




La sonrisa roja II
No otra vez. De nuevo siento palpitaciones, de nuevo me falta el aire. Pero esta vez no estoy en la comodidad de mi casa, esta vez no estoy acompañada, esta vez estoy a mitad del caos. Me repito a mí misma que no debo tener miedo, que debo calmarme, pero no es tan fácil, una vez que algo detona la crisis de pánico, no es tan sencillo salir de ella. Grito, o al menos hago el intento, pero no escucho nada. Y entonces alcanzo a ver un cuerpo, está lejos aún y entre tanta gente es complicado ver, pero veo los pies. Mi visión borrosa no es la mejor y no es de confianza, no logro reconocer el cadáver.
Alguien, con brazos gentiles y una fuerza suficiente para levantarme, acude en mi ayuda.
No soy una damisela en apuros, no necesito de un hombre o mujer que venga a mi rescate, ya no. Pero cuando estás en mitad de una crisis, necesitas toda la ayuda posible porque pudiera salirse de control. Y aunque yo sola he salido de varias, el caos de este lugar es riesgoso. Y vamos, tampoco quiero ser conocida como la chica que tiene ataques de pánico en mitad de un estacionamiento.
—Estás bien, no corres peligro —escucho esa voz grave y pausada que tanta tranquilidad me da—. Sabes que tienes que seguir mis respiraciones, no pasa nada. Te tengo, estás bien. Mírame, Dinaí, por favor mírame.
No es la primera vez que esos ojos color miel logran calmarme, no es la primera vez que el simple hecho de escuchar su voz hace que mi pulso no vaya tan rápido como para matarme. No es la primera vez que el ritmo de mi corazón se acopla al suyo cuando estamos tan cerca. Pero sí es la primera vez que ocurre cuando hace unos momentos pensé que estaba muerto. Y el alivio se entremezcla con furia.
—Nos alejamos de la multitud —dice, pero yo aún no puedo mirarlo—. ¿En qué estabas pensando? No puedes correr hacia un cadáver. Una regla es que, si no conoces la situación, si no tienes ojos en todas partes, te alejas del peligro.
Ah, sí. Las estúpidas reglas de El Círculo. Son necesarias, útiles y salvan tu vida, pero en estos momentos no estoy para que me reprendan. Por dios, mi visión apenas vuelve a la normalidad.
—Dinaí, no sé qué estás haciendo —dice mientras me deja gentilmente en el suelo y saca de quien sabe dónde, una botella de agua—. Ya no sé quién eres o qué buscas, pero no puedes ponerte en peligro de esa forma. ¿Cómo pudiste acercarte?
Bien, mi ataque de pánico no se ha evaporado por completo, pero mi furia puede más.
—¡Porque pensé que eras tú!
Grito con las pocas fuerzas que tengo mientras me exijo tranquilizarme y respirar lo más profundo y lento que pueda. Maldita sea, debí imaginar que Mateo no es tan idiota como para dejarse asesinar de esa manera, al menos él habría tratado de escapar, de dar un aviso o yo qué sé. Aparte, era obvio que ningún miembro de El Círculo permitiría que su cadáver fuera encontrado en un estacionamiento universitario con mil espectadores y la policía metida. Pero me dejé llevar por un pensamiento efímero y todo terminó en fracaso. Como siempre.
Mateo se agacha y pone su rostro a la altura del mío, puedo sentir el calor que irradia y aún sin tocarme, una corriente eléctrica recorre suavemente mis extremidades. Me pierdo en su mirada color miel, feroz y tierna a veces, pero siempre honesta. Inmediatamente vuela a mi mente la imagen de Catarina besándolo, de la pelirroja abrazándolo, de mí gritándole que jamás quería verlo de nuevo. Era obvio que él no detendría su ardua búsqueda de un criminal desconocido y peligroso solo porque su novia no fue lo suficientemente fuerte como para soportar que estuvieran a punto de matarlos a todos.
Al fin y al cabo, es parte del trabajo. Siempre lo fue, pero yo jamás lo vi tan de cerca como aquella vez. Y no lo soporté.
—No puedes decir eso estando comprometida —su rostro está cerca del mío, pero no lo suficiente como para atreverme a besarlo—. No puedes estar por casarte y hacerme creer que aún me quieres.
No solo aún te quiero, aún te amo. Y me digo a mí misma hoy, mañana y siempre que no debo amarte, pero no es tan fácil. Y solo como dato curioso, no estoy comprometida, pero eso no puedo decirlo.
Toma mi mano izquierda en la suya y la alza hasta que está dentro de su panorama de visión. No hay anillo ahí, no hay una sola señal de mi supuesto compromiso. Porque no existe... y porque resultó que el anillo era una copia y tiene un localizador instalado que la inteligente de Valentina me dio.
Algo hace clic en mi mente. No le pregunté sobre ello, jamás la encaré por el anillo. Lo olvidé por completo. ¿Qué carajo conmigo? Me tragué el cuento de que Valentina era una hermana preocupada por el bienestar de su hermano, pero eso no explica el anillo, joder. Bueno, esta crisis de pánico sirvió para darme cuenta de lo que pasé por alto.
—Ni siquiera tienes el anillo.
Ay, Mateo, me agarras en un mal momento, pésimo, de hecho. De no haberme dado cuenta del anillo, seguramente lo habría besado y ya ni modo, pero ahora mi cerebro está trabajando de nuevo y no me siento tan vulnerable. Aparte, no quiero enemistarme con la pelirroja, ya tengo suficientes enemigos; con Aiden y Elisa me basta.
—Gracias por sacarme del tumulto, aunque lo tenía controlado —digo mientras me pongo en pie, él me sigue—. No me vengas con cuentos de amor. No estoy ciega y sé que tu novia es linda, agradable y seguramente divertida. Te olvidé en un mes, me olvidaste en un mes; ya está hecho. Lo que hago aquí no te incumbe, pero no me entrometeré en tus asuntos. Aiden y Elisa no son mis amigos, no me agradan. Atrapa a los malos, no me meteré, estaré hasta fin de semestre, después me iré...para siempre.
No lo miro ni una vez a los ojos durante mi discurso, pues seguramente me trabaría o algo. Me alejo a paso firme con dirección al edificio. A quien sea que hayan matado, mientras no sea conocido mío, no me importa.
—No es mi novia —joder, Mateo, no me hagas esto—. Pero creo que para ti no hay gran diferencia.
Me vale madre... bueno no, la verdad sí hay diferencia, pero no me pienso dejar llevar por estos sentimientos que adoran desequilibrarme. Aparte, no estoy en el mejor momento para tomar una decisión. Primero lo primero, ir a clase (si es que hay) y enfrentar a Valentina.
Entro al salón A203, la mayoría de mis compañeros están en el interior; sentados, con rostros repletos de confusión. Salomón parece nervioso, mueve su pie de un lado a otro mientras echa miradas hacia el lugar vacío de Aiden. Una chica consuela a otra, parece que una de ellas no estaba preparada para afrontar algo así. Qué linda pareja, desde que las vi casi comiéndose a besos el primer día que llegué, me parecieron lindas, pero ahora me parecen más.