




En la cuerda floja IV
Dinaí
No tengo noción del tiempo.
Mi habitación está sellada; sin ventanas y con la puerta casi siempre cerrada, el ver únicamente cuatro paredes y máquinas que por momentos sueltan pitidos se convierte en un suplicio. De vez en cuando entran enfermeras que parecen agradables, pero no hablan, apenas me miran. Al inicio trataba de entablar conversaciones con ellas; pero ahora solo las observo suplicantes. Me lavan el cabello con ligera rudeza, me desvisten para limpiarme y me vuelven a vestir. Siempre estoy amarrada a los barandales de la camilla, he aprendido a no moverme ni resistirme, pues resulta mucho peor cuando pierdo fuerzas y mis muñecas y tobillos terminan lastimados.
Hace tiempo no escucho mi voz, mis gritos de dolor se reservan cuando el doctor entra y pone una sustancia en el suero que me provoca un sufrimiento que se prolonga por horas. Debo guardar toda mi energía para soportar los calambres, las punzadas y la sensación de sofoco. ¿Cuántas veces he sufrido por esto? Desde mi perspectiva, muchas, pero perdí la cuenta; tal vez han sido escasas veces, pero yo he sentido que son mil.
A veces pierdo el estado de alerta, me sumerjo en un mar de oscuridad, con agua helada aplastando mis pulmones y mil agujas se encajan en mi piel; es mejor así, prefiero esa sensación gélida antes que los calambres. El doctor poco me habla, trata de convencerme de escupir todo lo que sé, insisto una y otra vez que no sé un carajo, pero nunca me cree; nadie me cree. Me debato siempre entre estar despierta y entre dormir lo mas que pueda para aguantar, pero al final, todo lo que gano al cerrar los ojos son pesadillas.
En ellas aparece Valentina con su piel tan pálida como la de un muerto, con los ojos vidriosos. Me habla, veo que mueve los labios, pero no emite sonido alguno. De pronto, el aroma a jengibre y loción masculina invade mis fosas nasales y me sumerge en el olor a tal punto de volverse insoportable. Valentina abre los ojos y parece gritar, volteo hacia atrás y veo que Gustavo se alza imponente sobre mí. Me mira con sus ojos muertos y sonríe con malicia, pero antes de que pueda hacer algo; un hombre alto, de piel bronceada y cabello blanco lo aparta de un empujón. De alguna forma, sé que es el amante de mamá. No me provoca miedo, más bien impone respeto.
El hombre ve más allá de mí, observa a Valentina quien se ha quedado paralizada, su mirada vidriosa ahora refleja terror puro y aunque parece querer correr lo más lejos posible, no se mueve. De pronto, a su lado, emerge la figura de Catarina; tan hermosa, con la cabellera pelirroja y los ojos verdes, no parece estar ni un poco asustada. Al contrario, con pose seductora y mirada divertida, parece querer jugar un peligroso juego.
El hombre se cruza de brazos, la observa atentamente. Al final, Catarina se lanza contra el tipo, pero este con un solo movimiento, la aparta y la manda al suelo. Luego va por Valentina y la estrangula sin piedad. Una vez que los brazos y piernas de Valentina dejan de moverse, el tipo se voltea hacia mí.
Camina paso a paso, sus ojos me observan y parecen leer mi mente. No me muevo; pues no tengo miedo, más bien curiosidad por saber quién es ese hombre. "Dinaí" El hombre no mueve los labios, pero la voz suena muy fuerte. "Dinaí" Definitivamente no es él, así que trato de seguir la voz.
Siento un piquete en el brazo y entonces despierto de golpe.
Frente a mí está Trébol, el detective Serrano y el doctor. Los tres me miran y tengo la sensación de que acaban de descubrir algo que está de la mierda. Si no me mataron antes; ahora sí lo harán.
—Hace dos horas atrapamos a un merodeador del mafioso —dice Trébol con una sonrisa—. Intentó matarse, pero no pudo. Lo interrogamos, por supuesto y aunque pensamos que iba a soportar; se ha quebrado.
No sé por qué, pero quiero vomitar.
—Nos dio el nombre en menos de dos horas —el detective se burla—. Sandro Quijano Lobera, ¿te suena?
Su puta madre. Mi mente vuela a las cartas que encontré en el estudio de mi papá hace tiempo. S.Q.J eran las iniciales, Sandro Quijano Lobera, el hermano de mamá. Pero papá dijo que estaba en un psiquiátrico porque desarrollo esquizofrenia.
Oh, mierda, ahora sí me metí en un mega problema