




En un amigo se puede confiar
¿Qué probabilidad hay de que tu primera amiga de la universidad a quien dejaste de lado para no meterla en problemas y a quien viste en una foto en redes sociales apenas dos semanas atrás se encuentre en una fiesta en tu pueblo natal? Si dices cero, yo digo tres.
Haziel no pierde la sonrisa ni deja entrever una pizca de emoción desagradable, por lo que yo tampoco. En cambio, Flavio, parece haberse tragado una bola de pelo de gato. Miren que lo último que supe de Flavio fue que andaba con una chica de El Círculo, la vi varias veces, pero no convivimos mucho. Y ahora resulta que tiene nueva novia, llamada Haziel.
La admiro, no siempre se logra tener una relación con tu crush y no sé cómo lo logró, pero en verdad quisiera que me pasara algo así. Ya deja de pensar idioteces, cualquiera puede andar con su crush.
Por supuesto, yo tampoco pierdo la sonrisa ni mi actitud de chica tímida que acompaña a su... ¿ligue? Si se trata de fingir que no los conozco, puedo hacerlo muy bien.
—Tania, Fer —dice Germán alegre—. Ella es Dinaí, la chica de la que les hablé.
Una chica de baja estatura y cabello negro lacio me saluda con alegría y ánimo excesivo. Halaga mis pendientes de oro. Respondo de la misma manera. El otro es un chico algo pasado de peso, con pecas en la nariz y cabello ondulado castaño. Parece ebrio, pero agarra su vaso como si fuera su vida. Nada más me da un beso en la mejilla.
—Este tipo es todo un cazador, cuando dijo que te conoció en El Arco pensamos que sería bateado, pero mira, es un gusto tenerte aquí.
—Oh, pero fue él quien fue cazado —digo en voz alta para que escuche tanto Flavio como Haziel—. Desde que lo vi supe que debía ser para mí.
El tal Fer suelta una carcajada y dice algo que no alcanzo a escuchar porque me distraigo con la visión de Elisa y Salomón hablando. No parecen discutir, pero tampoco parece que estén teniendo una charla amigable.
—Y ella es Haziel, es la chica que vino de intercambio y él es su novio Flavio. Llevan poco aquí.
Germán señala a mi primera amiga de la universidad y a su novio. Si supiera que los conozco, si supiera que los he visto, que estuvimos metidas en un agujero asqueroso del que casi no salimos... pero él no tiene que saber. Esa vida ya quedó atrás.
Aunque ahora la curiosidad que siento es mil veces mayor.
—Mucho gusto —digo y acerco mi mejilla a la de Haziel para saludarla, ella apenas se mueve—. Siempre es bueno conocer gente nueva.
—Lo mismo digo —Haziel responde en tono alegre—. A veces los que fueron tus amigos al final no fueron amigos y conocer gente nueva hace que veas que hay personas mejores que los que te dejaron.
Sonrío y asiento como si estuviera más que de acuerdo, ¿esta estúpida qué se cree? No puede andar mandando indirectas así nada más.
—No son amigos los que esconden secretos —así es perra, todo el tiempo creí que ella estaba fuera de todo—. Pero sí los que se distancian para protegerte.
Vale, mi indirecta fue un poco más directa. Germán se remueve algo incómodo a mi lado, vamos, no es idiota, sabe que algo raro pasa. Para frenar esta tensión, me acerco a Flavio y le extiendo la mano, actúo como si no supiera quién es, como si no nos hubiésemos defendido mutuamente un par de veces, como si no le hubiese salvado la vida el día que todo se fue a la mierda. Como si el idiota no me hubiese escondido que tenía algo con mi amiga. Y lo digo porque dudo mucho que en un mes Haziel lograra formar parte de El Círculo. Seguramente la relación de Flavio con la otra chica era una fachada.
—¿Quieres algo de tomar?
—Claro que sí.
Sigo a Germán entre el tumulto de gente, tengo que concentrarme en respirar suave y profundo, no puedo parecer alterada. No puedo arruinar la idea de Germán de presentarme a sus amigos. Y hablando de eso... ¿Dónde estarán los chicos con los que fue a El Arco?
—Fer y Tania se ven agradables —y es verdad, me cayeron bien—. Pero ellos no son con los que fuiste a El Arco, ¿verdad? No los reconocí.
Llegamos a la mesa de bebidas y veo todo tipo de alcohol: tequila, vodka, un licor color verde. Uf, de haber estado en Estrada con mis amigos anteriores, tengan por seguro que hoy sería un buen día para embriagarse.
—Los que fueron a El Arco son otros, no creo que vengan —dice en voz baja, apenas lo escucho—. Discutimos y no es nuestro mejor momento.
Ah, bueno, vale. Muy amigos y todo, pero problemas internos siempre hay. Lo entiendo.
No sé bien qué tomar, el tequila me gusta, pero después de que casi me da una congestión alcohólica con eso, trato de no frecuentarlo. El vodka no lo tolero tanto, un par de shots y comienzo a sentir los efectos. Me decido por una cerveza, está fresca y con eso basta.
La música resuena por unas bocinas que no logro ver, la gente baila y brinca, algunos juegan a las cartas, otros improvisaron una mesa de beer-pong. No sé bien qué hacer, digo, no conozco más que a Germán y ni siquiera sé qué somos. Esto es incómodo, pero lo prefiero a toparme con Catarina o Mateo, no se diga Aiden.
Me excuso diciendo que tengo que ir al baño. Germán insiste en acompañarme, pero me niego, necesito estar sola un momento, necesito pensar. Le digo que lo encontraré en la mesa de billar en donde están sus amigos, que no tardaré.
Encuentro el sanitario en el segundo piso, porque en el de abajo la fila era de mínimo diez chicas. Una de ellas me dijo que había sanitario arriba que si tenía muchas ganas podía ir aunque con discreción para que nadie me viera. Creo que mis nervios se tradujeron en ganas de orinar.
Este lugar es de ensueño, apuesto a que las fraternidades pelearían por tener una casa como estas y dar fiestas que se salgan de control para recaudar fondos. Apuesto que nadie faltaría.
Me encierro en el baño y me mojo la cara. Dejo mi cerveza sobre el lavabo y aprovecho para orinar. Bien, necesito concentrarme. Todo estará bien, estoy con Germán y si de verdad pienso que no podré soportar estar mucho tiempo, podré pedirle que nos vayamos.
Tomo una toalla que tiene olor a lavanda para limpiarme la cara mojada. Estoy centrada en no mancharme con el rímel (aunque por suerte es a prueba de agua) cuando escucho un chirrido de neumático. Pego un brinco, sonó muy fuerte. En este piso no hay escándalo como en la parte de abajo, así que lo que ocurre del lado de la calle se escucha bastante bien. Un momento después, un grito como de furia me obliga a asomarme por la ventana.
La jodida camioneta de mi padre y Valentina está en la acera. No es gracioso, pero al ver como Valentina da golpes al suelo con su pie, suelto un par de risas, nerviosas supongo. Un hombre alto, de treinta y tantos (le calculo) la mira con los brazos cruzados, hay otra mujer, alcanzo a ver su cabello, pero no le veo la cara. ¿Qué mierda está haciendo aquí? No traigo puesto el anillo así que no sabe (en teoría) que estoy aquí.
Trato de asomarme un poco más, así que me paro en el escusado de puntas y apoyo mis manos sobre el marco de la ventana. Pero entonces resbalo y golpeo sin querer una figura de cerámica; la cual cae justo detrás del hombre alto.
Suelto una maldición y me meto al baño, corro a apagar la luz y salgo del cubículo como alma que lleva al diablo. Mi instinto es escapar y fingir que jamás estuve cerca de esa ventana, pero mi camino se ve obstruido por un cuerpo sólido, duro y que me desestabiliza al punto de estar a punto de caer debido a la colisión. Una mano me toma de la espalda y logra evitar mi caída. Apenas puedo reaccionar porque todo fue tan rápido, pero alcanzo a agarrar la playera de la persona y entonces recobro la compostura.
Alzo la mirada y me encuentro con un par de ojos color miel. No debería, no debo dejar que ese burbujeo en mi estómago se presente, no debo permitirme sentir el aleteo en mi pecho ante su cercanía, pero Mateo causa esa reacción en mí y por más que intento evitarlo, el calor invade mi cuerpo. Por suerte no comienzo a temblar.