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Oscuridad II

La pista para la carrera no existía. Era simple, en cuanto llegamos al estacionamiento en el cual nos citaron, lo comprendí todo. Correríamos, sí, pero al parecer no en un terreno alejado, solitario y seguro; si no en la maldita ciudad con automóviles y personas circulando como cualquier día normal. Debimos alejarnos, dar media vuelta y huir, estoy segura de que podríamos arreglar este asunto de otro modo, pero Mateo negó con la cabeza cuando le comenté mi inquietud, al parecer, a fuerza tenía que quedar zanjado hoy.

Le creí, confié en él, pues estaba totalmente segura de que jamás me haría daño; Mateo me protegía y cuidaba, no me pondría en peligro innecesario, así que no hice más preguntas, me concentré en controlar mis respiraciones y tomé mi pulso: 60 latidos por minuto, sin problemas. Mis crisis de pánico hoy no harían de las suyas.

Después del incidente en el antro hace varios meses, me puse a entrenar como loca. En cuanto acepté ser novia de Mateo, me contó acerca de la organización. Trabajaban para el bien, eran servidores de la justicia; no tenían métodos del todo legales, pero lo hacían por el bien de las personas y eso me bastó para probar un poco de ese mundo.

Por supuesto, me distancié de Haziel, no quería ponerla en peligro. Seguí con normalidad mi vida académica, sin embargo, por las tardes (tres días a la semana), entrenaba en lo que parecía una bodega. Aprendí a disparar, a pelear, a defenderme y a lanzar. Eso me daba seguridad, después del trauma de casi haber sido secuestrada, el saber que podía defenderme me daba cierta tranquilidad. Aun así, no estaba enterada de gran cosa. Todo lo que sabía era por Mateo. Fue él quien me sugirió no meterme de lleno en la organización, si no ser "voluntario" pues en caso de que no me sintiera cómoda, podría salirme sin problema. Tomé su consejo y después de varios meses, ya no me parecía la decisión correcta, pues me informaban hora de llegada, destino y parte del objetivo, pero nunca obtuve información relevante.

Pero no me importaba tanto, pues estaba con Mateo, me sentía útil y jamás me puse en grave peligro (descartando la vez que casi nos secuestran).

Lo más que sabía, era que la organización se encargaba de tirar cualquier red criminal, ya fuera de narcotráfico, trata de personas o tráfico de órganos. Aquella vez en el antro, terminaron con una red que iba en ascenso; posteriormente, encerramos a varios participantes del mercado negro. Sin embargo, esto era algo más; Mateo me hablaba dando rodeos, pero en pocas palabras, la gente con la que estábamos por encontrarnos provenía de una red de narcotráfico y de trata de personas. Y no solo eso, si no que eran escurridizos, adoptaron un bajo perfil durante mucho tiempo y mientras la organización tiraba redes más grandes y complejas, ellos se fueron fortaleciendo. Varias veces trataron de buscar pistas que nos llevara al jefe mafioso de esta nueva red, pero todo fue en vano... hasta ahora.

Una chica llamada Emma fue quien consiguió el pase a esta carrera. La idea era que tanteáramos terreno, conociéramos a los subordinados del mafioso y viéramos hacia donde enviaban a las chicas de trata. Y a partir de ahí, seguir investigando.

Quien nos recibió era un sujeto agradable de sonrisa simpática. Con rastas y piercings en las orejas, parecía un chico poco amenazante. Emma lo saludó alegre; esa chica siempre actuaba bien. Lo mejor de la organización es que trataba de mantener en secreto las identidades, así que estos tipos, supuestamente, no sabían quién era Emma realmente.

En total de nosotros, éramos cinco: Emma, Flavio, Mateo, una chica de tez muy clara que nunca antes vi y yo. Del otro bando eran seis; esa fue la primera señal de peligro que ignoramos.

–¿Tenían algo que intercambiar? –dijo el chico simpático–. Nosotros trajimos nuestra parte.

Ahí entendí que no íbamos a correr (gracias al cielo), se trataba de un simple intercambio. Con razón Mateo no me hizo caso.

–Somos honestos –responde Emma–. Queremos intercambios limpios.

La sonrisa del tipo ese se hizo más ancha. Por un instante creí que estaba drogado, pero sus ojos eran atentos, estaba en sus cinco sentidos. Uno de los que lo acompañaban dio dos pasos al frente y nos mostró un maletín. Flavio y Emma se adelantaron por lo que solo ellos vieron lo que contenía en el interior. Tal vez fuera dinero, pero no me convencía esa idea. Flavio nos miró y asintió con la cabeza hacia la chica que nunca antes vi.

Justo en ese momento mi atención se dirigió hacia un tipo que se removía inquieto detrás de otro de ellos. Fue un instante, solo un momento, pero creí que me apuntó con un aparato... de hecho ahora apuntó a la chica desconocida. Y entonces se acercó al tipo de rastas y le tocó levemente el hombro.

–Hemos decidido aumentar un poco el precio –dijo con esa sonrisa que ya me comenzaba a hartar–. La quiero completa.

Señaló hacia la chica desconocida, la pobre hizo una expresión de total sorpresa e incluso vi un atisbo de miedo en su mirada. Por supuesto, el ambiente se hizo mil veces más denso; Flavio se colocó frente a la chica adoptando una actitud protectora, Emma se cruzó de hombros y Mateo se removió incómodo. Por mi parte, sentí un temblor nacer en mis piernas y el pánico subió de mi estómago a mi garganta. Sentí mi respiración acelerarse y tuve que juntar toda mi fuerza de voluntad para no entregarme al miedo. Por primera vez, me sentí en verdadero peligro.

–Eso no fue parte del trato –Emma se mantuvo firme–. Creí que eras persona de palabra.

–Y lo soy –el tipo se carcajeó–. Solo hicimos un pequeño cambio.

–Dijiste un cabello y si acaso saliva –¿qué mierda? No tenía idea de eso y al parecer la chica tampoco, pues casi se zurra ahí mismo–. Me quedo con el trato original.

Sentí como el aire se detuvo, esto estaba mal; nos iban a matar a todos.

–Dos opciones: O la entregan por la buena o la tomamos por las malas.

Hubo una corta discusión entre Flavio, Emma y Mateo, al final, la chica desconocida los mandó a la mierda, se mordió los ovarios y aceptó irse con ellos. Obviamente trataron de detenerla, pero ella, enfadada, los culpó por lo que le fuera a ocurrir y caminó hacia los tipos.

Estaba en shock, no podía creer lo que veía, mi mente apenas procesaba que la chica estaría por irse con unos tipos que seguramente no le harían nada bueno. El mismo tipo que vi apuntar con el aparato se acercó y entonces capté un olor que difícilmente se me olvidaría: loción masculina y jengibre; era desagradable. Sin embargo, gracias al aroma reaccioné y cometí un error terrible.

–Espera –dije segura–. Hagamos de esto algo interesante.

Oí que Mateo me regañaba en voz baja, pero lo ignoré. Mejor me centré en el tipo de rastas que estaba por llevarse a una chica asustada.

–Te escucho.

–Propongo una carrera –el tipo alza las cejas, veo como se iluminan sus ojos–. Si gano, solo te llevas el cabello de la chica, si pierdo... nos llevas a ambas.

Lo dije porque el hombre con olor a loción y jengibre también me apuntó a mí. Yo no era parte del trato, así que supongo por eso no me eligieron, pero por algo me apuntó así que jugué esa carta improvisada y a juzgar por el rostro de diversión y satisfacción del tipo, di en el clavo.

–Está hecho.

La chica desconocida me lanzó una mirada de agradecimiento, pero también entreví desconfianza. ¿Creía que iba a perder? Por el bien de ambas, esperaba que no.

Mateo se negó, puso excusas y dijo que él tomaría mi lugar y demás. Llegó a ponerse tan mal, que creí que sacaría el arma y comenzaría el caos. Flavio y Emma trataron de calmarlo, pero no funcionó hasta que el de rastas amenazó con anular la nueva apuesta.

Estaba hecho, iba a competir para salvarnos a la chica y a mí.

Cuando llegué con el automóvil negro de Flavio a la línea de salida (la entrada del estacionamiento) y le eché una mirada al conductor enemigo, caí en la cuenta de la mierda en la que me metí: Correríamos en la autopista, transitada y con gente pasando. Correría por mi vida y por la de Mateo porque sé que él jamás dejaría que me llevaran (antes moriría).

Siempre, vi las actividades de la organización como una distracción, una aventura divertida. Al estar aquí, viendo la oscura calle de frente, me di cuenta que no era un juego, no era una aventura inocente. Era peligroso y si no ganaba; nos iban a matar a todos.


No puedo creer lo que veo, todo está plasmado aquí: correos electrónicos incoherentes que seguramente están escritos en clave, los planos del coche (el señor Laredo es mecánico, seguro entiende esto a la perfección), el recibo de depósito, la fecha fue justo un día después de la muerte de mamá, está hecho a nombre de Bernardo Laredo. Sin embargo, no encuentro quién hizo la transacción. Estoy segura de que no se pueden hacer anónimas, pero no sé cómo hallar a quien pagó por la muerte de mamá.

Aparte, veo un documento en el que se explica la mejor forma de matar a un ciervo. ¿Existe una mejor forma? Yo pensaba que solo disparabas y ya.

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