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Subiendo la montaña

No descifraba mis emociones, ya que mi mente era un mar de enredos a los cuales prefería no prestarles mucha relevancia, porque no me eran de utilidad en ningún momento.

Esa noche soñé lo mismo una y otra vez, sus manos recorrían mi cuerpo a pesar de mis súplicas, sus labios invadían los míos, aún cuando lo empujaba muy lejos de mí, y siempre despertaba de la misma manera, entre jadeos, gritos y miles de lágrimas recorriendo mi rostro sin piedad.

Estaba segura de que no podía seguir de esa manera por más tiempo, no podía soportarlo más, así que me senté en medio de la cama a llorar sin nada más que pudiera hacer para remediar mi situación, sin embargo, el cuerpo de Jack se asomó por la puerta con su expresión soñolienta.

—¿Podrías dejar de gritar? —me pidió, antes de pegar un leve bostezo.

—No he gritado —mentí, enjugándome las lágrimas con el dorso de mis manos.

—Llevas gritando toda la noche, me has despertado más de una vez —dijo un poco preocupado, sentándose en el borde de la cama, a pesar de mi mirada asesina—. ¿Acaso tus pesadillas son muy feas?

—Un poco.

—De acuerdo, me quedaré contigo para que no estés tan asustada —propuso, acostándose de inmediato a mi lado, en el lugar de la cama donde más me agradaba dormir.

—¡No!

—¿Cómo qué no? —ronroneo cerrando sus ojos—. No rechistes, duérmete y esta vez trata de callar tus alaridos.

—Está bien —resoplé indignada.

Me cubrí por completo con la manta y me recosté en el lado contrario dándole la espalda, sin embargo, desde allí podía escuchar su apaciguada respiración.

Aquella noche a pesar de mi terror, pude dormir plácidamente, dado que el cuerpo embriagador de Jack estaba tan cerca del mío.

Tenía miedo, demasiado como para poder controlar mis temblores, pero por alguna razón, uno de su brazos entre su sueño me rodeó y a pesar de quedarme estática por lo que me pareció una eternidad, pude dormir sin problemas, quizás porque logré percibir la diferencia entre su cuerpo y ese que recordaba con tanto repudio.

A primera hora de la mañana me encontraba completamente lista para partir a la montaña Nopun o algo así era como le decían.

No recordaba muy bien, después de todo el pueblo tenía el nombre más extraño del mundo; Ellijay, así se llamaba el horripilante lugar en el que había nacido.

Al igual que las ciudades de ese pequeño país, que estaba ubicado en lo alto de Estados Unidos en un reducido espacio en Atlanta.

El pueblo era tan diminuto, que podías recorrerlo de extremo a extremo en menos de un día. De todas formas y con una mala cara por mi parte, caminamos hasta las afueras de Ellijay, con cada uno a su espalda, colgada una mochila repleta de cosas.

Vagamos por las desoladas calles, a duras penas una que otra anciana que paseaba a sus perros logró darnos un cordial saludo. Subimos por un camino de tierra, que abría espacio entre los árboles y la maleza de la dichosa montaña.

Respiré profundamente, mientras rezaba en mi fuero interno a que ningún animalejo venenoso apareciera y tuviera la mala racha de ser picado por este.

Anduve apresurada, pisándole los talones a Jack, quien tarareaba demasiado alegre para mi gusto, una melodía que desconocía, silbaba entre las nanas y a veces se movía al ritmo de su propia canción, sacándome una que otra sonrisa ante sus tonterías.

Nos detuvimos en el momento exacto en que aquella ruta se comenzó a dividir en dos extensos pedazos, poniéndome la piel de gallina ante la idea de separarnos o incluso perdernos y morir en ese aterrador bosque.

—Según lo que leí en internet y lo que dice este mapa, para llegar a la cima tenemos que tomar la izquierda —susurró, yéndose por ese lado.

—¿No te dijo tu mamá que todo lo que sale en internet es falso…? — cuchicheé con nerviosismo tironeándolo del brazo hacia la derecha, después de todo, me guiaba por mis instintos de sobrevivir.

—Confía en mí, ¿quieres?

—Si muero será tu culpa, Jack.

—Relájate, nadie se muere estando conmigo —me recordó con una sonrisa socarrona, que era un médico experto en salvar vidas, así que la mía probablemente estaba en buenas manos.

Me arrastraba sin mucho esfuerzo por los cortos pasadizos, mientras me tomaba con dulzura de la mano, aquel contacto que realizaba con tanta naturalidad, comenzaba a aterrorizarme, y para mi desgracia también a gustarme, era un revoltijo de sensaciones su minúscula caricia.

Me abría paso entre los matorrales, y las espesas ramas de los árboles que parecían crecer más y más con cada paso que dábamos.

Después de lo que sentí sobre mi pesado cuerpo, fueron horas andando.

Nos sentamos en una piedra gigantesca a tomar lo que según pude notar, era el almuerzo que Jack había preparado para los dos, en silencio comimos aquellos deliciosos sándwiches con un poco de jugo de naranja, sintiendo con esto que toda mi energía regresaba de inmediato.

Respiré profundamente, intentando controlar mis espantosas ideas; aquel lugar era espeluznante sin duda alguna, estaba desierto, casi nadie de Ellijay subía a Nopun, era prácticamente prohibido, dado que muchas personas desaparecían sin dejar rastro, y definitivamente no quería ser una de ellas, pero aquel idiota descerebrado sí.

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