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El inicio

Hace un año

Me meto entre las personas, me abro paso entre el tumulto de gente que se apretuja y se empuja al ritmo de la música que sale de los altavoces. Trato de pasar sin tener que golpear a quienes se interponen en mi camino, pero es imposible, tengo que ser un poco ruda si quiero llegar a mi destino. Y eso me hace pensar... ¿Cuál es mi destino? Bueno, para empezar ni siquiera recuerdo bien como llegué aquí.

Después de recibir un par de codazos en mi costado y sufrir derramamientos de bebidas que desconozco, pero que parece cerveza (es mejor eso que orina), logro llegar a una puerta medio descuidada, claro, creo que es el baño. Me acerco a paso lento mientras miro sobre mis hombros por si algún alma curiosa osa observar mis movimientos.

Una vez que me cercioro de que todos a mi alrededor están más ocupados bebiendo, fajando, llorando o peleando qué en verme, abro la puerta de un tirón y me cuelo por la abertura. Una vez dentro, la luz se vuelve tenue y la música decrece de volumen, menos mal, comenzaba a dolerme la cabeza. Mi destino era encontrar un sanitario. No bebí mucho, aunque me siento mareada, además, los brazos me hormiguean y aunque no tengo ganas de orinar, sí tengo una necesidad de echarme agua en la cara y refrescarme un poco el cuello.

Perdí a Haziel hace un rato, me dejó varada en la barra del antro porque salió corriendo detrás de un imbécil compañero de la universidad que tiene fama de ser guapísimo y ser todo un don Juan. Miren, yo sé de estar medio colada por un idiota con cuerpo escultural y cara de dios llamado Flavio. Pero vamos, no por eso sales detrás del tipo y dejas a tu amiga en medio del caos. Para empezar, el tipo es medio idiota, tiene buenas calificaciones, pero presiento que se debe a que algunas chicas le pasan las tareas y trabajos. Haziel, por ejemplo.

De pronto, escucho como la música aumenta de volumen y la tenue luz cobra fuerza. Volteo y veo que alguien entra por la misma puerta por la que entré hace un momento.

—Dinaí —dice Haziel con voz chillona, ella sí está ebria—. ¿Por qué te fuiste? Tuve suerte de haberte visto entrar por aquí, si no, te habría perdido.

—Fuiste tú quien salió corriendo —digo mientras prendo la luz de mi teléfono e ilumino, estamos en un pasillo que llega a unas escaleras que bajan—. Sé que te gusta Flavio, pero tampoco es como para salir corriendo tras él.

—Está perfecto el hombre —se tambalea un poco hacia mí, la voz titubea—. Ya hasta se aprendió mi nombre.

Volteo los ojos en señal de irritación, sé que no me ve por la escasa luz, pero también bufo de forma burlona. De veras que estas chicas no entienden, enamorarse del típico chico con aspecto peligroso y misterioso solo trae problemas a la vida. Pero Haziel hace oídos sordos y no soy quién para obligarla a entrar en razón.

Ya se dará cuenta ella sola después. O eso espero.

—No te burles —Haziel baja las escaleras poco a poco—. Mira que Flavio es amigo de Mateo —ah, caray, eso sí me interesa—. El otro día los vi hablando como en voz baja en el estacionamiento, al final se abrazaron y rieron, después Mateo se fue en su moto.

Haziel sabe que Mateo y yo nos llevamos bien, pues varias veces nos vio charlando saliendo de clase o cuando nos encontrábamos en algún lugar de la universidad. Después de conocerlo el día que Aiden y Elisa terminaron por destruirme, él y yo nos hicimos... ¿Amigos? O al menos eso creía yo. La única clase que tomábamos juntos era Química, justo la única clase que no compartía ni con Flavio ni con Haziel. Así que no tenía idea de que ambos chicos eran amigos. Sinceramente, no parecen ser compatibles, mientras Flavio tiene toda la pinta de ser un chico malo, Mateo parece más bien normal. Tiene esa aura misteriosa, pero no es el badboy del cual hay que escapar. Lo único que sé muy bien de él, es que no habla de su familia y que ama tanto a su moto porque compitió varias veces con ella y ganó.

Haziel sospecha que siento algo por Mateo, varias veces trató de hacerme confesar, sobre todo en las fiestas, pero nunca lo acepté. La verdad es que el hombre sí es lindo, tiene buen cuerpo y su mirada color miel es capaz de derretirte. Aparte, es gracioso, inteligente y te hace sentir como si fueras lo más interesante del mundo. Mierda, no engaño a nadie, sí me gusta. Y mucho.

—Sé que te interesó, no por nada te detuviste un momento, casi puedo imaginar tu sonrisa ridícula al pensar en Mateo — ¿soy así de predecible?— ¿Por qué no simplemente lo admites? Él se ve interesado en ti, digo no eres como tal la única, pero sí les veo posibilidad.

—Haz, por fa guarda silencio, estoy tratando de encontrar un sanitario. Agárrate bien de mi hombro, no te vayas a caer.

Preferiría no estar con ella en este momento, en esta oscuridad es difícil caminar, no se diga cuidar a alguien que está evidentemente tomada. Aunado, yo no estoy en mis cinco. Tal vez un cuatro punto cinco. Es mi amiga y aunque me abandonó hace rato, debemos llegar sanas y salvas a casa. En cuánto vacíe la vejiga nos vamos a casa.

Las escaleras terminan, pero Haz trastabilla y al detenerse manda mi teléfono al suelo. Sé que llegamos a una habitación oscura, pero no puedo ver. El teléfono está un par de metros allá, boca abajo. Camino hacia él y de pronto escucho un sollozo. Me paro en seco. Por un momento creo que se trata de Haziel, pero no puede ser. Doy un paso adelante y entonces escucho otro sollozo. Vale, esto ya no es normal.

Tomo el teléfono del suelo e ilumino.

Tengo que ahogar un grito, lo que no puedo evitar es brincar hacia atrás y aplastar sin querer a Haziel. La piel se me pone chinita al ver lo que me rodea: Se trata de chicas, de todas las edades, calculo desde los trece hasta los veinticinco años. Están encerradas en una jaula aunque sin barrotes, cada una tiene una manta y todas están encadenadas al piso. Algunas están dormidas, otras solo miran el techo como poseídas.

De todas, una me llama mucho la atención: Tiene el cabello enmarañado y sucio, su mirada verde perdida mira fijamente un punto en la pared. La piel está llena de suciedad, de forma que tiene manchas en la tez clara.

Haziel ahora se da cuenta de lo que pasa, pues comienza a temblar y escucho como trata de decir algo. Antes de que se le ocurra hacer ruido, la tomo del brazo y la jalo. Comenzamos a correr de regreso. No sé qué mierda hacen esas chicas ahí, pero esto no es normal. Hay que avisar a la policía, al ejército no sé. Lo único en que puedo pensar es que la gente que tiene a las chicas ahí, puede estar cerca, no quiero formar parte del repertorio.

Subimos las escaleras a máxima velocidad, pero Haziel tropieza y me jala con ella. Me doy un golpe en la rodilla y grito de dolor. Mierda, hasta veo estrellitas. Me doy unos segundos para recuperarme pues apenas me puedo mover, pero mi grito fue suficiente para llamar la atención de alguien.

Escucho las voces segundos antes de ver los rostros de la gente. Son dos hombres, uno de ellos tiene una barba tan prominente que le tapa media cara. El otro no es más que un chico cualquiera que bien podría ser un compañero de la universidad. Tiene los ojos un poco separados como un sapo.

—¿Cómo se escaparon? —pregunta el sapo—. Estoy seguro de que las amarré bien.

—No se escaparon, idiota, son curiosas, vinieron a meterse al jodido infierno —el barbón saca un arma de quien sabe dónde y nos apunta, el otro tipo hace lo mismo—. Hoy no es su día, lindas, no es buena idea curiosear.

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