve que seguirlo cuando veo que se va para la casa. Me sorprende que me abra la puerta él mismo y me invite a pasar a mi primero.
—Necesito saber de qué va esto. ¿Cómo te llamas? —le dije siendo una verdad a medias. Sabía perfectamente como se llama.
—Tahirk Abdhullah Yagis —respondió plano —. Príncipe de Arabia.
—¿De toda la región?
—De una gran parte. Tenemos muchos príncipes, no lo entenderías —me explicó caminando hacia el bar del gran salón en el que nos encontrábamos —. Por otro lado y respondiendo a tu anterior pregunta te confirmo que te he salvado de un atentado en el yate. Mi seguridad lo supo antes de que pasara y me sacó de allí —me ofrece una copa —, no podía dejarte allí en peligro. Quiero más de ti, Alice. Quiero conocerte y... más. Simplemente eso.
—¿Está mi padre bien? —mascullé asustada —. Pensé que me estabas secuestrando a mi.
—Si lo hiciera algún día te aseguro que no estarías en peligro, preciosa. Disfrutarías tanto como de Síndrome de Estocolmo se tratase.
—Tahirk, déjate de seducciones ahora mismo y dime de mi padre. Ah, y no pienso tratarte de usted por muy principe que seas, me has hablado de erecciones y humedades —le recordé ignorando la forma en que se mordía los labios viéndome a los míos —, es inviable ya eso.
—¿Cuántos hombres árabes con poder conoces? —preguntó de repente.
—Seguro que no muchos...; pero sé que todos son prepotentes, arrogantes, posesivos...y hasta dominantes pero... la pregunta es: ¿Cómo eres tú?
No entendí el punto de su pregunta pero Tahirk me hacía sentir todo el tiempo que estábamos en una especie de partido de tenis en el que la pelota no tocaba el suelo más de una vez por cancha. Evitaba responder mis preguntas y jugaba constantemente a evitar mis ojos, desandaba por mi cuerpo todo el tiempo.
—Pues yo soy todo eso y más... y lo que más les gusta a todos ellos es que los llamen de usted —nos sostenemos la mirada un segundo —; pero en mi caso prefiero que no lo hagas nunca. Tú serás mía, Alice y no busco que me tengas tanto respeto, más bien todo lo contrario.
—Estás jugando a algo delicado conmigo, luego no te vayas a arrepentir.
—Sé desde que te conocí que todo es poco para tenerte... no voy a arrepentirme de nada más que de haberte puesto los ojos encima antes que otras cosas.
—No soy presa fácil y no me seduce precisamente saber que van detrás de mi. ¿Por qué yo, en todo caso? —quise saber.
—¿Por qué no? —me rebotó la pregunta con otra.
—Supongo que ninguno de los dos responderá.
Ví como alguien le hablaba al oído y asientendo a lo que sea que le estuvieran diciendo me continuaba mirando.
Él desde ese entonces tenía una mirada que me hechizada, creo que los dos podíamos notarlo pero solo uno de nosotros sabía de qué iba aquel juego y era claramente yo. De los dos era yo quien tenía un turbio secreto... una oscura intención, un ilegal propósito.
—Ha sido todo una confusión —me explicó de pronto —. Mi gente asumió que había una especie de atentado en proceso y me sacaron de allí, a tí te saqué yo conmigo —confesó poniéndose cerca de mi, con los codos en sus rodillas —. He prometido devolverte mañana.
—¿Por qué mañana?
—Porque mi seguridad no desvela mi posición hasta que lo cree oportuno y estas son las reglas. Tu padre está al tanto.
A pesar del morbo en sus palabras y en la forma de hablarme no me creí del todo que mi padre me dejara en ese sitio con semejante hombre tan tranquilo, intenté llamar pero no tenía nada encima. Nada más que mi ropa y destino. Él lo notó y enseguida me explicó:
—Podrás hablar con él luego desde mi teléfono satelitar, aquí no hay señal y tus cosas no han venido con nosotros. Ahora quiero cenar contigo.
—¿No habrás planificado tú todo esto para llevarme a la cama? —elucubré viéndolo acercarse a mi oído...
—Supongo que la confusión da paso a muchos tratos y tu y yo tenemos uno por delante.
Recuerdo muy bien que esa noche, bajo aquellas estrellas en aquella mansión de playa increíblemente lujosa, aquel príncipe árabe con su mirada verde esmeralda y su arrogancia natural me provocó tanta lujuria como inquietud y fui incapaz de resistir la tentación de quedarme a su lado.
Mis planes se aplazaron un poco, o al menos eso fue lo que creí en su día.
Yo para entonces aún no sabía lo que él quería de mi ni el podía saber que yo había ido a allí, a esa recepción de mi padre con la intención y la orden de matarlo pero ni papá ni yo podíamos preveer el rumbo que tomaría el barco del destino de mi vida cuando decidí zarpar en el a su lado.
Tahirk Abdhullah Yagis se volvió esa noche la mayor pesadilla de mi mejor sueño.