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Madrastras de cuento de hadas 2

Oh, dios. Nunca busquen donde no los llaman, a veces es mejor no enterarse de nada.

Escucho el sonido de un automóvil llegar a la entrada. Rápidamente cierro todas las ventanas que tengo abiertas y saco la memoria para guardarla en mi mochila. Cierro mi computadora portátil y rápidamente brinco a la cocina para lavar mi plato sucio. Mi padre y Valentina me encuentran lavando, se ve tan natural que estoy segura no levanto ni una sospecha.

—Di, ven rápido, quiero decirte algo sobre la boda.

¿La boda? ¿Cuál boda? Hace dos semanas aún ni había fecha. Me seco las manos con un trapo que hay cerca y voy con mi papá.

—Sé que todo esto es precipitado, pero eres un adulto y puedes entender —mi padre besa la mano de Valentina—. Pensábamos esperar hasta que se vendiera la casa y todo quedara en orden, pero hemos decidido que habrá boda pronto.

Su puta madre y que me perdone la abuela a quien no veo hace años, pero que no me jodan, esto ya es demasiado. Si al principio desconfiaba de Valentina, ahora todavía más. No, no, no. Algo está mal con esa señora, no puedo permitir que se lleve a papá con ella.

—Tienes razón, papá —digo con calma—. Es precipitado, no me parece buena idea. Aparte, ¿no crees que también tengo voz y voto en esto? A mamá no le gustaría esto.

El cambio en mi padre es radical, la pasividad que lo caracterizó estas últimas semanas se evapora y da paso a una ira que jamás vi en él.

—Tu madre, mi exesposa, está muerta —dice y sus ojos son dagas—. Su cuerpo está metros bajo tierra y su alma ya no está con nosotros. Tengo derecho a rehacer mi vida tanto como tú. No me chantajees con comentarios de tu madre. La boda será en un mes, espero contar con tu apoyo.

Me quedo helada ante tal muestra de agresividad verbal. Sí, mi padre me ha regañado anteriormente, pero nunca se mostró tan enfadado. Valentina me sonríe con empatía, casi parece apenada. Por un minúsculo segundo, siento agradecimiento hacia ella, entonces recuerdo que esconde algo y se me pasa.

Adopto una actitud digna, tomo mi mochila y salgo de mi casa con destino al centro comercial.

Después de ver la forma en que mi padre me habló, una parte de mí quiere dejarlo con Valentina ya a la verga. Me preocupo por él y me agradece haciéndome sentir mal. Dudo mucho que él esté enterado de que Valentina no es quien dice ser, pues el amor a veces te ciega, pero para eso estoy yo. Prometí mantenerme alejada de cualquier situación riesgosa que involucre la posibilidad de morir, pero se trata de mi padre y sé que esa bruja lo manipula.

Después de veinte minutos, llego al centro comercial. Dado que es miércoles por la tarde, el centro está poco concurrido.

Me encamino hacia la joyería, hace mucho tiempo fui después de cumplir quince años. Mi mamá quería hacerme un regalo especial y yo accedí. Nunca fui fanática de las joyas ni de los objetos brillantes, pero justo en esas vacaciones perdí mi virginidad con un chico a quién conocí en la playa a la que fuimos a vacacionar y me sentía diferente. Quería verme diferente y qué mejor que con un collar de oro.

Lo malo es que no encontré algo que me agradara y como Aiden comenzó a ignorarme en ese entonces, pues perdí interés en todo lo que a mi aspecto respectaba.

Entro por la puerta y un agradable tintineo suena. Me recibe un señor de edad avanzada que con sus lentes analiza una pieza blanca que tiene en las manos. Grita el nombre de alguien y entonces aparece en escena un hombre de mediana edad. Me pregunta en qué puede ayudarme.

—Tengo estos anillos —saco la copia de mi mochila—. Sé que se ven iguales, pero quisiera saber si son reales. Usted como experto debe saber.

—Vaya, esto es oro blanco y el diamante es puro —dice mientras lo analiza a simple vista—. Ven, acá tengo la maquinaria.

Lo sigo hasta un aparato que parece telescopio o algo así. Está hecho con puros lentes. El hombre se agacha y comienza a ver los anillos a través de su máquina. Suelta algunos sonidos extraños, como de admiración. Casi parece hablar con él mismo, trato de no reírme.

—Admito que son muy parecidos —abre un cajón y saca unas pinzas—. Quien lo fabricó, hizo un buen trabajo —escucho un chasquido y entonces el diamante del anillo que manipula sale volando—. Pero, soy un experto y esto no pasa desapercibido.

Me muestra el lugar en donde debería estar incrustado el diamante, pero dentro no hay espacio porque hay un objeto negro tan pequeño que apenas puedo verlo. El joyero lo saca y lo deposita sobre la mesa. Un puntito rojo se prende y se apaga una y otra vez.

—Un localizador —dice el joyero orgulloso—. Buen escondite, nadie se daría cuenta. ¿Te lo dio tu prometido? Al parecer es celoso.

Ignoro su comentario sarcástico, me quedo estática al ver el maldito localizador. Ahora resulta que Valentina sigue mis movimientos. Me quiere tener controlada. Oh, mierda, si me ha estado vigilando, sabe que fui a El Arco, sabe que estuve en el cementerio, sabe todo. Ayuda, estoy jodida.

Le doy las gracias al joyero quien me entrega el anillo armado de nuevo, me entrega la pieza original y me despide. Tomo mi mochila que dejé tirada y salgo corriendo de ahí.

Siento como la respiración se me acelera, siento el pulso a todo lo que da. Venga, venga, no puedo caerme ahorita. Debo conservar la calma.

Si Valentina me quiere vigilar, que lo haga, yo haré de cuenta que no sé qué traigo un localizador en la mano. De por sí no es como que vaya a tantos lados. Aparte, puedo dejar de usar la joya, devolveré la original a su lugar para que no sospeche nada y todo bien. No sé qué trama, pero estoy segura de que no es nada bueno, una mujer joven no se interesa así sin más en un hombre casi entrado en los cincuenta años. No sé bien cómo sacarle la sopa a esta tipa, pero lo haré. Estoy segura de que Mateo sabe algo, tiene que saber algo. Puedo comentarle mis sospechas, decirle que estoy durmiendo en la misma casa que el enemigo.

Genial, no quería verlo, ni hablarle, ni tener que ver con su organización extraña, pero ahora ya no puedo evitarlo. Mi papá corre peligro.

Vuelvo a casa y se me ocurre una grandiosa idea. En mi memoria estaba un archivo que decía algo de infiltrados. Eso me servirá. Si hay algún infiltrado en la universidad, en El Arco o en este pueblo jodido, puedo acudir a él en lugar de Mateo.

Apenas saludo a mi padre que está trabajando en su computadora. Escucho que Valentina está en el baño y aprovecho para devolver el anillo a su lugar. Bien, espero que nadie haya sospechado.

Subo a mi cuarto, prendo la computadora y abro la carpeta de mis archivos en mi USB. Reviso cada uno de los documentos que tengo, reviso cada carpeta, sin embargo, los archivos que vi en la mañana y por la tarde, ya no están.

No puede ser, nadie se acercó a mi mochila. La tuve conmigo todo el tiempo. Excepto que en realidad no fue así porque en la joyería me separé por unos veinte minutos para ir a analizar el anillo. Pero nadie entró, la campanita no sonó. No vi a nadie, entonces, ¿cómo alguien entró, tomó mi USB y borró el archivo? La única persona que conozco que podría hacer eso es Mateo y definitivamente no estaba en el centro comercial.

¿Qué acaba de pasar?

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