




Un amigo puede hacerte daño
Después de al menos una hora eligiendo el conjunto perfecto, me decido por algo al azar. Lo que es importante y no pienso dejar de lado, es el broche que me dio mamá. Ahora que lo he recuperado lo voy a usar lo más posible. Obviamente tiré el listón azul a la basura. Me miro al espejo y busco alguna imperfección; los pendientes de oro blanco son pequeños, tienen forma de estrella, son lindos y no llaman la atención, el rímel apenas se nota; lo que prefiero es que se vea natural, el brillo labial es el que me incomoda. Me veo bien, por dios que sí, pero me da esa necesidad de morder mi labio inferior cuando estoy nerviosa y el sabor del cosmético no es muy agradable.
Tampoco es como que traiga el color rojo intenso que con un pequeño error queda embarrado y parezca payaso salido de prostíbulo.
Ni Valentina ni mi padre están. Así que no veo inconveniente en que Germán entre a casa. Sin embargo, está abajo mientras yo pierdo el tiempo aquí arriba. Me pongo rápidamente crema hidratante y bajo las escaleras. Dentro de mi bolsa está la cartera, teléfono y cuchillo por si algo se ofrece. A mi parecer, estoy lista.
—Disculpa la tardanza excesiva —digo mientras modelo ridículamente frente a Germán—. Te juro que casi no me tardo.
Él por un momento se queda en silencio, me mira con la boca entreabierta y me pregunto si habré dicho o hecho algo mal.
—Te ves hermosa —se levanta del sofá lentamente—. Eres hermosa.
Me debato entre responder con una frase sarcástica, un agradecimiento o simplemente con el rubor ascendiendo por mis mejillas. Me decido por la tercera opción porque definitivamente me he quedado sin palabras.
Se acerca a mí lentamente, lo único que puedo hacer es mirarlo de frente. Su mirada me recorre de pies a cabeza, brilla con ferocidad. Algo dentro de mí está naciendo, es un hormigueo muy suave que me recorre entera. Trago saliva mientras su rostro se acerca al mío. Esta vez comienzo a respirar más rápido y el pulso se me acelera a mil por hora, pero esta vez no es por un ataque de pánico. El calor me sube por el cuello, invade mis mejillas y se arremolina en mi cabeza. Si Germán no se mueve más rápido, voy a tener que brincar como un animal hacia él.
Siento su calor irradiar hacia mí, sus manos me toman de la cintura mientras su boca llega hasta mi cuello. Suelto un gemido al sentir sus labios sobre mi piel sensible, el vello de mis brazos se eriza y comienzo a temblar. Mi mente solo puede apreciar esa sensación de placer que me recorre cuando su lengua saborea mi piel, cierro los ojos y me dejo llevar por la emoción; lo tomo de la camisa y obligo a sus labios a colisionar con los míos.
Y entonces alguien abre la puerta y entra sin dignarse a tocar.
Me separo de Germán y casi brinco al otro lado de la sala. Limpio mis labios en un acto reflejo y acomodo mi blusa. Mi padre entra como si nada mientras se quita el saco. Está tan distraído que no nos ve hasta que pone las llaves en el llavero. Les juro que esta no era la forma en que quería que mi padre y mi ligue se conocieran.
—¿Di? —mi padre mira alternadamente de mí a Germán—. ¿Qué está pasando?
Sí, bueno, tal vez debí decirle a Germán que estacionara en la entrada, así mi padre habría estado preparado y sabría que tenía visitas.
—Hola, papá, ¿cómo estás? Te presento a Germán —perfecto, ahora se están estrechando las manos—. Solo me acompañaba, iremos hoy a una fiesta.
Por unos instantes nos hundimos en un silencio incómodo. Vale, Germán fue muy educado: se acercó rápidamente a mi padre y le estrechó la mano, pero papá nada más lo mira como si se tratara de un insecto al que debe aplastar. Y no sé ni qué decir, lo mejor es que nos vayamos.
—Bueno, nos vamos porque es tarde —tomo mi bolsa que se cayó al piso en mitad del episodio—. Cuídate, papá.
—Fue un gusto conocerlo, señor...
—Macías, señor Macías.
Pongo los ojos en blanco. Ya tengo veinte años, estuve un año viviendo fuera y ahora resulta que mi papá se pone de sobre protector, que no sea ridículo, si ya hasta quiere que me vaya por mi lado y haga mi vida lejos de él. Aparte, ¿creerá que soy virgen? No quisiera decirle que en las vacaciones de cuando cumplí quince perdí mi virginidad con un chico que conocí en la playa. Vale, eso no lo dije, pero a los veinte años, ¿qué espera? Tal vez simplemente nunca lo pensó.
—Señor Macías, voy a cuidar a su hija. Un gusto.
Casi salgo corriendo de ahí. Vaya, hasta se me bajó la calentura del puro susto. Yo jamás pillé a mis padres teniendo relaciones, pero sí que he escuchado cuando papá y Valentina hacen su desmadre, así que no puede reprocharme nada.
Germán es rápido, en menos de diez minutos está más que listo para irnos a la fiesta. Si lo comparo conmigo, él se ve mil veces más elegante. Tendrá veintiún años, pero con ese pantalón y esa camisa se ve de veintitrés, me pregunto que se sentirá estar sobre de él. No, Dinaí, no empieces. Si quieres que esto funcione trata de pensar con la cabeza y no con la hormona. Antes de dejarme invadir por algún instinto primitivo, mejor me centro en arreglar el brillo labial.
Al parecer, los padres de Germán no están. Hay otro automóvil aparte del familiar Audi rojo, pero dentro de la casa lo único que escucho es silencio. Crecí en una familia de estatus económico medio; mi padre y mi madre estuvieron siempre presentes. No conocí a la familia de mamá, ya que ella tuvo problemas con sus padres y aparte vivían muy lejos. Lo máximo que supe de ellos fue su físico cuando encontré una fotografía de mamá de niña. Pero jamás le pregunté por ellos, era feliz y eso bastaba. Sé que tuvo un hermano, recuerdo que papá trató de contactarlo cuando fue el funeral, pero jamás llegó.
A la familia de mi padre sí la conocí. Algunas reuniones por Navidad íbamos a casa de los abuelos y nos encontrábamos con mis dos tíos, hermanos de papá. Mis primos eran agradables según recuerdo, pero no es como que los frecuentara mucho. Después de lo de mamá, mi padre se alejó de todos, de mí, de sus hermanos, de sus padres. Tiene más de cuatro años que no veo a ninguno de ellos.
En conclusión, viví bien, acompañada y no me faltó nada. Al final mi padre comenzó sus negocios y a ganar una cantidad de dinero mucho mayor que cuando fue policía, pero la distancia entre nosotros existió antes de que se hiciera rico. Así que no sé cómo se supone que vive la gente rica. ¿Los padres no están nunca? ¿Te dejan solo o sola con algún niñero o niñera? Germán no habla mucho de su familia, cosa contraria a lo que yo hice cuando le conté todo sobre mi mamá. Pero vamos, hay dos fotografías en toda la casa, una en la sala y otra en la mesa del comedor y en una hay una niña y un niño y en la otra hay cuatro personas, todas disfrazadas. Mi casa aún tiene mil retratos y la mayoría míos. ¿Acaso es que sí se vive muy distinto si eres de otra clase social?
—¿Tus padres viven aquí? —pregunto de improviso cuando baja por las escaleras—. No quiero ser indiscreta.
—Se puede decir que sí viven aquí —hace una pausa y dirige su mirada hacia la fotografía de los disfraces—. Cuando no están viajando o visitando a mi hermana.
—¿Dónde está tu hermana?
—París
Responde algo cortante, por lo que decido dejar el tema de lado. No entiendo por qué los hombres se muestran más reacios a mostrarte parte de su vida. Con Mateo fue parecido, cada que externaba alguna duda sobre su familia o infancia, él adoptaba una actitud cortante y fría. Al final decidí qué no podía obligarlo a compartir su pasado.
Llegamos a la fiesta en menos de dos minutos, caminando seguramente habríamos hecho diez.
Deberían ver mi rostro sorprendido de niña que acaba de llegar a Disneyland. Pero es que la casa en donde es la fiesta está hermosa y gigante. Es de tres pisos, pero muy ancha, seguramente en el patio trasero hay una piscina y jacuzzi, tal vez una mesa de ping-pong o un billar. Ya saben que nunca frecuenté la zona residencial durante mi estancia en Sores, así que no imaginaba que hubiese de verdad lugares como este. En Estrada había de todo: barrios bajos, barrios medios, barrios elegantes y barrios muy elegantes. El apartamento en donde viví un tiempo estaba dentro de un barrio elegante porque quedaba relativamente cerca de la universidad (y porque mi papá lo pagaba), pero no se compara con esto.
—¿Aquí vive tu amiga con su compañera de cuarto?
Digo sorprendida, la realidad es que no es solo compañera de cuarto, es compañera de mansión. No puedo creer que Catarina pueda pagar esto... a menos que ella ya sea miembro de El Círculo o que alguien lo esté pagando por ella.
—Son dos chicas y el novio de mi compañera de universidad —Germán se queda pensativo—. Es raro, pero si vino de intercambio o lo que sea, está aprovechando al máximo. Vivir bien en este pueblo no sale tan caro.
Sé que no debería, pero el saber que Catarina no está viviendo con Mateo me da cierta tranquilidad que no debería sentir porque no puedo estar enamorada de quien me rompió el corazón. Concéntrate, Dinaí. En una misión, los sentimientos no pueden interponerse. Excepto que en el pasado lo hicieron, ¿verdad?
Germán y yo entramos tomados de la mano. El lugar está repleto de universitarios. Estoy segura de que juntaron a chicos de las tres universidades y por eso está tan lleno. Esto no se parece en nada a la fiesta del viernes pasado, esto es algo de calidad, no hay necesidad de estar amontonado y nadie está fumando dentro de la casa. Efectivamente, hay una piscina en el patio trasero, un enorme ventanal (que ahora está abierto) separa el interior del exterior. Lo que no me espero es ver a chicas en bikini y hombres en traje de baño. No es que sea aguafiestas, pero el clima de hoy no favorece una fiesta en alberca. ¡Estamos como a 20 °C! Y la temperatura irá bajando.
Germán se abre paso entre la gente, yo sostengo fuertemente su mano y me dejo llevar. Observo los sofás de piel, algunas figuras de cristal y demás cosas que estoy segura no sirven más que para decorar. ¿Cuánto les costará la renta de este lugar?
Llegamos a la parte exterior, tal y como lo predije, hay un billar. Una chica está de espaldas, así que no la veo bien. Germán se acerca a un tipo alto de cabello rubio rizado de sonrisa seductora. El tipo lo reconoce y suelta una carcajada seguida de un saludo animado. Me siento fuera de lugar, pero no dejo de sonreír.
—Hey, hombre, sí viniste —casi grita—. Casi no te has dejado ver.
—Si digo que sí, es sí.
Se escuchan burlas y chiflidos y entonces volteamos hacia la mesa de billar. La chica levanta los brazos en señal de victoria mientras un hombre que apenas entra en escena la abraza y le planta un beso en los labios. Oh, mierda. El tipo se me hace familiar, estoy segura de que lo conozco... y entonces la chica se voltea y nuestras miradas se encuentran.