




El suspiro del último lamento
—Está hecho, déjanos ir —dije mientras el otro coche enfrenaba—. Fue una buena carrera.
Pero antes de que alguien pudiera decir algo, el conductor saltó hacia fuera, me gritó perra puta y disparó. Entonces comenzó el caos. Me agaché y caí al suelo junto al coche, me cercioré de que no estuviera herida de gravedad, pero ni siquiera estaba herida. Las balas comenzaron a volar. Oí un grito, luego un quejido. Yo no traía arma, sabía disparar, pero nunca me dejaba llevar una. Levanté un poco la cabeza y alcancé a ver un cuerpo tirado boca arriba, posiblemente estaba muerto. Un automóvil quiso salir del estacionamiento, pero entre Flavio y Emma le dispararon a las llantas, chocó contra una columna y entonces explotó. ¿Qué verga? Pegué un brinco del susto y volví a agacharme. Cuando oí que alguien gritó mi nombre, me levanté y vi a la chica de tez pálida con una herida en el abdomen, Emma la auxiliaba. Mateo corrió hacia mí, mientras Flavio peleaba cuerpo a cuerpo con un tipo, el que desprendía el aroma nauseabundo.
Estaba por abrazar a Mateo cuando el tipo de rastas se fue contra él. Al inicio pensé que le había disparado, pero no, solo cayó sobre él. Corrí hacia ellos, pero Mateo me gritó que fuera con Flavio. Para entonces, un tercer personaje cayó sobre Emma, pero entre ella y la chica moribunda se las apañaban bien. Fui hacia Flavio y vi su arma tirada cerca de donde ambos hombres se daban en la madre. No dudé en tomarla. El problema fue que se movían tanto, que no estaba segura de poder dar en el hombre y no a Flavio.
Así que me guardé el arma, tomé un trozo de madera que estaba ahí tirado y golpeé al tipo en la cara. No fue suficiente para dejarlo inconsciente, pero sirvió para que Flavio tomara ventaja y le quebrara el cuello en dos movimientos. Al escuchar el crujido casi vomito.
Escuché una detonación y casi se me para el corazón al pensar que fue Mateo, pero no, fue Emma quien le dio en la cabeza al tipo, vaya puntería de la chica gótica. Corrí de vuelta a Mateo quien estaba sobre el tipo de rastas y lo estrangulaba, pensé que pronto todo estaría salvado, pero no, el tipo de pronto sacó una pistola de quien sabe dónde y apuntó a mi novio.
El pánico y terror me invadieron, en centésimas me imaginé a Mateo muerto y tomé una decisión que cambiaría mi vida para siempre. Levanté el arma, tomé un respiro y solté la respiración al tiempo que accionaba el gatillo. El sonido inundó mis oídos, pero lo peor fue cuando la sangre del tipo salpicó a Mateo en la cara.
Acababa de matar a un hombre, una mala persona, claro, pero al fin y al cabo se trataba de una vida. Dejé caer el arma al suelo, yo misma me dejé caer. Mateo corrió hacia mí, pero no podía ni verlo. Acababa de matar a alguien, tomé su vida. Me acababa de convertir en una asesina...y todo por meterme a un juego que nunca entendí. El aroma inundó mis fosas nasales, quedaría grabado para siempre en mi memoria: Loción y jengibre.
—Te amo, Dinaí —Mateo me tomó en sus brazos—. Me salvaste. Eres muy valiente.
Estuvieron a punto de matarnos, pero al final nosotros los matamos a ellos. Cuando comprendí la magnitud de lo que pasó y lo que hice, decidí que no quería volver a pasar por algo como esto. Salvé a Mateo, sí, al amor de mi vida, pero a costo de intercambiar una vida por la otra. Y no era valiente, era una cobarde, porque ahora quería escapar.
Ah, no cuerpo, esta vez no me la vas a hacer. Me vale un comino que tengas doble dosis de ansiolítico y aun así estés por hiperventilar, que hace menos de tres minutos hayan estado a punto de asesinarte y que el chico que comenzaba a gustarte en serio y te traicionó esté frente a ti. Tú te vas a levantar en este jodido momento y vas a correr al jardín porque acaban de disparar tres veces y tu padre podría correr peligro.
Sorprendentemente (o no tanto), me pongo de pie en un salto y corro hacia el jardín. Sé que Germán me seguirá, sé que traerá su arma consigo y si lo que ha dicho es cierto, como policía, tiene el deber de proteger a los civiles. O sea, todos nosotros. Ya sabía yo que una fiesta de gran calibre no era buena idea; entre tanta gente, será difícil hallar a quien disparó.
Sin embargo, no es complicado hallar a la persona enferma que se le ocurre armar un desastre en plena boda. Mientras los invitados corren, gritan y tratan de buscar una salida (veo que algunos se apretujan bajo la mesa o buscan escondite), el detective Serrano vestido de esa forma tan elegantemente cómica y quien ya no me parece tan atractivo, apunta con un arma hacia mi papá quien está en el piso junto a una silla y tiene algo clavado en el costado: parece el tallo de una copa.
Es la visión de mi padre herido y sangrando lo que hace que ponga más atención a mi alrededor y entonces lo veo más claro; mezclados entre la gente que corre y grita por su vida, hay gente elegante, bien peinados y arreglados. Pelean, luchan con más personas que desconozco. Algunos de ellos se dan en la madre con sus manos mismas, pero entonces llega Flavio; alto, imponente, con rostro de asesino despiadado, saca un arma y dispara. Como si fuera una señal, otros se rebelan; veo a una joven delgada y alta que clava un cuchillo en el ojo de uno de los atacantes. Y entonces corro hacia mi papá.
En mi camino tropiezo con una silla roto y estoy a punto de caer, pero Germán logra estabilizarme y grita algo por encima del caos y del sonido creciente de un zumbido. Me suelto de él bruscamente e ignoro lo que me dice. Por ahora mi prioridad es salvar a mi padre de un detective con rostro de dios que seguramente pertenece a la mafia, ya después hablaré con Germán y aclararemos las cosas, porque vamos, ¿policía? Me mostró la placa y tiene un arma, le creo, pero más cosas se deben explicar. Yo también le debo explicar cosas, después de presenciar que mató a alguien por salvarme a mí, merece que le cuente mi historia; las partes bellas, las partes feas. Tal vez lo nuestro tenga arreglo...pero primero mi papá.
Tomo un trozo de la pata de la silla mientras continúo mi camino hacia el detective, pero entonces escucho un grito proveniente de algún lugar cercano y una explosión a todos nos manda al suelo. Siento una ráfaga caliente y poderosa justo antes de darme de bruces con el pasto. Un dolor punzante en mi costado nace de improviso y me recorre de derecha a izquierda. Comienzo a toser con fuerza cuando respiro polvo. Muevo primero mis manos, luego las piernas, estoy boca abajo; mi primera reacción es voltearme hacia arriba para ver qué tan dañina fue la explosión.
Suelto un quejido de dolor cuando trato de levantar mi brazo izquierdo, creo que caí sobre él. Aún siento el aire caliente, mis ojos siguen cerrados, creo que no los abrí antes por miedo, pero ahora que los abro, veo que el jardín se desmadró. Mi campo de visión no es el mejor, pero alcanzo a ver gente tirada, gente corriendo, gente peleando. Parpadeo para enfocar la mirada, veo borroso en los bordes...y entonces me doy cuenta de que escucho un zumbido. "Tinnitus", recuerdo que dijo una vez la doctora de Biología, "es un síntoma de pérdida de la audición."
Pero creo si era crónico y creciente, no justo después de una explosión que casi me saca de combate. Alguien se alza sobre mí, veo primero su sombra y luego su rostro; aún con visión borrosa, reconozco al cabrón de Aiden. La furia me invade, siento la ira nacer en mi estómago y apoderarse de mi aún ofuscada mente. Se agacha y siento que me levanta, al menos hace el intento, porque con las fuerzas que logro juntar, trato de golpearlo, de hacerle daño, de desahogar todo lo que por dentro me carcome.
Lo primero que escucho son mis gruñidos, mis gritos; después oigo la voz de Aiden que exige que me tranquilice. Y después mi sentido del oído comienza a sensibilizarse de nuevo. Aún escucho el zumbido, pero también escucho lo que me rodea. Escucho la voz de una mujer que grita "Llegó la policía." Escucho los alaridos agonizantes de un pobre diablo al que acallan después con un balazo. Y también escucho la voz de alguien que me alegra un poco el momento. Solo un poco.
—¡Nos van a rodear! —grita la voz grave de Mateo—. No veo al objetivo.
¿El objetivo? ¿El mafioso? ¿Y qué carajo haría el mafioso en la boda de mi padre? No creo que se refieran a Gustavo porque lo habrían arrestado hace tiempo, no creo que se refieran a un invitado de mi padre porque ni siquiera estaría El Círculo en Sores. Y Valentina...¡Valentina! El brazo de Aiden se acerca a mi boca y aprovecho la oportunidad para morderlo lo más fuerte que puedo. Suelta una maldición y me deja ir. O sea sí lo odio y sí pienso matarlo, pero primero mi papá.
Esquivo gente, sillas y entonces llego a papá. Sigue en el suelo, recostado boca arriba, el tallo de la copa sobresale de su costado; no creo que la herida sea tan grave, porque hay sangre, pero no mucha. Espero que interiormente no se esté desangrando porque a juzgar por la palidez de su piel, no está en su mejor momento. Oh, no, espero que todo esto no sea más que una pesadilla, perdí hace años a mamá, no puedo perder ahora a papá. No estoy preparada.
Me arrodillo a su lado y toco un poco la herida. Suelta un quejido y una tos. Supongo que debo dejar el tallo clavado o perderá más sangre, pero el dolor no le permitirá correr, ni siquiera creo que pueda levantarse. El nudo que tengo en la garganta me impide hablar, apenas puedo sollozar, pero él toma mi mano y la aprieta. Tengo esperanza de que sobreviva.
—¿Di?
—Sí papá, aquí estoy —digo mientras busco un teléfono disponible—. Vas a estar bien, llamaré a una ambulancia.
Tiento el piso y busco con los ojos, no veo un jodido celular. ¿Dónde rayos quedaron? Perdí la cartera en algún lado, el teléfono junto con ella. Seguramente se me cayó cuando casi me mata Gustavo...¡Valentina! Cierto, esa estúpida me va a escuchar, si no fue ella quien ocasionó este desastre. No se me ocurre quién. Veo un teléfono tirado bajo una mesa, está algo alejado de nuestra posición, pero no veo a nadie cerca y creo que puedo lograrlo.