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El detective

Papá sale en busca de Valentina y vuelven juntos hasta el otro día. No sé qué hicieron ni qué hablaron, sin embargo, se ven felices y tranquilos. Más relajados y no hay rastro alguno de enfado o rencor. No anuncian ninguna cancelación de boda o algo parecido así que concluyo que todo está bajo control. El anillo no es mencionado ni nada parecido, el otro localizador (del que papá me habló) tampoco sale a tema.

Finjo que no tengo la más mínima idea de en dónde estaba el anillo original, pero cuando lo voy a buscar más tarde, el escondite está vacío. Supongo que la copia fue destruida, tirada u olvidada y esta vez el verdadero es el que Valentina tiene en la mano izquierda. Un extraño nudo en la garganta me impide tragar saliva cuando la veo con él, pero evito cualquier sentimiento de tristeza; es momento de pasar página.

La universidad está en perfectas condiciones, casi pareciera que el día anterior no se encontró un cadáver y no hubo una detonación de arma de fuego. En parte está bien, pues no se puede detener la vida por incidentes graves. Lo que no me espero es un altar hecho por compañeros. Hay una foto del tipo muerto: "Darío Hernández". Cierto, ayer lo dijo la profesora, pero la verdad no conozco al compañero; es bajito, de cabello oscuro.

Me detengo un momento para admirar los mensajes de despedida y las flores que adornan el altar. Me pregunto si habrá tenido amigos cercanos. Porque bien se sabe que cuando te mueres aparecen "amigos" por todas partes. De la nada ya eras especial para todos y eras muy querido; cualquiera puede poner un altar, pero ¿quién verdaderamente te apoya en vida? "Estaba en cosas sucias." Recuerdo las palabras de la chica, esa excusa es perfecta para argumentar la muerte repentina de un ser humano. Es fácil decir que el difunto se metió en negocios ilegales y que la razón de su muerte tuvo que ver con ello; por respeto a Darío, espero que se haga una investigación exhaustiva para encerrar al enfermo que le abrió el cuello.

El interior del edificio parece de película de terror; la típica escuela solitaria por la tarde en la que los fantasmas de los alumnos muertos comenzarán su recorrido en cualquier momento. Aparte de mí, solo hay tres personas más. Vale, desde fuera parecía que todo estaba normal, pues el estacionamiento está con el flujo normal de automóviles, pero creo que no vendrán a clase.

Hago el recorrido de siempre hasta mi salón. Casi espero encontrar un espectro en la puerta del aula, pero no, solo me encuentro con la soledad. Soy la primera en llegar, espero no ser la única. Me meto a las redes sociales de la universidad para ver si publicaron algún aviso ahí, pero no hay nada. Reviso mi correo y fuera de la publicidad rutinaria, no hay avisos. ¿Y ahora qué verga? ¿Me voy y ya?

Como respuesta a mis preguntas mentales, una chica entra al aula y adopta una expresión de sorpresa parecida a la que puse yo al llegar. Nuestras miradas se encuentran y ambas sostenemos miradas. Para romper la tensión y no incomodarnos más, le sonrío. Al ver que sonríe de vuelta, agarro un poco de confianza y me lanzo a hacerle plática.

—Al parecer no nos avisaron que no habría clase.

—¡¿No hay clase?!

La chica pregunta asustada. Oh, genial, mi primer intento de hacer una amiga y acabo de espantarla por culpa de mi broma tonta.

—No, o sea sí —ya se me trabó la lengua—. Quiero decir que no sé. Llegué y está desierto, solo lo dije como broma.

—Ah, ya.

La chica va y se sienta en una banca cercana a la mía, pero no necesariamente al lado de mí. ¿Le habré caído mal? Su rostro se me hace familiar, la he visto un par de veces, no soy de ubicar a todos los de mi grupo, pero ella es fácil de recordar. Con un cabello corto y color rubio cenizo no es como que pase desapercibida. Estoy segura de que ella me ubica pues Aiden se encargó de que todos escucharan de sus labios que tengo ITS.

—¿Cómo te llamas? —me aventuro, aún no está todo perdido—. Yo soy Dinaí.

La chica me voltea a ver como si no creyera que le hablo a ella. O sea, amiga, eres la única presente.

—Eh...soy Camila —traga saliva—. Mucho gusto, Dinaí.

—El gusto es mío —piensa, Dinaí, piensa en algo qué decir—. ¿Conocías a Darío?

Genial, lo que faltaba. La chica nueva rara y bulleada acaba de preguntar por el muerto. Pude haberle preguntado por sus planes a futuro, sobre su especialización o tal vez sobre qué hizo el fin de semana, pero no, a la campeona de Dinaí se le ocurrió preguntarle por un tipo al que le abrieron la garganta.

—No mucho —dice y hace una mueca—. Lo conocí en primer semestre, iba conmigo en la optativa de Biología del desarrollo humano.

—Dicen que estaba metido en negocios turbios.

Oh, joder. Tampoco debí decir eso porque es de pésimo gusto. Estoy hablando de un muerto, los difuntos merecen respeto e independientemente de lo que hiciera en su tiempo libre; no puedes utilizarlo para comenzar una charla solo porque quieres hacer amigas. Sin embargo, funciona y mágicamente la chica muestra interés y se acerca a la banca contigua a la mía. Me debería sentir mal, pero me siento triunfante.

—Sí, eso escuché —dice casi en un susurro—. No es por nada, pero cuando tomaba clase con él, supe que se metía algo cuando estudiaba. Y siempre sacó buenas notas en los exámenes. Aparte, el ex de una amiga de primer semestre dice que le vio un fajo de billetes en la mochila. El muy idiota se puso a contarlo en el baño.

Se queda callada como esperando que le diga algo. Tal vez otro chisme sobre Darío. Apuesto a que le encantaría escuchar que lo escuché discutir porque le debía dinero a quién sabe quién, que lo vi hablando con un tipo lleno de tatuajes y con cara de malo y parecía que la cosa marchaba mal para Darío... Y entonces recuerdo la vez que pillé a Elisa discutiendo con alguien en el estacionamiento. El hombre era bajito y de cabello oscuro, de esos hay muchos ¿qué posibilidad hay de que fuera el mismo? Le dijo algo sobre dejar el negocio en paz o no recuerdo bien. Me odiaré por decir esto.

—Yo lo vi el otro día con Aiden — no sé por qué sigo protegiendo a Elisa, la chica frente a mí abre los ojos con sorpresa—. Parecían discutir, pero no me quedé a ver. No sé de qué hablaban, pero no parece que fuera algo bueno.

—Eso sí que es chisme —dice sonriente—. No sabía que Aiden y Darío se hablaran. Aiden solo habla con Elisa, Salomón, Ricardo y Fermín. De ahí en fuera parece que nadie lo merece. Lo que no sabía es que estuviera metido en drogas. Es corredor en El Arco, eso sí, todos lo sabemos; es como el ídolo de la universidad, pero de eso a drogas... Su papá no gana mucho con el taller, por eso corre, para sacar dinero, pero meterse en drogas es algo más fuerte, ¿no? Aunque creo que está enfermo, podrá ser por eso.

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