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El día en que el destino golpeó 2

—Disculpa, amiga —digo con una expresión de desagrado ¿en serio no me reconoce de la clase? —. No te apures, tu novio no me interesa. En cambio tú... eres linda, guapa y con un cuerpo de ensueño. Ya veo por qué tu novio se interesó en ti. Pensándolo bien, no eres mi tipo.

Me doy la media vuelta y dejo a Catarina con cara de sorpresa. Pero me encuentro con algo mucho peor: Gustavo caminando junto a Elisa, ambos imponentes y el primero me dirige una mirada de enfado, llena de coraje. Elisa solo parece sorprendida y un poco preocupada, casi como si me tuviera lástima.

—Vaya, miren quién está aquí —Gustavo se acerca tanto y parece olfatearme—. Huele a rata... Una rata infiltrada. Y esperen, también percibo un olor a... Soplón.

—¿Aceptas ratas en tu pista? —escucho la voz grave de Mateo, cierro los ojos, no puedo evitar sentir dolor—. Ese no fue el trato, ¡vio mi cara! ¡No pienso tolerar...!

—No soy ninguna rata —y oírlo de los labios de Mateo dolió—. Te pido cordialmente que no me levantes falsos.

—Ah, no me digas. Casualmente después de que te largaras de aquí el lunes, llegó la policía —Gustavo me mira con asco—. Justo cuarenta minutos después.

—No fui la única en irme, al menos dos autos más se fueron antes y uno después de nosotros.

—Claro que sí... pero hoy me enteré de que tu padre es policía.

¿Cómo carajo sabe eso? Ya tiene muchos años que mi papá se retiró, este grandullón ni estaba cuando mi padre seguía de servicio. Además, la policía casi no persigue a gente de las carreras, es mucho para la policía de este pueblo. ¿Y si el auto que vi hoy por la tarde fuera amigo de Gustavo y fue a buscar a mi padre para conocerlo y no se trata de Valentina?

—Mi padre fue policía —digo remarcando la palabra "fue"—. Y yo nada tenía que ver con su trabajo, ahora menos. No soy una rata, no soy una infiltrada y si no me crees, es tu problema.

—Mira, morenita, aquí mando yo y si digo que te metan un tiro en la cabeza y de paso a tu pendejo este—señala a Germán—, lo hacen. Pero soy compasivo y pienso darte el beneficio de la duda. La única forma de salvarte es que corras. Y ganes.

¿Perdón qué? Correr es mi vida, me encanta, pero correr para Gustavo sería sellar un trato con el diablo. Quiero decir, ese tipo está metido en algo pesado y tiene que ver con Valentina. No por nada hace carreras superconfidenciales y hablan de meter tiros en la cabeza.

—¿Cuándo quieres que corra?

—Hoy, dentro de cinco minutos.

No sé qué decir. La realidad es que no tengo opción, digo, acaban de decirme que si no lo hago me van a matar. ¡A matar! A mí y a Germán. Mierda.

—De acuerdo, ¿contra quién?

—Esos dos tortolitos —señala a Mateo y Catarina—. Son buenos, o eso dicen. Esta carrera es por parejas, veamos si tú y mi conductor estrella logran opacarlos. Confío en ti.

—¿Y si no estuviera yo quién lo haría?

Las miradas se dirigen a Elisa. Casi suelto la carcajada, esa chica apenas sabía prender el automóvil. Seguramente el llevar un año de noviazgo con Aiden la hizo volverse un poco ruda, pero de conducir a realmente competir hay una brecha enorme.

Sinceramente, detesto a Aiden, sinceramente, amo a Mateo, pero él me desconoció. No sé qué hace aquí, desconozco la razón por la que llegó a Sores. Por muy decepcionada que esté de él, no estoy segura de querer que pierda una carrera. Pero es mi vida contra su bienestar y no tengo opción.

Nunca he competido contra Mateo, pero es un conductor de calidad ya sea automóvil o motocicleta, es un as.

—De acuerdo, pero le haces algo —señalo a Germán—. Y te juro que te arrepentirás.

—Tranquila, morenita, la seguridad de tu hombre solo depende de ti.

Quisiera decirle que Germán no es mi hombre, ni mi pareja ni siquiera tanto mi amigo, aunque la verdad merece mi respeto. Quisiera decirle que no es más que un tipo rico que se juntó con la chica equivocada que terminó metiéndolo en problemas. Pero no es momento, debo concentrarme porque ahora voy a correr en pareja. Con el cabrón de Aiden.

Yo de ida, Aiden de regreso. Mi sueño era ese cuando era niña, correr juntos, ganar juntos, ver quién era el mejor. Ahora no quisiera que pasara eso, ahora no quisiera tener que ver ni siquiera a Aiden, pero es lo que hay.

Lo mejor de todo es la cara que hace Elisa al saber que no será ella quien vaya con su novio sino yo. Vaya, chica, pensar que en algún momento le tuve cariño ahora me hace crear más voluntad para hacer buen equipo con Aiden y ganar, pero lo que más me motiva es que Mateo debe pensar que también pasé de él y no me importa que esté con la pelirroja.

Subo al auto de Aiden del lado del conductor. No volteo a ver ni siquiera quien será el conductor en el otro coche, no puedo darme el lujo o capaz los nervios me carcomerán. Tomo asiento, tomo el volante y lo acaricio. Esta máquina se siente poderosa, a esta máquina le gané la otra vez.

Por el retrovisor veo como entre dos tipos agarran a Germán y lo sostienen. Al pobre apenas le permiten moverse. Maldita sea, metí al pobre hombre en esto. Apuesto que ahora se arrepiente de conocerme.

—Sé que no tengo que decirte como conducir, pero te recomiendo no empezar tan rápido.

Y entonces, por pura casualidad, mi mirada se encuentra con algo brillante. Colgado del volante, hay una especie de amuleto; un hilo delgado y color azul está amarrado a un broche de cabello. Mi broche de cabello. El que me regaló mi madre cuando era niña y yo le regalé a él. Dijo que lo tiró a la basura, pero está aquí.

La respiración se me corta, un temblor me recorre y los ojos se me llenan de lágrimas.

La carrera está por comenzar y yo apenas puedo pensar. ¿Qué mierda con esto? Quiero concentrarme, pero estoy centrada en mi broche. Es como un regalo caído del cielo. Si salgo viva de esto, recordaré este día como el día en que el destino golpeó.

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