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El detective III

Soy una idiota. La adolescente hormonal se apoderó de mí y olvidé todo lo aprendido en Estrada. Lo que no debes hacer cuando te están siguiendo u observando es dejarles saber que los descubriste, pues lo que hagas en adelante va a parecer actuado. Si te someterás a un interrogatorio y no saben bien a quién se enfrentan, tienes que adoptar una actitud cooperadora, pero sin dar información. Debes notarte confuso, para que crean que no sabes un carajo. Si ya saben quién eres, lo mejor es notarte despreocupado, burlón, arrogante y tranquilo; al fin y al cabo, ellos ya te tienen agarrado, no hay escapatoria, pero te necesitan y puedes aprovecharte de ello. En cambio, si aún no estás por ser interrogado, pero estás en la mira, lo que menos debes hacer es parecer sospechoso. Y como la calenturienta que fui, acabo de parecer sospechosa. Aparto la mirada, me mantengo quieta, evito ver al detective después de que nuestras miradas se encontraron. ¿Así o más idiota? Joder, seguro hasta me sonrojo. Lo bueno de ser morena es que tal vez no se me nota.

—Todos guardamos secretos —comienza el detective y su voz me eriza la piel, es dura—, unos más graves que otros, pero al fin y al cabo son secretos. El lenguaje corporal dice más que las palabras y con solo observar por unos segundos, su cuerpo puede decir mucho —hace una pausa en la que se respira el aire denso—. Un compañero de ustedes fue asesinado, yo me encargaré de que los responsables sean castigados. Ningún crimen debe quedar impune, es por eso qué requiero de su apoyo. Elegiré a cinco de ustedes. No están obligados a responder mis preguntas, pero eso no da buena imagen y con una orden judicial tendrán que hablar. Mejor por las buenas.

—No es necesario que amenace a...

—Serán menos de diez minutos, no se les está acusando de nada.

El director cruza los brazos como si fuera niño regañado, bueno, después de todo, el detective lo ignoró. Nos miramos entre nosotros tratando de adivinar quienes serán los cinco elegidos. Busco con la mirada a Camila, pero no está. Seguramente ya la interrogaron, pues ella misma confesó que conocía a Darío. Y tenía información jugosa, debo añadir.

No es ninguna sorpresa cuando resulto elegida para responder preguntas. Mi padre fue policía, nunca me metí mucho en su trabajo, pero sé que, si no estoy acusada, no estoy obligada y es más probable que suelte información sin querer. Si al final del día llega el detective Serrano a mi casa con una orden judicial, ni modo, tendré que responder. Mientras tanto, yo paso.

Como soy la primera, salgo del salón con todo y mis cosas y sigo al detective hasta un aula vacía. Hay una mesa y dos bancas posicionadas una frente a la otra. Dentro, recargada en una pared; una persona vestida de uniforme espera con una sonrisa amigable. Policía malo y policía bueno. Buh, nada nuevo. Bien, este show es una mierda, es hora de darle fin.

—Espero me disculpe, detective —el tipo me voltea a ver, su mirada parece ver a través de mí—, pero no quiero responder sus preguntas. Como usted dijo, no soy acusada por lo que no estoy obligada a someterme a interrogatorios.

La policía me mira indiferente, parece que practicó su reacción toda la semana, pues se nota falso. El detective, en cambio, me da un pavor que apenas puedo explicar. Siento que me va a quebrar el cuello en un segundo.

—Señorita...

—Prefiero no decir mi nombre.

Sí, la acabo de joder. Eso suena sospechoso. Decir mi nombre no habría influido pues no estoy en registros, no tengo antecedentes...no soy de El Círculo.

—La elegí porque sé reconocer cuando alguien tiene secretos —dice y da un paso hacia mí. Ayuda—. Usted es por mucho la persona más sospechosa de esa aula, al no darme su nombre, al negarse a responder preguntas y al actuar de esta forma, usted levanta más sospechas. ¿Entiende lo que digo?

Este cabrón. Está buenote, tiene un rostro fiero que hace que una tenga pensamientos indecentes, pero su arrogancia me molesta. Seguramente es muy bueno en su trabajo y ha atrapado a varios criminales peligrosos, pero no tiene por qué amenazarme ni hablarme en ese tono cortante y golpeado.

—Mire, detective —doy un paso hacia el frente ahora yo—. Usted es por mucho un hombre más que atractivo. Si parezco sospechosa es porque en el momento que lo vi entrar por la puerta del aula tuve pensamientos nada propios de una dama que lo involucraban a usted haciendo cosas indecentes...a mí. Disculpe si me ruboricé y que no quisiera ni verlo debido a la vergüenza, pero no me pude controlar. Si llega con una orden, con gusto responderé sus preguntas.

Doy media vuelta y me largo. Evito mirar a la policía, de un momento a otro mi furia se evapora y ahora pienso en lo que acabo de decir. Oh, joder, ¿eso es un delito? Bueno, el hombre está como quiere, pero tal vez no debí decirlo.

—Soy Dinaí Macías —veo sobre mi hombro y veo que aún me está mirando. Sí, la cagué todita—. Le ahorro el trabajo de buscarme.

Le guiño el ojo, salgo del aula y me echo a correr. No puedo creer que acabo de decir una sarta de idioteces al detective. Sí estuve en interrogatorios, pero no legales, tampoco con hombres tan guapos como el que acabo de ver. Lo que yo quería al venir era pasar desapercibida, acabar el semestre y largarme, pero estoy segura de que acabo de hacerme notar de más y no en un sentido bueno. Espero no ser ahora la jodida sospechosa principal. Aunque no creo, después de todo, no soy culpable ni estuve involucrada.


El miércoles por la tarde es Germán quien me acompaña a mi cita con el doctor. Pensé decirle a mi padre, pero no me pareció buena idea. No quiero preocuparlo de más. Mis crisis de pánico son peligrosas, sí, pero si durante un año logré cuidarme a mí misma, puedo hacerlo por otro año más. Fue inevitable pensar en aquella vez cuando Mateo me llevó a un psiquiatra de Estrada, al inicio no quise, pero me convenció. Y qué bien me hizo.

El lunes después de que me enfrenté al detective Serrano "don complejo de superioridad", me puse bien cachonda y tuve que ir con Germán para saciar mi necesidad fisiológica. No fue difícil convencerlo, él estaba más que feliz por verme. Le conté del detective después de hacer el amor por segunda vez, él me escuchó e incluso rió cuando le informé lo que le dije al detective. Sinceramente, creí que me odiaría, pero no fue así. Al contrario, me hizo el amor por tercera vez.

Al verlo ahora, leyendo una revista sobre medicina e higiene, no puedo evitar pensar que tal vez el amor me tenga guardada una sorpresa. Me pregunto si Cupido me ha hecho sufrir para al fin sonreírme. Lo mejor es que no pensé en Mateo hasta que entré al lobby del consultorio. Voy progresando.

—¿Dinaí Macías?

La recepcionista me mira y sonríe, me hace un gesto para que entre al consultorio. Me levanto, le doy un beso en la mejilla a Germán y suspiro. Es solo un psiquiatra, no sé por qué estoy tan nerviosa.

El interior del consultorio es acogedor. Hay un diván, dos sillas y una mesita con un jarrón sobre ella. Detrás de la silla en donde el doctor se sienta, se alza un librero enorme con infinidad de libros. Me tardo un poco, pero logro ver que están acomodados por orden alfabético. Vaya, tal vez el psiquiatra tiene TOC o al menos tiene personalidad tipo obsesivo compulsiva. Generalmente los médicos son obsesivos y compulsivos. Y no lo digo yo, los dice la ciencia.

—¿En qué puedo servirte? Dinaí

El doctor ya es grande, le calculo unos cincuenta y tantos, su pelo negro tiene tintes canosos y su piel comienza a presentar algunas arrugas. Tiene sonrisa sincera y ojos pequeños. Creo que me agrada.

—Sufro de crisis de pánico —comienzo—. Detonaron después de que sufrí un intento de secuestro, estuve medicada, pero suspendí el medicamento. Estuve bien, durante algunos meses no tuve un ataque, pero de nuevo me están dando.

—¿Sabes qué situaciones detonan la crisis?

—Casi siempre es cuando veo algo impactante —hasta ahorita no he mentido, pero allá voy—. Mi madre murió en un accidente de tránsito, hace dos semanas vi un choque y me dio una crisis, un compañero fue asesinado y también me dio una crisis al enterarme.

Me hace mil preguntas y yo respondo. No soy mala mintiendo, al contrario, fui entrenada para incluso yo creerme mis mentiras. No soy un as como los miembros de El Círculo, pero tampoco soy una novata. Y el psiquiatra parece creerme, porque asiente a todo lo que digo y en ningún momento parece desconfiado, pero es difícil decirlo con certeza pues, así como yo me especializo en mentir, él estudió para detectar mentiras y diagnosticar enfermedades.

Al final me da una receta, me da su número de teléfono por si lo llego a necesitar (por si me da una crisis) y me da cita para dentro de tres semanas. Dijo que seguiremos trabajando en los sucesos traumáticos de mi vida.

Germán me lleva a casa, todo el camino hablamos de películas policíacas. Que si los criminales eran muy idiotas, que si el detective solo los descubría porque su nivel de razonamiento era sobre humano o porque casualmente un testigo lo vio todo. Nos burlamos de los diálogos rebuscados y las formas tontas en que se mueren los malos. Hace mucho no me reía tanto como ahora.

Llego a casa aún con buen humor y una sonrisa en el rostro. Creo que necesito más de esto. Sin embargo, mi padre se encarga de ponerme de malas.

—¡¿Por qué no me dijiste que mataron a alguien en tu escuela?!

Gracias al cielo Valentina no se encuentra en casa, pues habría sido testigo de una discusión épica padre-hija en la que ambos nos herimos con todos los argumentos que podamos y culminamos con algún comentario tipo: "Todo era mejor cuando eras niña" O mejor aún (eso es mío) "Todo era mejor cuando mamá estaba aquí."

Al final subo a mi recámara y me encierro en el interior. Aviento la mochila a la cama y grito a la almohada. Pero entonces siento una mano en mi hombro y casi se me caen los calzones de susto.

—Tenemos que hablar —dice Haziel—. Es importante.

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