




La intrusa II
A mí me investigan? Yo rompí mi corazón al dejar a Mateo para alejarme del peligro porque fui una cobarde y ahora resulta que soy producto de una investigación. No, me fui para dejar atrás tanta mierda, no puede ser que me haya seguido hasta aquí.
—¡No te enojes! —me dice con los ojos entrecerrados—. Ustedes no son sospechosos ni nada, tu padre está limpio, tú también. Sabes que es importante investigar a fondo...
—A mí me vale mierda —digo en un siseo—. Voy a aceptar tu oferta, pero solo para apostar toda la información que tengan de mí o mi padre. Si gano, me darán cada documento y tú, en el inter, tendrás tu distracción.
—NO —grita y se levanta de un salto—. Si haces eso, sabrán que fui yo quien te dijo.
—Me vale, tal vez no debiste haber venido —me acerco y abro la ventana para darle a entender que quiero que se vaya—. Si quieres tu distracción, algo debo ganar yo. Esa es mi propuesta.
Haziel me mira con expresión derrotada. Apuesto a que en este momento se arrepiente de todo lo que me dijo, estoy segura de que detesta el hecho de haber venido a visitarme y estoy completamente segura de que está meditando qué tanto vale la pena conocer información a cambio de revelar que compartió información con alguien que no es parte de El Círculo. Por un minúsculo instante me siento mal por ella, pero desecho el sentimiento, pues al final fue ella quien decidió meterse a la organización, fue ella quien está del lado de ellos y fue ella quien quiso ir en busca de un mafioso. Yo solo quiero salir del mapa y proteger a mi papá.
—Es en El Arco, en dos días a las nueve —dice derrotada—. Irán hacia allá porque quieren hacer un "intercambio". Arma el escándalo que quieras, pero por favor, que no parezca que la información te la di yo.
Veo a Haziel salir por la ventana y no la pierdo de vista hasta que ya no la puedo ver más. No sé si confiar en ella, tal vez todo esto fue una trampa, tal vez la mandaron para hacer que moridera el anzuelo (cosa que logró), pero al final, si resulta que todo lo que dijo es verdad, quiero todo lo que esa gente tiene sobre mi papá y sobre mí.
El día de la verdad llega y yo sigo debatiendo si presentarme en El Arco o fingir que estoy enferma y que no podré asistir. Revivo mi charla con Haziel en mi mente una y otra vez, pero sigo sin decidirme. Es tan simple como que quiero que me den todos los documentos que tengan sobre mí, pero no quiero luchar por ello; no quiero competir por ello. Tal vez si Mateo no fuera a estar presente no tendría tantos nervios; no estaría dudando tanto, pero el saber que estará ahí me hace temblar.
Aparte, ¿qué tal si pierdo? Aún no he decidido qué quiero apostar por mi parte. Tengo mis aretes de oro, pero no creo que los acepten. Ni siquiera tengo auto propio y por supuesto ni siquiera voy a apostar uno que no sea mío. Bueno, ya me dirán qué quieren. Ahora lo principal es decidirme, ¿vale la pena ir? Sí, con tal de que nos dejen en paz a mi padre y a mí, todo vale la pena. Y entonces vamos a la segunda cuestión: ¿Con qué automóvil voy a competir? Ni pendeja vuelvo a poner a Germán en peligro. Él no estará en la carrera esta vez, lo tengo por seguro.
Y entonces frente a mí se abre paso la idea más descabella, tonta y poco ética que se me ha ocurrido en la vida: Ir hacia Elisa para pedirle ayuda. No conozco a nadie más, pero sé que ella puede hablar con Aiden para que me preste su automóvil y yo pueda retar a Mateo o Catarina o Flavio o quien sea que se presente. Es pésima idea, estoy de acuerdo, pues me estaría "aliando" con dos imbéciles uno de ellos sospechoso en un secuestro y así. Yo solita me estaría poniendo como sospechosa. No, definitivamente no es buena idea.
Joder, moraleja: tengan amigos con automóvil, si no, serán perdedores como yo. ¿Y ahora qué hago? Mi cabeza vuela de nuevo hacia Germán, pero no puedo hacerle eso. No a él y no después de todo lo que ha hecho por mí.
A la mierda, voy a rentar un coche.
En la agencia de renta no hay un solo vehículo que valga la pena. Pero es obvio, digo, te rentan autos para que puedas moverte; deben ser prácticos y grandes por si vienen en familia. Lo más deportivo es un Versa y creo que es modelo del año pasado. Obviamente perderé si llego en uno de esos a El Arco y se me ocurre competir. Estoy viendo otro coche (el cual me muestra un tipo con bigote y expresión aburrida), cuando escucho mi nombre. La voz es familiar, hace años que no escuchaba al señor Laredo hablar.
—¡Qué sorpresa! —dice el padre de Aiden—. Di, ha pasado mucho tiempo.
Sí, bueno, su hijo es una mierda de persona (no sé si lo sepa) y como me humilló desde que entramos a preparatoria, no volví ni a su casa ni al taller mecánico. Miren, el señor no es mala persona, pero yo no quería tener contacto con nada que tuviera que ver con Aiden.
El señor es alto, de ojos claros y piel bronceada. No es atractivo, nada que ver con su hijo; aparte ya se ve entrado en años. Aiden no conoció a su mamá, así que supongo que fue de ella quien heredó el rostro "agradable". No entiendo cómo es que salió tan bien el hijo de su puta madre (sin ofender a la señora desconocida).
Al ver al padre de Aiden, me quedo estática. Siempre fue amable conmigo, compartíamos pasión por los autos así que nos llevábamos bien. Él fue mi primer mentor en esto de los coches; nos enseñó a conducir y lo básico sobre el funcionamiento. Y han pasado años desde que me dijo que yo sería buena conductora. Hasta donde recuerdo, el señor es mecánico, ¿qué hace trabajando en una agencia de coches? Ah, claro, no gana mucho en el taller. Al contrario de lo que dijo la chica, no se ve enfermo, ¿habrá sido un simple rumor?
—Señor Laredo —recupero el habla—. Qué sorpresa. Su hijo y yo ya no somos amigos, por eso no lo he visto. Pero qué alegría verlo tan bien.
Esto es muy incómodo.
—Siempre me dio lástima que rompieran su amistad —comenta casi melancólico—. Aiden regresó de aquel viaje a Estrada durante el verano y jamás me volvió a hablar de ti. Y no te volví a ver —fue su culpa, ¿concordamos? Digo, el idiota me espió y no me dijo que le gustaba—. Ya tendrán ustedes sus razones.
Corrección. Él tendrá sus razones. Yo fui víctima de su ira y ahora yo no pienso perdonarlo de ninguna jodida manera.
—Sí, bueno... Gusto en verlo —qué oso, esto es incómodo—. No encontré lo que buscaba y se me hace tarde. Me tengo que ir.
—¿Qué necesitabas? —pregunta, curioso—. Tal vez pueda ayudarte.
¿Sería buena idea decirle? No estoy al tanto de si el señor sabe que Aiden es corredor ilegal. Tal vez sabe y le da igual, tal vez apoye a su hijo o tal vez no tenga la más mínima idea. Si no estuviera tan desesperada, estoy segura de que sería mucho más cauta con el asunto.
—Un auto —digo rápido antes de arrepentirme—. Pero uno bueno, que sirva para...
—Correr
Completa la frase como si fuera lo más normal del mundo. Es cierto que baja la mirada cuando lo dice, pero no luce sorprendido ni escandalizado. Supongo que al ser mecánico y tener un hijo corredor, tiene mente abierta.
Lo único que hago es asentir y parecer cero avergonzada.
—Aquí no encontrarás nada útil —dice con actitud pensativa—. Tengo lo que te servirá, pero no aquí.
Me lleva dos cuadras hacia el norte, la zona no es la más barrio, pero me siento un poco incómoda cuando pasamos por ahí. Los drogadictos no se mueven mucho, pero su mirada me molesta.
Entonces llegamos a un taller de autos bastante grande con varios trabajadores quienes cumplen, apurados, con sus deberes. Los miro dar vueltas y vueltas para acarrear piezas, hacer anotaciones y meterse bajo los automóviles.
El señor Laredo me guía hacia un lugar más apartado y tras una cortina de plástico, descubre un automóvil Ferrari posiblemente modelo inicial, pero está en tan buen estado y con pintura renovada que siento el aire detenerse en mis pulmones.
—Se lo di a Aiden hace tiempo, fue un regalo —apenas puedo procesar lo que dice—. Era chatarra después de tantos años, pero lo renovó, consiguió nuevo motor e hizo arreglos. No supe qué ocurrió, pero ya no lo usa. Lo dejó aquí y ahora está en el Corvette. Si te sirve, es tuyo por hoy.
No tengo palabras para agradecer. Apenas puedo describir la felicidad. Cuando menos lo imaginé, un milagro se presentó. Acaricio la pintura mientras admiro este lindo automóvil, apuesto a que Aiden se va a quedar como pendejo cuando me vea llegar con esta hermosura.
No debería aceptar este regalo, no le dije al señor Laredo que justo quería competir contra los que quieren meter a la cárcel a su hijo (quien, por lo que sé, sí merece irse a la cárcel por cómplice de una chica que fue vital en el secuestro de unas inocentes chicas). Ay, no sé. Bueno, las oportunidades se presentan y uno las toma.
Y es hora de fijarme en mí.
—No sé cómo agradecerle —lo miro a los ojos y sonrío—. Le prometo que lo cuidaré muy bien. Se lo devolveré intacto.
—Lo sé, Di —el señor sonríe de vuelta y creo que es genuino; se ve cansado—. Siempre fuiste muy cuidadosa y responsable. Solo quiero pedirte un favor...
Se detiene un momento. Parece meditar sus siguientes palabras, pero no sé bien ni qué hacer, apenas me muevo, no quiero romper el ambiente de suspenso que se formó.
—Si algún día parece que todo se irá a la mierda y escuchas rumores extraños, debes saber que lo que hizo mi hijo tiene justificación.
No la tiene, quiero decir. El hecho de que me haya acostado con un chico que me pareció lindo no le da derecho a tratarme así. Pero no le digo eso a quien alguna vez soñé fuera mi suegro; solo asiento con la cabeza, agradezco de nuevo y me dirijo a El Arco.
Voy a patear traseros y recuperar todo lo que tengan de mi padre y de mí.