




La revelación 3
Aiden
Cuando logré llegar a la mesa principal después de esquivar balas, golpes y fuego, Di ya no estaba. A quien sí hallé fue a su padre; el señor Macías estaba tan pálido como la maldita nieve, pero al revisar el pulso lo sentí apenas, fue suficiente para traerlo conmigo. Me quitaron a Di, seguramente la policía o los otros se la llevaron, pero iré por ella. Tarde o temprano voy a rescatarla. Más vale que sea temprano que tarde.
—¡Señor Macías! —grita la doctora una y otra vez—. ¿Me escucha?
El pobre hombre ha entrado tres veces a cirugía, no sé ni qué le hacen, pero desde que lo traje conmigo, la gente me ha tratado casi como a un héroe y han hecho lo posible por mantenerlo vivo. No puedo evitar pensar que tal vez el señor ya quiere descansar. Digo, su maldita prometida le encajó el tallo de una copa en pleno brindis y justo después, la mataron con una bala en la cabeza. Todo frente a él, tal vez solo quiere olvidarse de eso. Y qué mejor que la muerte.
Cuando me llegó la llamada de que se avecinaba una tragedia que debíamos evitar, no dudé un segundo en tomar a mi papá, explicarle lo mínimo indispensable y sacarlo de la ciudad. Después de todo, el mensaje era sencillo: Evitar la muerte del novio y sacarlo sin un solo rasguño. Fallamos en eso último, he. Llegamos algo tarde y también nos cayó la policía y los otros. ¿Por qué terminé metido en esto? Fácil, por idiota.
Cuando me quedó claro que Di no sentía nada por mí, me refugié en las carreras, el dolor de los tatuajes y las chicas fáciles. Pero también me dejé llevar por el dinero. Tengo un don natural para correr, ganaba carrera tras carrera hasta que me aventuré a una liga más alta y perdí todo.
No tenía dinero para pagar la deuda, no pensaba involucrar a mi padre en mi situación, así que conocí a gente que podía pagar buena lana por trabajos no tan complicados. Aceptar no fue lo difícil, lo difícil fue subir. Al inicio fueron trabajos tranquilos: entregar paquetes, enviar recados, correr en carreras sencillas...luego comenzaron las palizas. Daba ultimátum para los deudores, hacer vigilancia fuera de un burdel y corría en niveles más altos y ganaba. Nunca conocí a quien estaba detrás de todo, yo solo era un peón que seguía órdenes de los demás peones.
Hasta que la madre de Di me descubrió. Llegó de incógnita a hablar con un tipo justo cuando me tocaba vigilar el maldito burdel de mierda. "Ya que estás metido en esto, aléjate de mi hija. No la pongas en peligro." Para entonces ya le había dejado de hablar, pero ella insistía levemente en acercarse de nuevo. Recordé las palabras de la señora Lobera y comencé a hacerle la vida un infierno. Necesitaba que me odiara, que jamás intentara acercarse de nuevo. Necesitaba hacerle tanto daño, que nada lo reparara porque si algo le pasaba por estar cerca de mí, no podría perdonarme nunca.
Más tarde, me llegó la maldita nota. Las instrucciones exactas de cómo hacer que un asesinato pareciera un accidente. Pude negarme, pero la amenaza estaba ahí: "Si no cumples al pie de la letra, Dinaí muere." Era matar a un desconocido o aceptar que mataran a Di, sinceramente, no fue difícil elegir. Fui a la carretera a la hora indicada, maté a un ciervo de la forma exacta en que me dijeron y armé la escena como debiera ser. Un minuto después, el automóvil pasó y cayó por el barranco. Lo único que pude pensar es que quien ideó el plan, lo calculó todo a la perfección.
Y entonces me enteré que maté a la mamá de Di. Eso me destruyó, me convirtió en la peor persona que alguna vez existió. Sentí la necesidad de hacerle tanto daño a Di para que ella me odiara lo más posible y castigarme con ello. Sí, el depósito fue gordo, lo mandaron a una cuenta olvidada de mi padre y jamás nadie sospechó de mí. Fue solo por eso que no fui a la policía y confesé mis crímenes; al final, la investigación habría llevado a mi padre y él no podía pagar por mí.
El día en que Di se fue, pude descansar, porque no tendría que ver su rostro a diario y culparme por todo lo que hice. No tendría que ver cómo triunfaba en la vida sin mí a su lado. Le deseé lo mejor y para asegurarme de que jamás regresara por aquí, me junté con Elisa. No fue difícil lograr que cayera; siempre fue vanidosa y dado que la preparatoria no fue muy buena con ella por estar de amiga de Di. Le dije a Salomón que subiera la fotografía con nosotros de fondo y así no tendría razón alguna para volver a Sores.
Pero volvió. Un año después regresó y fue en el peor momento posible. Al inicio del primer año de universidad, Elisa cometió un error garrafal: Se metió con una chica amante de un tipo que siempre me daba órdenes y para evitar que nos mataran a ambos, tuvimos que cumplir una tarea. "Es sencillo, vas a la cafetería, entregas una dirección y olvidamos el asunto." Ya, quién iba a decir que las chicas que recibieron el papel con una dirección escrita con mi puño y letra terminarían en la lista de desaparecidos. Nos enviaron muy lejos, cumplimos nuestra parte, pero de alguna u otra forma nos descubrieron y vinieron a buscarnos. Casualmente, justo cuando Di volvió. Esa fue la gota que derramó el vaso, no pude aguantar más y le confesé a mi padre casi todo.
Antes de eso participé en otra operación extraña, nos pusieron a varias chicas envueltas en prendas y solo sus ojos descubiertos. Debíamos reconocer su aroma. Apenas recuerdo el rostro de la chica que me tocó, quise olvidar el momento para siempre, pues las que tenían aroma se quedaban y las que no...hasta la fecha sigo sin saber qué les ocurrió. La mía tenía un olor peculiar, como el de Gustavo: Loción y jengibre. Gracias al cielo, nunca más participé en algo parecido.
—¡Señor Macías! —la doctora se ve más tranquila—. No se exalte, está bien, sufrió una herida punzante, entró en choque hipovolémico y debe recuperarse.
El señor se mueve poco, pero parece entender. Me acerco y lo veo. Intubado, con los ojos abiertos y la respiración agitada. Me ve, me reconoce; pienso que tal vez es más que un empresario exitoso; no por nada intentaron matarlo. Recuerdo la noche en que lo vi brincar la cerca y llegar corriendo a su casa en plena noche. ¿Sospechoso? Sí, me debe respuestas.
La doctora le quita el tubo y el señor exhala una gran bocanada de aire. Antes de que pueda decirme algo o yo decirle algo a él, una chica elegante, con buenas curvas y de rostro bonito me saca de ahí.
—Lo buscan, señor Laredo —a la verga, la palabra señor me hace sentir viejo—. Es todo un héroe, su amiga se está recuperando, podrá verla pronto.
Claro, Elisa. Está bien, lo sé. Recibió un par de golpes y sufrió una herida en la pierna, pero nada grave. Después de lo que le hicimos a esas chicas, ambos nos hundimos en la mierda. Dejamos nuestra relación de lado y nos centramos en prepararnos para cualquier tarea necesaria.
Recorremos los túneles subterráneos; sinceramente, no creí que algo así existiera en Sores, pero tiene mucho sentido. Por eso es tan difícil hallarlos. Llegamos al piso más bajo (el maldito elevador me causa claustrofobia) y la chica me deja a solas en una habitación. Es blanca, con una mesa y un pizarrón transparente, supongo que ahí se proyectan imágenes o qué sé yo.
Escucho el sonido de una puerta abrirse y justo detrás del pizarrón, tres personas entran. Uno de ellos es un hombre de cincuenta años, de cabello blanco y piel ligeramente bronceada; es fuerte y sus ojos son capaces de helar a cualquiera. Al lado, aparece una mujer delgada, de estatura baja y mirada tierna. La tercera persona está cubierta con una capa, no alcanzo a ver su rostro, pero creo que es mujer.
—Aiden Laredo —dice el hombre, ¿cómo sabe mi nombre?—. Es un gusto conocerte al fin.
—¿Quién es usted?
—Mi nombre es Sandro Quijano Lobera —señala a la mujer de al lado—. Ella es mi esposa Alenna.
La mujer me sonríe. Parece una buena mujer, pero si tiene que ver con todo esto de los secuestros y demás, seguramente no es buena.
—¿Usted fue quien me obligó a hacer todas las tareas y demás?
El señor suelta una carcajada, más que divertida, suena lúgubre. Me quedo parado en mi lugar, se me ha erizado el vello de la nuca.
—Que quede claro que tú te metiste solo —Rodolfo Lobera me atraviesa con la mirada—. Ya después te estudiamos y coincidimos que eras el hombre perfecto para hacer lo que se requería.
—Maté para evitar otra muerte.
—Y eso es lo que necesitábamos.
La mujer encapuchada habla por primera vez, su voz es suave, ligera, tranquila. Veo sus manos, son blancas, pálidas como la nieve. Me recuerda un poco a la prometida del señor Macías.
Estoy por decir algo, cuando de pronto, los apellidos de Rodolfo hacen eco en mi mente. Lobera Mújica, esos eran los apellidos de la madre de Di, eso significa que...
—Usted es el hermano de la mamá de Di, de Rosanna.
Por primera vez, veo una sonrisa genuina en el rostro del hombre de cabello blanco. Me pregunto si se lo pinta o son canas. Alenna me mira casi con pena, el señor tiene un brillo de aprobación en los ojos. ¿Qué chingados?
—Así es, disculpa que te haya metido en todo, pero debíamos actuar rápido —se acerca a mí y no puedo evitar retroceder un paso—. Necesitábamos a alguien leal, fuerte y dispuesto a todo por salvar a quien ama. Elegimos correctamente, mi sobrina fue motivación suficiente para hacerte entrar del todo.
—Mandó matar a su propia hermana.
A la mierda, este cabrón no tiene límites. Miren que matar es malo, quitar una vida te cambia por completo sea por la causa que sea, pero matar a alguien de tu familia es una bajeza. Por el mismo infierno, eso no se hace.
—De hecho, no —Rodolfo dice con un tono divertido—. Pero no es momento de explicar todo, necesitamos ir por tu padre, créeme, los otros o la policía irán a buscarlo. Ya fuimos por la familia de tu amiga, no podemos demorarnos más. Créeme, chico, si a ti o a tu amiga o a sus familiares los encuentran; no van a terminar bien.
¿Mi padre corre peligro? No, lo llevé lejos, aunque conociendo a los agentes, hallarán la forma de encontrarlo. Tiene razón el señor, lo primordial es ir por él. No vaya a ser que lo encuentren y lo torturen para sacarle información. Él solo sabe lo básico, no será una gran fuente y podrían matarlo.
Me hace un gesto para salir por la puerta por donde ellos entraron, el interior se ve oscuro, pero no me puedo negar, de todas formas no hay hacia donde escapar. No sé un pito de esta gente y definitivamente no confío, pero a veces hay que dar un salto ciego y este es justo el momento. Todo sea por evitarle el peligro a mi padre; ya lo puse en peligro por meterme en mierdas de adolescente; no es justo que por las consecuencias de mis actos él sufra.
Avanzo y atravieso la puerta, justo antes de salir, escucho la voz de la mujer encapuchada.
—Gracias por salvar a mi marido —se me hace un nudo en la garganta—. Espero pronto ver de nuevo a mi hija.