




Oblígame 1
No se iba. Le había pedido que saliera de aquí, que se alejara por dios bendito pero no se iba.
— Ya te dije que no quiero y tú no quieres que lo haga — insistía y su ronca voz, acompañó el caminar de su cuerpo hacia dentro del habitáculo dónde se encontraba el mío, y no se detuvo hasta que estuvo frente a mí, bajo el agua. No le importaba mojar su escasa ropa ni su divino cuerpo. No le importaba morder sus gloriosos labios mientras me miraba extasiado, ni le importaba que apenas nos conociéramos o la cantidad de palabras malgastadas que habíamos usado para engatusar al otro, negando cosas que eran más que evidentes. En ese momento, solo importaba el deseo. Las ganas...
— Adam vete— decía a ojos cerrados — no soy una cualquiera a la que te puedes tirar un momentico en un baño y mañana que me den. No quiero eso y no lo voy a permitir — ya tenía sus manos en mis caderas degustando la sensación de la piel de la zona y la repuesta que obtenía de mí, aunque nuestros cuerpos mantenían cierta distancia — ya me has visto desnuda, me has tocado, besado, hemos jugado, incluso tentado y algo más pero eso es todo. Déjalo así y salte. Tu y yo, no puede ser.
Mientras yo hablaba, sentía que trataba de puntualizar algo, que era como si me quisiera convencer a mi misma más que a él.
Sus dedos se divertían en mis caderas, y mi cuerpo se derretía por él. Mi vista recorría cada gota que mojaba su terso torso y resbalaba por su piel haciéndome envidiar cada centímetro que tocaban. Centímetros que yo, quería saborear con mi lengua, por mucho que me negara a aceptar, en voz baja o incluso alta, pero me negaba a aceptar lo mucho que deseaba a ese maldito hombre que se veía bendito y se sentía de gloria.
Ahora sí, nos pegó de forma vertical y abrazó mi cintura con sus dos manos, uniendo sus dedos en mi espalda de lo grandes que eran y lo pequeña que se sentía mi cintura siendo rodeada por ellos, dejando que el agua lo mojara mucho más por todo su cuerpo y presionando su erección en mi bajo vientre.
— ¡Te deseo ! — mencionó de forma gutural encima de mis labios y mis senos se erizaron más aún, contra su tórax, sin mover sus manos, solo tuvo que alzar sus pulgares y conectó con mis pezones que se endurecieron mucho más, bajo aquel rápido tacto donde él movía los dedos de derecha a izquierda sobre ellos — es que te veo y me vuelvo loco. Quiero evitarlo, quiero no verte, ni tocarte, quiero apartarme pero me fascinas, me gustas, me interesas más de lo que quiero y puedo y me siento deslumbrado y encandilado al nivel, de no ver ni lo que estoy haciendo — subía sus manos por mi espalda, presionandome mucho más contra el y asombrandome con la sinceridad de sus palabras — vas a acabar con mi razón — aceptó pegando sus labios a mi oído y dejando que su nariz resbalara por mi mejilla y sus dedos continuaran el tortuoso trabajo — lo sé desde el momento en que te ví, pero no puedo alejarme. Me estoy volviendo loco por tenerte y por sacarte de dentro eso que te hace llorar. Quiero descubrir todos tus porqués y me encantaría, juro que me encantaría poder no hacerlo... Pero es que no puedo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas entre sus palabras y se sentía tan sincero que asustaba.
— ¡Adam! — su nombre sonó a ruego, a súplica — aléjate de mí, no sabes lo que haces — traté de advertirle.
Acariciaba con su nariz mi cuello y sonreía en mi mandíbula travieso. Tenía un control de la situación que abrumaba. A pesar de decir que no quería hacerlo, se sentía como si supiera exactamente lo que quería hacer.
— Sé hasta lo que no sabes tú, pero eso no importa ahora — susurró confundiendome más de lo que ya estaba — Quiero tenerte — ronroneó restregando su mandíbula por mi mejilla y cerrando mis ojos con ese gesto que le producía tanta excitación — . Déjame hacerlo. Dame tu cuerpo, déjame entrar en el, déjame darte placer — mordió mi barbilla suave pero sensual y gemí, no pude evitarlo — entrégate a mí. Dame todo de tí Eiza, joder, dí que sí. Déjate ir.
No prestaba atención a lo que hacía. Solo a lo que decía y sentía, porque estaba demasiado rendida a él. Estaba en una nube de deseo que empañaba mi cordura. No podía pensar con mucha claridad, sus manos, su boca, sus palabras que trataban de convencerme me nublaban el juicio. Pero en algún momento, conseguí reunir valor y pronunciar...
— ¡Detente! — le advertí, más bien le supliqué. Sonó a súplica y supo a ruego.
—¡ Oblígame !...