




El suspiro del último lamento 2
Me lanzo hacia allá y tomo el teléfono. Entonces veo un cadáver cerca; se trata de Franco, el policía. Tiene una herida de bala en la cabeza y mira sin ver hacia la carpa. Claro, no trae pistola porque no estaba de servicio, el pobre no tuvo oportunidad. No veo cerca a su esposa, pero espero que esté bien. Corro de vuelta hacia donde está papá mientras marco el número de emergencias.
Estoy a dos pasos de papá cuando alguien se me avienta encima y me manda a volar hasta colisionar con una mesa. Escucho el sonido del arreglo florar al caer y romperse y entonces siento que se me corta la respiración. Maldita sea, definitivamente hoy no es mi día. Aspiro una bocanada de aire antes de ver que alguien me apunta con un arma.
Justo en la cara. Tenemos al ganador que matará a Dinaí. Al menos moriré junto con papá.
—No más refuerzos —el tipo que me tacleó es un joven de mi edad de cabello oscuro, ojos azules y una nariz delgada, tiene varias pecas casi invisibles en la nariz —, perra.
Cierro los ojos para no mirar y escucho un disparo. Sigo respirando, no siento dolor alguno y aún escucho el caos del lugar. Así que sé que no estoy muerta. Abro los ojos para encontrar que el chico de ojos azules pelea con Germán, ya ninguno de los dos trae arma, pues pelean cuerpo a cuerpo y parece que mi héroe va ganando. Diviso un arma en el suelo y voy por ella, por si necesito defenderme.
Pulso el botón de llamada en el teléfono y escucho un pitido antes de que la operadora me responda.
—Número de emergencias —dice la señorita—. ¿Cuál es su urgencia?
—¡Eras mi amigo! —oigo una voz masculina gritar, volteo—. Vale más que una cara bonita.
Desde aquí, apretando la mano de papá y escuchando como su respiración se hace más lenta y murmura incoherencias, veo a Germán quien ahora pelea con otro hombre. ¡Es el tipo que iba con él a El Arco cuando lo conocí! El imbécil de ojos azules está tirado por ahí cerca, apenas lo veo. Más allá, alcanzo a ver a Aiden dándose de golpes con Mateo, no se ve que alguno tenga ventaja; obviamente prefiero a Mateo y entre tantos peleando, entre dos chicas que se disparan y un pobre invitado llorando bajo una mesa, están Elisa y Catarina. No veo a Haziel por ningún lado, espero que no se haya metido en problemas por haberla cagado yo en El Arco.
Papá murmura otro sonido y vuelvo mi atención a él, ¿qué pasa? ¡A la mierda, la emergencia!
—Le clavaron algo a mi papá, hay sangre, se está muriendo —digo tratando de no entrar en pánico al oír mis palabras en voz alta—. Necesito una ambulancia ya.
—¿Dónde se encuentra, señorita? —la operadora habla demasiado lento para mi gusto—. Mandaré una unidad médica aunque todos policiales están yendo hacia una boda.
¿Todos los policiales? Bueno, sí, creo que la situación lo amerita. Veo a un loco con mil tatuajes y una perforación en la oreja clavarle un puñal en el ojo a un tipo chaparro. Definitivamente necesitamos a la policía aquí. Estoy por responder que justamente estoy en esa boda cuando otra explosión hace aparición; algo se me clava en la pierna, pero ignoro el dolor, tengo que resistir.
—Valentina...después del brindis...—papá habla con un hilo de voz, por suerte la explosión no fue cerca de nosotros, pero ahora las balas vuelan—. No era ella, estaba distinta.
Y entonces deja de hablar. Aún respira, aún tiene pulso, pero ahora sí estoy entrando en pánico. Maldita sea, el ataque ya viene, comienzo a sudar, me cuesta trabajo respirar y el temblor apenas me permite mover. ¿Para qué me tomé doble dosis si ni funcionó a la verga?
—¡TRAIDOR!
Escucho que alguien grita, me giro para ver la situación y me impacto al ver a Germán apuntando con el arma a su amigo. No parece querer disparar, titubea demasiado; solo se queda parada, sudoroso y respirando rápido. Mira atentamente a su amigo quien lo insta a disparar, le grita ofensas y parece estar sumamente herido.
Su mirada vuela hacia mí, nos quedamos viendo, sus ojos parecen repletos de dolor y confusión. Quiero decirle que lo perdono por mentirme, que lo quiero por salvarme y que definitivamente por mi parte estoy dispuesta a iniciar de nuevo. Instintivamente, doy un paso hacia el frente y luego escucho la detonación. Caigo hacia atrás del susto, pero me recupero rápido y veo primero a Catarina; feroz y con el cabello rojo ondeando, parece la misma hija de Satanás. Sonríe como loca, sus ojos tienen un brillo pelirrojo y mira satisfecha a Germán en el suelo.
De la herida de su pecho brota más sangre de la que vi alguna vez en mi vida. Sin pensarlo, me acerco gateando hacia él y trato de parar la hemorragia. Es imposible, la sangre sigue brotando, se cuela entre mis dedos y mancha mi vestido. No, no, no, no. Él no, por favor. Le pido entre gritos que despierte, que por favor resista, que no me deje. Pero ya es demasiado tarde, no respira, no tiene pulso.
Está muerto. Golpeo el piso, lloro, me tapo el rostro con las manos logrando mancharme la cara, pruebo el sabor de su sangre y entonces siento un profundo vacío en mi pecho. Está tan pálido, tan frío, su sangre es viscosa y el olor metálico inunda mis fosas nasales. Toco sus mejillas con mis manos, no puedo dejarlo, no puede estar muerto. Todo es una pesadilla, ¿no?
—No es tan difícil matar policías —la voz de Catarina suena detrás de mí—. Ese no era tu amigo, te iba a matar.
Esa maldita voz de ángel es más que suficiente para hacer renacer mi ira. Grito con toda la furia que tengo y me lanzo contra ella. Escucho su quejido al sentir mi primer golpe, luego el segundo y el tercero. Ambas rodamos por el piso, nos golpeamos con fuerza y tomo su estúpido cabello para jalarlo. Golpeo su nariz y siento inmenso placer al oír el crujido y después el grito de dolor. Maldita, perra, me las vas a pagar.
Le suelto una patada en el estómago, golpeo su cabeza contra el suelo. Cuando tiene el rostro repleto de sangre y la estúpida apenas puede moverse, me levanto, tomo el arma y apunto a la cabeza. No es la primera vez que mato, no es la primera vez que quito una vida; la vez pasada fue para salvar al amor de mi vida...
—Dinaí —escuchar su voz me hace querer llorar—. Mi amor, Dinaí, no lo hagas.
Si lo dice Mateo, es porque quiere lo mejor para mí, ¿cierto? Porque siempre pude confiar en él, siempre sabía que estaría protegida por él. Pero estoy tan quebrada, tan rota...
—Mató a Germán —digo en un sollozo—. Está muerto.
—Él le iba a disparar a alguien más —está a mi lado aunque alejado unos cuantos metros, lo veo por el rabillo del ojo—. A veces no hay otra opción.
Pero no iba a dispararle, le apuntaba, sí, pero no iba a hacerlo. De hecho, él me estaba viendo a mí. Germán no iba a matar a su mejor amigo, él no era así...Y sí había otra opción; Catarina pudo haber disparado a una mano o una pierna. No directo al corazón. Ese pensamiento basta para quitar el seguro y jalar el gatillo. Siento el dolor agudo en el abdomen una milésima de segundo antes de escuchar la detonación.
Suelto el arma que no logré accionar mientras caigo de rodillas. Siento el pasto fresco abrazar mi llegada, me da la bienvenida. Lo vi, lo hizo, no lo dudó ni un segundo. Mientras el frío recorre mi cuerpo y una lágrima de desdicha cae suavemente por mi mejilla, revivo el momento exacto en que Mateo disparó. Me disparó. Lo vi hacerlo, fue más rápido que yo.
La carpa ha desaparecido, el cielo me saluda; hermoso, oscuro, estrellado. Es una vista hermosa, ojalá todos pudieran morir así; viendo algo hermoso después de que la persona que más has amado en tu vida te hiriera de muerte por salvar a la persona que él ama. Mateo no solo ha roto mi corazón. Rompió mi alma y mi cuerpo y todo por una pelirroja.
Escucho de lejos, poco a poco todo se va apagando, escucho la voz de mamá, me dice que soy fuerte, que he sido muy valiente, veo su cara, su sonrisa...Y entonces desaparece, escucho la voz de Germán invitándome a escapar con el paje pobre a una cabaña en mitad del bosque, lo veo diciendo que soy hermosa a mitad de mi sala; siento sus labios sobre los míos.
Hace tiempo maté a alguien por salvar la vida de otro. Me manché de sangre para evitar vivir sin quien pensé era el amor de mi vida. Y ahora ese amor de mi vida me mató a mí para evitar vivir sin el amor de su vida.