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Pequeña pervertida

Intenté zafarme con todas mis fuerzas de sus brazos, pero no obtuve gran éxito con ello; ya que él entre risas me condujo de regreso al sofá, obligándome a sentarme en sus piernas para besar con descaro mi espalda desnuda, esperanzado de que me calmara un poco del terror que me producían sus ideas.

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