




Afrontar
La primera es de accidente. El coche destrozado reposando sobre el pasto, un árbol alzándose al lado. La distancia entre el barranco y el suelo sí parece mucha. La siguiente es una toma más cercana del automóvil, puedo ver a mamá en el asiento delantero, su rostro está volteado hacia el lado contrario de la cámara, pero puedo ver su cuello doblado en un ángulo extraño. Hay sangre en su blusa. La siguiente foto es una toma del otro lado; parte de su cabello tapa el rostro, aparte hay mucha sangre así que no logro reconocerla del todo.
Las otras fotografías son de las heridas. Cada parte de su cuerpo fue fotografiada. Las fracturas de los brazos, el hueso salido de su pierna izquierda. Para cuando llego a esta parte siento unas náuseas incontrolables. Dejo la carpeta sobre un estante y corro hacia la puerta. No aguanto más, tengo arcadas y me dejo caer, pero el vómito no sale, me quedo tirada respirando y con la imagen del rostro ensangrentado en mi cabeza.
Oigo como mi papá se acerca a mí. Por un momento pienso que viene a ayudarme a levantar o tal vez a ver qué tal estoy, pero no. Solo acerca una fotografía con un fondo metálico y alguien recostado sobre la plancha. Ya no tiene el rostro ensangrentado, ya no tiene el cabello sobre la cara, ahora solo veo a una mujer con los ojos cerrados y la piel muy pálida. La nariz está destrozada, se ve desviada, la frente está hundida, los labios se ven raros y el cabello se nota quebradizo. Es una imagen bizarra, fea y desconocida, es la imagen con el sello de la muerte impresa. Pero es mamá.
Comienzo a llorar, ahora entiendo por qué papá no me dejó ver el cuerpo, ahora sé por qué el ataúd estaba cerrado. Es tan simple como el querer protegerme de una imagen que jamás podría quitarme de la cabeza. Yo a mis dieciséis años no habría podido soportar algo así o tal vez sí, pero con traumas. Y qué mejor que quedarte con la imagen de una mujer hermosa y cariñosa y no con el retrato que tiene el sello de la muerte.
—Me consuela saber que su muerte fue casi instantánea —mi papá toma la carpeta y acomoda todo—. El forense dijo que no sufrió.
No puedo responder, estoy tratando de controlar mis respiraciones y fingir que no estoy a punto de tener otro ataque de pánico. Joder, creo que sí necesito ir al médico para que me den fármacos, de nuevo.
—Está bien, Dinaí —mi papá se hinca junto a mí y me abraza—. Llora todo lo que necesites, quise protegerte, pero creo que te hice más daño al intentarlo.
No, él no me hizo daño. Me lo hice yo sola al idear teorías estúpidas, al ver conspiraciones por todos lados. Y antes no le tomé importancia porque me fui a realizar mi vida, pero con el regreso y tantas sospechas, me volví paranoica y decidí imaginarme un mundo de fantasía en donde las madrastras son malas y los muertos reviven. Y esta es la vida real.
—¿La carta y las fotos?
—Sospeché de tu madre, así que al ver la foto en donde está en nuestra recámara, la confronté —papá suspira—. No me dijo gran cosa, todo fueron evasivas, pero mi enojo fue tal que le pedí el divorcio. Iba a decírtelo, pero me pidió tiempo, dos días exactamente, dijo que tenía que hablar contigo y buscar un buen abogado porque ella querría tu custodia. Por lo que sé, fue a buscar un abogado familiar muy bueno. Lo conocí, es bastante agradable, tuve que darle la noticia del fallecimiento. Por eso se fue ese día.
No puedo evitar pensar que, alguien pudo haber hecho algo para evitar su muerte. Tal ve pude pedirle que se quedara, inventar una excusa. Fui muy ciega para ver que mis padres no estaban bien, debí haber visto las señales. Un pensamiento enfermo me viene a la mente: si mi papá no le hubiese pedido el divorcio, tal vez mamá seguiría viva. No, nadie podía preverlo. Él no es culpable ni tú lo eres.
—¿Sí te engañó?
—No lo sé, ni siquiera sé quién es el tipo que está con ella —papá presiona sus párpados—. Me habló justo después de que se fuera, dijo que tenía una explicación razonable, que debía escucharla. No quería saber más de ella, estaba tan furioso... pero le dije que sí, que cuando llegara hablaríamos.
—Pero nunca llegó.
Y el misterio de su engaño quedaría enterrado para siempre. Después de tantos años del suceso, no me quedan ganas de descubrir secretos sobre mi madre. Y menos aún si se trata de secretos que hacen más mal que bien.
—¿Y la carta?
— Es de tu tío, pero hay algo que no cuadra —papá se levanta y yo sigo su ejemplo—. No logré contactarlo para el funeral, no pude por más que lo intenté y después recibí una carta diciendo que no vendría. Tu mamá y su familia no eran muy unidos; siempre discutían, fueron a la boda, pero fue un desastre. No volví a saber de ellos después. Comencé a recibir más cartas, pero no respondí ni una, las quemé. Estaba enojado, podrían no haber sido unidos, pero ¡era su hermana! Me contaba de su esposa, que querían tener un bebé y demás. Nunca hice caso y después recibí esa carta; me quedé como tú. Respondí, pero no recibí respuesta así que desde Madrid tuve que tomar un vuelo a la capital y busqué la dirección de tu tío. Resulta que desarrolló esquizofrenia, está en un psiquiátrico. De ahí salen las cartas, él recibía cartas de tu madre contándole todo sobre nosotros, por eso parece que sabe cosas, por todo lo que le decía tu mamá. Quise ahorrarte el mal rato, pero si quieres ir a conocerlo adelante, ya no puedo prohibírtelo.
Pero no quiero conocerlo, no tengo ganas de hacerlo. He estado tan bien sin mamá, sin su familia, incluso sin papá. No quiero ir a conocer a alguien que jamás me conoció en persona, no quiero estar con quien jamás se interesó por mí. Porque a fin de cuentas, es familia, pero no de la que me apoyó. Y sí, la familia es primero, pero mi padre es la única familia que me queda y si todo lo hizo para protegerme, voy a confiar en él.
Salimos de ahí en silencio, caminamos juntos bajo el mismo sentimiento. ¿Derrota? ¿Decepción? O ambas, no lo sé, pero es como si un castillo de arena hermoso de pronto mostrara un defecto enorme imposible de arreglar y que lo hace ver fatal. No soy partidaria de guardar rencores, solo en casos específicos, pero esto no es algo que pueda dejar pasar así nada más, necesito tiempo para ponerme en el lugar de mamá, para perdonar. Si yo me siento así, no quiero imaginar cómo debió sentirse papá.
Veo a Valentina charlar animadamente con los oficiales, ríen y se ven cómodos. Tal como mamá anteriormente. La mujer es joven, alegre y espontánea, puedo ver el por qué cautivó a papá. No es justificación para estar con alguien quince años más joven, pero el amor es bien raro y no soy quién para cuestionar. Si él es feliz, debo alegrarme por él.
No sé si Valentina le informará a mi papá acerca del enfrentamiento que tuvimos anteriormente, pero si lo hace, me rehusaré a pedir disculpas. Ella actuó sospechosamente, no yo, mi intención fue proteger a mi familia y no pediré perdón por eso. Si se enojan conmigo, ya ni modo.
Más tarde llego a casa con Valentina, papá ya iba de salida cuando le hablé al descubrir la carta, así que tuvo que regresar, pero ahora que se aclaró todo, él se va tranquilo y puedo decir que estamos en buenos términos. Todos.
Estar en presencia de mi futura madrastra sigue siendo incómodo, pero me consuela que no parece enojada o algo parecido, incluso me pregunta cómo voy en la escuela. Al llegar, dejo que continúe con su práctica en la cocina y subo a mi habitación. No puedo creer que por buscar información de la boda terminara enterándome de cosas que, si bien son útiles para ver el panorama completo, removieron heridas del pasado.
Siendo sincera, no puedo quitarme de la cabeza la imagen del tipo con el que mamá se metió. No quiero darle más vueltas al asunto, si papá no supo y él era quien estuvo investigando, yo menos voy a saber. Ya, Dinaí, el pasado ahí debe quedarse.
Me desespera no tener amigos, no poder salir en fin de semana. Mi vida en estos momentos se reduce a ir a la universidad, volver a casa e idearme teorías conspiratorias muy fumadas. Necesito meterme a una actividad deportiva o artística o qué sé yo. En Estrada, saliendo de la universidad me iba a entrenar, el fin de semana íbamos a fiestas, carreras o zonas de apuestas. A veces por diversión, a veces para recabar información, pero tenía un grupo de amigos. Mateo, Flavio, Emma, Rebeca y Alejo. Todos pertenecientes a El Círculo. Ahora caigo en la cuenta de que me juntaba con ellos, salía con ellos, pero jamás fui parte de ellos.